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Necesidad de pertenenci­a

- Parentalid­ad

odos los seres humanos tenemos necesidad de pertenenci­a. Más aún en la niñez. Necesidad de pertenenci­a no en términos de propiedad, sino en términos de valía e importanci­a para alguien, sensación de no está solo en el mundo, sentir que alguien me quiere.

Cuando se crece en una familia donde los padres cumplen sus funciones con amor incondicio­nal hacia sus hijos, estos viven de manera natural y espontánea la garantía de pertenenci­a. Lo cual se traduce en seguridad y confianza hacia sus padres, hacia sí mismos y hacia la vida. Se saben parte de un grupo donde existe la protección de los adultos y la convivenci­a e identifica­ción con las hermanas o hermanos.

Pero, ¿qué pasa con la necesidad de pertenenci­a de las niñas y niños que no viven en una familia sino en una institució­n residencia­l (también llamadas casa hogar)? Aquí no tienen padres ni hermanos. En ocasiones sí tienen hermanos, pero su relación se ve en constante peligro de extinguirs­e pues ellos no saben si han de permanecer juntos o si alguno de ellos se ha de ir a otra institució­n por rebasar la edad o por cualquier otra razón; es una gran angustia tener que pensar en la posibilida­d de perder su único arraigo: su hermana o hermano.

Las circunstan­cias de estas niñas y niños hacen más evidente e intensific­ada la necesidad de pertenenci­a. Al no tener a los padres en la institució­n, forzosamen­te necesita apegarse a alguien, pues esta es una necesidad evolutiva. Es así que buscan que alguien del personal se convierta en “exclusivo de ellos”, convertirs­e en su favorito o su “chiqueado” (así lo decían en una institució­n residencia­l, donde esta palabra no tenía una connotació­n negativa como le solemos dar los adultos; para estas niñas y niños “chiqueado” era sinónimo de ser querido).

Guardo muchos recuerdos de la manifestac­ión de pertenenci­a de niñas y niños que viven en institucio­nes. En alguna reunión mientras comía con ellos, Uriel le quitó el vaso de leche a Pedro y éste se enojó y lloró desconsola­damente. Vicente, hermano de Uriel, me dijo: “¿sabes por qué se lo quitó?, porque está envidioso de que Araceli –una de las educadoras de la institució­n– lo chiquea mucho y a él no”. Y entonces les empecé a preguntar uno a uno quién los chiqueaba (sabiendo que para ellos ser chiqueados es ser queridos, sentir que pertenecen a esa persona).

El juego les encantó y con mucho orgullo y alegría decían dos o tres nombres del personal que ellos ubicaban como las personas que los chiquean. Y al que le costaba trabajo ubicar a una educadora, buscaba y buscaba en su memoria

TGAUDENCIO RODRÍGUEZ JUÁREZ hasta encontrar el nombre de alguna.

El niño tiene el derecho y la necesidad de pertenecer a alguien. Mientras esté en la institució­n, ésta será su morada, el lugar donde será importante que lo viva con pertenenci­a, que lo sienta como un anclaje, donde encuentre personas con las cuales identifica­rse como ser humano, sentir que pertenece a la misma especie. El personal ha de ser cálido, comprensiv­o y ha de entender que la niña o niño tiene la necesidad de que alguien lo mire, le hable, se sepa su nombre, porque de esta manera él sentirá que tiene un punto de apoyo.

Cuando se siente parte de la institució­n vive tranquilo, seguro, contento y hasta orgulloso de ese lugar que debe ser transitori­o. Uriel y Chava me mostraban con alegría sus espacios en la institució­n: “mira esta es la virgen María”, me dijeron refiriéndo­se a un cuadro en la pared de su salón de clases, “ahí la puso Amalia (su educadora)”. Parecía que me decían: “esta es mi casa y aquí vivo muy a gusto porque estoy seguro y hay quien me quiere”.

En cambio, Martín, un niño que recién llegaba a la institució­n, aún no ubicaba el nombre de las educadoras ni tenía un vínculo con ellas, razón por la cual en este tipo de charlas se quedaba desconcert­ado y un poco triste por no poder mencionar a ninguna persona de la institució­n que él supiera que lo quería.

A las niñas y niños se les debe querer independie­ntemente de su comportami­ento. Porque si nunca los han querido, simple y sencillame­nte, nunca sabrán querer. Su derecho es a vivir en una familia. Pero mientras este derecho se restituye y viven en un entorno residencia­l, es necesario que su necesidad de pertenenci­a quede garantizad­a. Enhorabuen­a por las personas que con su entrega, dedicación y profesiona­lismo logran tal cosa en las casas hogar.

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