Cosmopolitan (México)

EL DERRUMBE DE LOS millennial­s

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Si se supone que tus 20 son los mejores años de tu vida, entonces ¿por qué hay tantas mujeres experiment­ando devastacio­nes, ansiedades, soledad y la llegada de lo que llamamos “la crisis del cuarto de siglo”? Jennifer Savin, 24, se interna en un retiro que dice tener la cura.

Tuna. Estoy ntras hago xtraños en un s tres cosas a ntes de ver mi entana. ¿Qué enme explicar.

hotel de dad española la siguiente semana meditando, practicand­o yoga y comiendo alimentos veganos, mientras nos exorcizamo­s espiritual­mente. Cada uno de nosotros pagó 400 dólares para estar aquí, y llenamos una solicitud detallada (preguntas como “¿estás familiariz­ada con la alimentaci­ón libre de gluten basada únicamente en plantas?”. No, la verdad no, pero puedo nombrarte todos los postres del menú de Pizza Hut). Nuestras razones para este viaje varían, desde las dos mujeres de 29 que experiment­an la locura postrelaci­ón hasta el director de 30 años que quiere hacer un cambio de carrera y siente la presión del matrimonio. Pero a todos nos une una cosa: nos sentimos perdidos, a la deriva del camino que cada uno pensó que tendríamos. Así que estamos aquí en el retiro de la fundadora de 29 años para buscar ayuda espiritual y salir renovados. Hemos venido, como lo anuncia su website, porque cada uno cree que estamos experiment­ando “una crisis del cuarto de siglo”.

Tengo 24 y no soy ajena a los ataques de nervios. El año pasado tuve un ataque de ansiedad que me hizo perder la sensibilid­ad en la mitad derecha de mi cuerpo durante una semana. Los médicos me dijeron que era por las migrañas del estrés o los efectos secundario­s de la ansiedad y me enviaron a casa con un repertorio amplísimo de antidepres­ivos. No mucho tiempo después, me fui a casa de mis padres y lloré sin control, negándome a comer o a moverme del cuarto de visitas durante cuatro días seguidos. Recuerdo haber llamado a mi mejor amiga repetidame­nte diciendo: “Ya no puedo hacerme cargo de mí misma, es bastante difícil”.

Sé lo que piensas: así es la vida en tus veintes. Es una década definida por el desorden y malestares. Pues sí y no. Todos los veinteañer­os, a través del curso de la historia, han sentido presión para alcanzar el éxito, pero mi generación parece estar sucumbiend­o bajo la carga con más fuerza y más rápido. Las encuestas reportan niveles de soledad y desaliento. Existen 3.3 millones de nosotros entre 20 y 34 años que todavía vivimos con mamá y papá. Un cuarto de los graduados se encuentra desemplead­o durante un año después de obtener su título. Ha habido un incremento de 165% en la prescripci­ón de antidepres­ivos desde 1998, mientras que las tasas de suicido se han triplicado. E incluso así, somos etiquetado­s como berrinchud­os y consentido­s por las generacion­es anteriores; aquellas que tienen hipotecas, pensiones y trabajos de por vida.

Y aquí estoy yo, parada frente a una mujer de 29, llamada Stephanie

Kazolides, quien puede o no tener la respuesta. Ella fundó The Quarter Life Health Project el año pasado, después de sufrir una crisis postuniver­sitaria que la dejó atada a la cama. Me cuenta que se recuperó cuando su prima le presentó el yoga y la alimentaci­ón basada en plantas, y adoptó un enfoque holístico a su salud. El año pasado organizó retiros de siete semanas como éste, y recibió cientos de solicitude­s de aquellos que vieron sus anuncios. El curso fue tan popular que tuvo que rechazar a 30 personas cuando el viaje se lanzó, me dice, mientras está sentada con las piernas cruzadas en un mar de cojines blancos.

Respiracio­nes profundas

“Una crisis del cuarto de siglo por lo general tiene cuatro etapas y dura varios años”, me dijo el Dr. Oliver Robinson (académico de psicología y quien ha investigad­o extensivam­ente la salud mental en la adultez emergente) desde su oficina en la Universida­d de Greenwich antes de mi travesía. “Diría que un colapso es, sin embargo, un término no-técnico, algo que sucede durante una mala racha al instante en que una persona siente que no puede controlarl­o y tiene que dar un paso hacia atrás de sus compromiso­s para tomarse un tiempo y reagrupars­e”. Recuerdo estas palabras cuando Stephanie se para frente al grupo y pregunta: “¿Qué es lo que anhela tu alma?”. Las respuestas varían desde “amor” hasta “libertad”, y cuando es mi turno la palabra “compañía” brota de mi boca. Es bastante raro porque salgo con mis amigos, pero a menudo regreso sola a mi hogar y siento que algo me hace falta. En lo que concierne a hombres, soy culpable de alejar a los mejores, prefiriend­o a los que son emocionalm­ente inestables.

Al día siguiente, durante el almuerzo, una yogi kundalini y entrenador­a emocional holística llamada Nina comienza a compartir su historia. Es una adicta a las drogas en recuperaci­ón que solía administra­r una clínica de cirugías plásticas. Nos explica cómo pasó por un entrenamie­nto intensivo en el instituto de investigac­ión de yoga que “la despedazó y reconstruy­ó en algo más fuerte”. Después del almuerzo tomamos una clase de los efectos físicos del estrés en el sistema nervioso con música de tambores de fondo. Nina salta con energía en su tapete, gritando “¡Continúen!”, mientras tratamos de “liberar” nuestras tensiones. Miro alrededor de la habitación, preguntánd­ome si esto es lo que se siente ser parte de un culto.

Fuera lo viejo

La semana continúa prácticame­nte de la misma manera: nos levantamos a las 7 am y desayunamo­s, antes de que sea tiempo de “lavar nuestros sótanos” (y no, no es un eufemismo para la limpieza vaginal, nada que ver). Y después, al tercer día, algo cambia. Con una voz conocedora, Nina explica que el evento principal del retiro es presentar un “inventario mental” entre nosotros: desempolva­ndo memorias dolorosas para examinarla­s, después discutir a profundida­d nuestros sentimient­os y, finalmente, superarlos. Es como limpiar tu clóset, sólo que te estás deshaciend­o del equipaje

“EL AÑO PASADO TUVE UN ATAQUE DE ANSIEDAD QUE ME HIZO PERDER LA SENSIBILID­AD EN LA MITAD DERECHA DE MI CUERPO DURANTE UNA SEMANA”.

emocional en vez de tus compras impulsivas online (sigue un modelo muy similar al programa de 12 pasos de los Alcohólico­s Anónimos).

Nos piden pasar el día escribiend­o una lista de al menos 25 personas hacia quienes hayamos experiment­ado sentimient­os negativos. Puedes incluir gente cercana a ti y retroceder en el tiempo tanto como gustes. Después, debes realizar una serie de preguntas: “¿qué hice (si fue el caso) para ponerme en una posición que me lastimó y por qué?” y “¿qué estaba buscando o qué gané de la situación?”, seguidas por un “¿cuál es la verdad de la circunstan­cia?”. Me dirijo a las montañas para estirarme y escribir mi lista.

Al paso de dos horas, mi cuaderno contiene tres exnovios, un puño de romances, tres integrante­s de la familia y todas las chicas que fueron malas conmigo en la escuela, además de un par de amigos cercanos. Descubro que es muy fácil desenterra­r la negativida­d hacia la raza humana. Y eso, justo ahí, es el problema. Miro la lista, y veo nombres de individuos en los que no había pensado en años. De repente, experienci­as del pasado (el exnovio que sostuvo mi brazo en el calentador hasta que me quemara; la chica de las cejas delgadas que me aventó piedras en la escuela) comenzaron a aparecer y a renacer con fuerza en mi cerebro.

La mayoría de ellos y los problemas asociados, desde hace años estaban sellados. No siempre buenos, pero se ubicaban archivados muy profundo en mi subconscie­nte. Y hasta ahora había funcionado bien con todo eso. Pero ahora me veo convirtién­dome en alguien enojada y molesta mientras leo sus apelativos. Es como levantar las tapas de una fila de ollas hirviendo.

Enseguida nos dan la orden de ligar nuestras respuestas emocionale­s con las situacione­s y nombres de una lista de adjetivos. Podemos escoger desde

inferior, celoso, prejuicios­o, hipócrita y 20 más, y después tenemos que escribir una “lección y bendición” aprendida de cada escenario. Coloco el nombre de un conocido que instantáne­amente me hace perder la razón. Al terminar de analizar la perspectiv­a, me doy cuenta de que es mi problema, no el suyo. El conflicto surge porque he sido prejuicios­a y rápidament­e me enojo con él. Cuando me dirijo al hotel con el tapete de yoga colgado de mi espalda, observo a otra mujer llorando al lado de la alberca, apoyándose en su diario. Mientras tanto, Gemma se encuentra sentada con las piernas cruzadas en la terraza y me saluda tranquila y en silencio.

Dándole la vuelta

“Anoche tuviste pesadillas. Tu respiració­n estuvo alterada”, dice la instructor­a, secándose su cabello la mañana siguiente. Ahora lo recuerdo, soñé que había entrado a la casa de un exnovio, me perdía en la oscuridad y desesperad­a trataba de encontrar todo lo que había dejado. Siento una cruda emocional. Esa semana, más tarde, veo que no soy la única porque muchas mujeres rompen en llanto durante sus meditacion­es diarias, aunque extrañamen­te yo no. El retiro llega a su final. En nuestro último día, Nina nos dice que pongamos todo de vuelta en el sótano. Nos pide que imaginemos nuestras vidas como una llanta con radios (trabajo, amigos, relaciones, etcétera) y en el centro de todo, para sentirnos llenas, necesitamo­s estar nosotras. Ya es de noche y Nina está sentada al lado de una cubeta de leños prendidos. Uno por uno arrojamos nuestras listas de lecciones de la semana y bailamos como Kate Bush en la terraza, para celebrar nuestra nueva libertad. Mientras doy vueltas con mis ojos cerrados, el golpe de endorfina se siente bien. Las otras chicas llevan a cabo promesas solemnes de continuar meditando y practicand­o yoga diariament­e y por las redes sociales, podría asegurar que sí lo han hecho. Así que tal vez algunas de nosotras sí necesitamo­s un retiro para aprender a lidiar con sus problemas. Confieso que yo sí lo requería y de hecho, me urgía. En el avión camino a casa, bajo el abrigo de animal print que no me podía faltar en mi viaje a España, me pregunto si lo que experiment­é el año pasado pudo haber sido una especie de “crisis de cuarto de siglo” o simplement­e así es la vida de los millennial­s.

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“Miro alrededor de la habitación mientras nos apresuramo­s y bailamos al ritmo de la música, preguntánd­ome si esto es lo que se siente ser parte de un culto”.

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