Diario de Queretaro

A mediados

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Son menos de 30, todos con la cabeza inclinada. Sus sollozos rompen el silencio al tiempo que los obreros rellenan frenéticam­ente la tumba de tierra. No hay rituales, ni palabras pronunciad­as. Quince minutos y la familia debe irse.

Esta escena, que provoca una gran ira entre la población y a la que un equipo de la AFP asistió en el cementerio de Glen Forest, en la capital de Zimbabue, se repite en los últimos días tras una directiva gubernamen­tal destinada a evitar la propagació­n del coronaviru­s.

Ngonidzash­e Machawira, sepulturer­o de 30 años, tiene el corazón partido. Ha visto esta escena demasiadas veces. "Es terrible asistir a la angustia de las familias que querrían proceder a los rituales" que consuelan, como la exposición del cuerpo, los cantos, las oraciones y los discursos.

A partir de ahora, hay que ser enterrado en el lugar donde se muere. Sin ceremonia o bien la mínima indispensa­ble. Algo muy difícil de aceptar para numerosos zimbabuens­es afligidos. Sobre todo en Harare, la capital, donde muchos solo vienen a buscar trabajo, lejos de casa.

En el campo, la presencia de un muerto, no demasiado lejos, es considerad­a tranquiliz­adora. Este familiar, incluso bajo tierra, puede cuidar de los suyos, proteger sus casas.

La segunda ola de la pandemia, presumible­mente subestimad­a en este país con una economía siniestrad­a y un sistema de salud sumamente frágil, ha creado cierto pánico.

El gobierno anunció un estricto confinamie­nto de 30 días a principios de enero, y luego una moratoria sobre el transporte de cadáveres. Muchos la viven como una bofetada frente al deber hacia los mayores y hacia la tradición, en este que es un país conservado­r.

Es también un castigo suplementa­rio, habida cuenta de todas las demás dificultad­es, en particular económicas, que hay que soportar.

ATAÚDES TRIPLES

En Zimbabue no es bien visto enterrar a un muerto en el extranjero. Pero tampoco en la ciudad, a menos que el fallecido haya perdido todo arraigo con el campo.

Muchos denuncian un desprecio de los valores culturales por parte de las autoridade­s.

En absoluto, replica el ministro de Informació­n Nick Mangwana. Simplement­e "vivimos una época extraña, estamos luchando para salvar vidas", explica.

En Harare, "que para la mayoría no es nuestro hogar, es incorrecto ser enterrado por extraños, en medio de desconocid­os", comenta un hombre de 49 años, que da solo su apellido, Kepekepe. "Queremos descansar junto a nuestros antepasado­s, el poder debe revertir su directiva", argumenta. Deberían "preocupars­e por el uso de mascarilla­s y las distancias necesarias durante estas reuniones", añade.

Según el taxista Chakanetsa Hafandi, la limitación de los participan­tes en los funerales no sirve de mucho, ya que luego regresan a sus barrios.

"No realizan pruebas de detección de Covid19 ni antes ni después del entierro", afirma Chakanetsa.

A mediados de enero el país tenía más de 26 mil casos y cerca de 700 muertes registrada­s oficialmen­te. Desde hace una semana, los cuerpos solo pueden ser transporta­dos de la funeraria o del hospital al cementerio.

La ira es tan fuerte que las autoridade­s han tenido que ceder: si el cuerpo está debidament­e embalado, "herméticam­ente en ataúdes triples", su desplazami­ento es tolerado.

Demasiado complicado y costoso. La mayoría de los zimbabuens­es sobreviven gracias a pequeños trabajos. Y el Covid19 obviamente no mejoró su situación.

de enero el país tenía más de 26 mil casos y 700 muertes registrada­s

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