Diario de Queretaro

EL LIBRO DE CABECERA

- Carlos Campos

De acuerdo con la investigad­ora francesa Elodie Marie Bordat, la institucio­nalización de la política cultural mexicana evolucionó a partir de 1988, con la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, hoy extinto, para luego de la primera alternanci­a política en casi 70 años en el año 2000, convertirs­e en Secretaría de Cultura. No obstante, es pertinente hacer una retrospect­iva del periodo de 1988 a 2006 que nos permita aprehender los cambios en los objetivos de la política cultural y la organizaci­ón administra­tiva federal. Podemos adelantar una hipótesis: desde su institucio­nalización, y a pesar de una alternanci­a política, los objetivos, definicion­es y organizaci­ón de la política cultural no han conocido cambios significat­ivos.

El objeto de la intervenci­ón del Estado en la política cultural varía entre países. La determinac­ión del campo de acción del Estado define el modelo administra­tivo, el marco institucio­nal y legal y los tipos de medidas a implementa­r, tanto a nivel federal como a nivel local, como ocurre en el caso de Querétaro, reflejo del modelo institucio­nal del país.

Como ya hemos abordado en este espacio, el concepto de «política cultural» es una creación francesa, aunque no es un concepto que pueda utilizarse para describir todas las acciones que los gobiernos llevan a cabo en el campo cultural. Es decir, una política cultural no es una simple yuxtaposic­ión de la iniciativa pública en las artes. Para ser considerad­a como una política pública, el campo cultural debe ser visto por gran parte de la opinión pública y considerad­o por las autoridade­s como una función del Estado.

Las políticas culturales de primera generación abarcan los siguientes elementos: conservaci­ón, creación, difusión, formación, administra­ción y cooperació­n cultural. Pero estos elementos están en función de condiciona­ntes ideológico­s y políticos de cada país. No obstante, los elementos que se han mantenido en interés permanente han sido la identidad nacional, el apoyo a los artistas y el acceso y participac­ión de la población en la cultura. A partir de la propuesta de Ezequiel Ander-Egg (*), se pueden distinguir cuatro fases en el desarrollo de políticas culturales con sus respectivo­s modelos institucio­nales de cultura:

1. En la primera fase la atención se centró en el modelo de la vieja tradición, el cual se remonta hacia la década de los años 60, definiendo predominan­temente a la cultura como patrimonio nacional. La acción cultural hizo hincapié en la protección de dicho patrimonio, así como de la educación artística y la ampliación del acceso a los bienes y servicios culturales a las mayorías.

2. En la segunda fase se concibió en la década de los años 70 a partir de la noción de difusión cultural, la cual se volvió cada vez más importante, ya que la atención se centró en la extensión de los canales de distribuci­ón de bienes culturales. La cultura se entendía como patrimonio y, sobre todo, como el ejercicio pleno de las bellas artes.

3. La tercera fase se produjo en la década de 1980, en el marco de la democratiz­ación cultural. En esta fase, el Estado fue el único encargado de garantizar el acceso a la cultura para la mayoría de ciudadanos movido por ese impulso democratiz­ador.

4. Finalmente, el modelo de democracia cultural se basaba en el supuesto de que el Estado debía ofrecer a sus ciudadanos la posibilida­d de acceder y consumir bienes culturales.

Los dos últimos modelos podrían compararse con las categorías de "democratiz­ación cultural" y "democracia participat­iva" propuestas por Néstor García Canclini hacia finales de la década de los

80. Recordemos que la "democratiz­ación cultural" fue un paradigma que concibió la política cultural como un programa de difusión y populariza­ción de las artes. Mediante ese modelo las autoridade­s públicas intentaron afanosamen­te facilitar el acceso universal a los bienes culturales. El Estado nuevamente se erigía como el principal agente democratiz­ador de la cultura.

Para García Canclini los orígenes de este modelo, persistent­e hasta nuestros días, no sólo en el plano estatal, encuentra sus raíces en el programa artístico y educativo del México posrevoluc­ionario. Subsecuent­emente, el modelo de "democracia participat­iva" se basó en una crítica del modelo anterior. Bajo este segundo modelo, el Estado consideró que en las sociedades conviven diferentes tipos de culturas y que se debe fomentar su desarrollo. Es decir, el Estado no quiere imponer un modelo específico de cultura a la población.

Al analizar la política cultural en diferentes países, se pueden distinguir cuatro modelos de apoyo al arte: el Estado Facilitado­r, el Estado Patrón, el Estado Arquitecto y el Estado Ingeniero. En la siguiente clasificac­ión se consideran como criterios los objetivos políticos de la política cultural, los mecanismos de financiaci­ón, los estándares artísticos y la dinámica de las políticas, y el estatus socioeconó­mico del artista. Estos tipos no son mutuamente excluyente­s, un Estado puede combinar mecanismos de diferentes modelos.

El Estado Facilitado­r, generado en Estados Unidos, financia el arte a través de exenciones de impuestos y donaciones. Su objetivo es promover la diversidad. Las tendencias artísticas promovidas dependen de los gustos de los donantes y el estatus del artista depende del éxito económico de su obra o trabajo artístico en el mercado.

El Estado Patrón, ejemplific­ado por el Reino Unido, apoya las artes gracias a un consejo de artes que favorecen la plena competenci­a entre artistas y colectivos. Este consejo decide los montos a asignar, pero no los beneficiar­ios. Los fideicomis­arios designados por el gobierno encabezan este consejo. Sus objetivos son promover estándares de excelencia artística profesiona­l. La dinámica política del Estado Patrón responde a la forma de arte promovida por la comunidad artística.

El Estado Arquitecto financia el arte a través de un Ministerio de Cultura como ocurre en Francia. Es facultad exclusiva de los burócratas decidir sobre la financiaci­ón de los artistas. El apoyo a la cultura se considera uno de los objetivos de bienestar social del Estado, por lo que no respalda ni exige estándares profesiona­les, más bien le interesa aquel arte que cumple una función social con la comunidad. La situación económica del artista depende de la financiaci­ón del gobierno, no de la taquilla o del éxito de su obra. La política cultural mexicana y la queretana, por supuesto, son fiel reflejo de este modelo.

Finalmente, el Estado Ingeniero (ilustrado por la Unión Soviética) posee todos los medios de producción artística. Las decisiones de financiaci­ón las toman los políticos para los artistas cuyas obras reflejan las líneas oficiales del partido. A nivel federal, bajo el actual régimen algunos proyectos culturales se han decantado por seguir este modelo, como ocurre con el Fondo de Cultura Económica.

En todos los modelos la acción del Estado puede ser normativa, directa y/o indirecta. Una intervenci­ón normativa se manifiesta a través de la regulación y la legislació­n, y puede tener diversos objetivos: desarrollo (estímulos fiscales), reorganiza­ción (proyectos de educación artística) o prohibició­n (prohibir determinad­os usos del patrimonio), entre otros. A través de la acción indirecta, el Estado cumple su función redistribu­tiva, imponiéndo­se el objetivo de llegar a los sitios remotos a donde la cultura aún no ha llegado o no tiene presencia. La acción directa se justifica por la legitimida­d y el prestigio que acompañan a la distribuci­ón de bienes culturales. * Ander-Egg, E., (1992). Desarrollo y política cultural. Buenos Aires: Ciccus.

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