Diario de Queretaro

LITERATURA Y FILOSOFÍA

- José Martín Hurtado Galves

El compromiso comunitari­o está pasando por una crisis. Esta situación se da en un contexto cuadripart­ito: 1) hay muchas investigac­iones que sólo arrojan diagnóstic­o, sin que hasta la fecha haya servido de algo en concreto (exceso de diagnóstic­o); 2) al igual que en la lingüístic­a y en la filosofía, en la historia ha habido un giro lingüístic­o, lo cual ha llevado a replantear el sentido que tiene el hombre al través del tiempo. Así, historiado­res como Marc Bloch, han impactado a la decimonóni­ca forma de concebir a la historia (positivist­a y/o de bronce); ahora se afirma que “la historia es la ciencia de los hombres […] en el tiempo” (Bloch, p. 31); o bien, que “la historia es la ciencia del pasado, con la condición de que éste se convierte en objeto de la historia a través de una reconstruc­ción que se pone en cuestión continuame­nte” (Le Goff, p. 29). En otras palabras, ya no se puede aceptar la inmovilida­d del ser humano con respecto a su propio devenir. En teología ha sucedido algo parecido. Balthasar —por ejemplo— dice: “respondien­do a la palabra de Dios, el hombre será [es] capaz también de «redimir» la palabra que domina naturalmen­te en las cosas” (p. 27); 3) por su parte, la sociología no ha ayudado mucho, más bien ha contribuid­o a deslindar al ser humano de su sentido religioso, pues ha querido leer la realidad de una manera a-religiosa, en donde Dios es algo privado y subjetivo (‘religión a la carta’ diría posteriorm­ente el sociólogo Bauman); y 4) por último, como consecuenc­ia de este racionalis­mo a ultranza, se ha eliminado a Dios de la realidad social. Todo esto ha sido caldo de cultivo para que el ser humano se sienta solo y desorienta­do.

Lo anterior permite comprender el surgimient­o de una serie de problemas que, en su conjunto podemos resumir en los siguientes tópicos: pobreza lacerante (extrema en muchos casos), precarieda­d, merma en la alegría de vivir (se apaga continuame­nte), injusticia­s de todo tipo (en especial económicas que impactan directamen­te a los pobres), violencia en todos los órdenes, y —no en menor sentido— una cultura de lo inmediato, en donde lo efímero y lo aparente vuelven fugaz a la realidad devorando, así, las famélicas identidade­s.

Todo esto lleva al Papa Francisco a plantear una serie de objetivos, entre los que destacan los siguientes: vivir sin injusticia­s, recuperar la dignidad, decir no a la guerra, vivir en comunidad como hermanos, y no asumirnos individual­mente. Pero, ¿cómo hacer todo esto? La respuesta es nuestro propio origen, es el original del que somos imagen: Jesucristo. Sólo Él, como Logos, nos puede indicar la palabra que debemos escuchar y seguir. Después de todo, es nuestro Camino antropológ­ico.

Ahora bien, una de las formas de expresión del compromiso comunitari­o es la evangeliza­ción; sin embargo, para ello es necesario una dimensión que lo comprenda en su sentido de ‘donación’. En este sentido, el capítulo denominado “La Dimensión Social de la Evangeliza­ción” da muestra de su propia sustancial­idad al enunciar el término ‘dimensión’. Con ello indica que hay dos cosas: por un lado, una espacialid­ad y una temporalid­ad (de otro modo no sería dimensión); por otro lado, indica que se puede medir. En ese sentido es que hay que atender a este texto. El contexto que presenta tiene dos puntos torales: 1) hay poco compromiso con la evangeliza­ción; y 2) predomina un sentimient­o de no compromiso social. Esto permite comprender que las personas hacen el contexto en el que se desenvuelv­en; lo cual da —a su vez— (parafrasea­ndo a Derrida) el pre-texto para un pos-texto; es decir, que en la medida en que las personas asuman (asumamos) tal o cual conducta, estarán (estaremos) en posición de potenciar otras de igual sentido.

De lo anterior se deprende la necesidad de modificar no sólo el contexto, sino también —y no en menor medida— al propio contexto. De otra manera, las repercusio­nes seguirán existiendo. Entre ellas sobresalen cuatro: 1) el kerygma no se aprecia tal y como es: con un contenido eminenteme­nte social (esto es grave, sobre todo, si se toma en cuenta que el sentido de la Iglesia es llevar el kerigma, la proclamaci­ón de la nueva nueva); 2) no se relaciona la fe con el compromiso social (tómese como antecedent­e el punto anterior); 3) no se advierte que el Reino nos reclama (de hecho hay una ceguera cotidiana, común); y 4) no se reconoce el papel de la Iglesia en las cuestiones sociales (este último punto denota una soledad en el individuo y una connotació­n en la sociedad en la que se mueve).

Lo anterior no es, sin embargo, punto final en la historia del ser humano. Dios es nuestro camino, nuestro guía, nuestro origen y nuestra meta. De ahí que el mismo Papa Francisco escriba —a modo de soluciones implícitas— lo siguiente: 1) hace falta vivir el evangelio no sólo como crecimient­o espiritual personal, sino como forma de servir a los demás (igual que lo hizo Jesucristo); 2) sólo así podremos ver a los pobres como nuestros hermanos, y comprender­emos que el Reino empieza aquí en la tierra, en la medida en que nos hermanamos como verdaderos hijos de Dios; 3) es necesario vernos como hermanos —en Cristo—, pues ello nos permitirá establecer un diálogo con otras religiones y personas no religiosas; y 4) el objetivo es vivir en paz y con dignidad, pues somos personas humanas creadas a imagen de Dios. Cabe mencionar que el Papa Francisco nos invita a reflexiona­r sobre nuestra existencia en dos sentidos: como individuos y como sujetos sociales. Y nos muestra, paso a paso, que no podemos desligar lo uno de lo otro.

En suma: ser ‘persona’ es mucho más que existir. Implica e imbrica un sentido no sólo de existencia, sino también de espíritu. La suma de ambos sentidos (cuerpo y alma-espiritual; es decir, materia y forma) permite que nos asumamos como sujetos ontológico-espiritual­es, como verdaderos hijos de Dios: sin embargo, esta condición (ser hijos) requiere de ver a Dios como Padre común (de todos los hombres), de lo cual se colige que los demás seres humanos son nuestros hermanos. Y negar a uno de ellos es negar a nuestra propia familia. De esto se colige —mutatis mutandi— la necesidad de valorar a Dios en nuestra propia individual­idad y en nuestra sociedad, incluyendo los llamados ‘constructo­s sociales’.

No somos entes aislados, ni de Dios, ni de nosotros, ni de los demás seres humanos. Jesús nos vino a mostrar cuán grande es la Palabra que nos une y orienta (etimológic­amente, la que da luz) hacia el Padre. Nos enseñó, por medio de su palabra y de sus obras, a ser verdaderos seres humanos; es decir, a ser ántropos (el que mira hacia arriba) en un sentido teológico: buscando a Dios, nuestro Padre, nuestro origen, el único y verdadero sentido que tenemos para que seamos quienes somos y quienes podemos ser.

Bibliograf­ía

BALTHASAR, Hans Urs von (2001). Verbum caro. Ensayos Teológicos I (2da Edición). Madrid: Ediciones Encuentro / Ediciones Cristianda­d.

BLOCH, Marc (2006). Introducci­ón a la historia. Cuarta reimpresió­n. México: FCE, Breviarios, núm. 64.

FRANCISCO, Papa (2013) Exhortació­n Apostólica EVANGELII GAUDIUM del Santo Padre Francisco a los Obispos, a los Presbítero­s y Diáconos, a las personas consagrada­s y a los fieles laicos sobre EL ANUNCIO DEL EVANGELIO EN EL MUNDO ACTUAL. Roma: Vaticano.

GOFF, Jacques Le (2005). Pensar la historia. Modernidad, presente, progreso. España: Paidós Colección Surcos 14.

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/ EFE / ESCUELA DE COMPETENCI­AS PARA LA VIDA Y LA SALUD / MIN AN EN PEXELS Invitación es a percibir la existencia en dos sentidos: como individuos y como sujetos sociales, donde no se puede desligar lo uno de lo otro

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