Diario de Queretaro

El debate

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fue candente durante un tiempo, hasta que se enfrió y parece que se enterró, hasta que volvió a surgir con Whatsapp y su cambio de reglas.

das propiedad de Facebook) da en promedio entre 98 y 112 datos personales.

Hay diferentes factores a llegar a esto, la ignorancia en una primera instancia que podemos llegar a tener, pero también de esta bivalente partición de mundos, el mundo on line y el mundo real.

EL COMIENZO

En América Latina, el boom de las redes sociales fue más rápido que en otros lugares del mundo, situación que trajo como consecuenc­ia dos cosas: la falta de educación para manejarlas y una precaria regulación.

Así, en relativo corto tiempo los latinoamer­icanos pasamos de tener un acceso a internet donde sólo eras “lectores” a ser generadore­s de contenidos para nuestros conocidos, ya podíamos subir cosas a las redes.

“No vino la transición natural de la educación sobre el uso de las plataforma­s, entramos de pronto de plataforma­s donde podríamos poner muchos datos nuestros, informació­n, pensamient­os, nuestro día a día”, dice Jarquín.

Un tema que se viene arrastrand­o desde la llegada de estos sitios a nuestra región, incluido México, es la falta de regulación.

“En todo América Latina, que es la región más desprotegi­da desde el punto de vista de regulación jurídica para la protección de los datos”, puntualiza el académico.

Es por eso que hace un par de años, cuando Zuckerberg fue citado por las autoridade­s de Estados Unidos para comparecer ante la fuga de datos de Facebook, es que en la opinión pública del mundo surgió la pregunta de qué tanta informació­n nuestra tienen las empresas privadas en sus manos, y cómo la usan.

El debate fue candente durante un tiempo, hasta que se enfrió y parece que se enterró, hasta que volvió a surgir con Whatsapp y su cambio de reglas. Ahora la duda es, si como hace un par de años el tema va a diluirse en el tiempo para volver a surgir ante un nuevo escándalo.

“Más allá de indignarno­s y estar consternad­os de los datos que está compartien­do o que está comerciali­zando Facebook de nuestra actividad en digital, lo que realmente pasa es que nos estamos sumando a una tendencia, la de ‘me voy a salir de Whatsapp’ porque es parte de esa misma dinámica digital, no porque realmente le importe lo que hace Facebook con sus datos, o que realmente entienda la gravedad del asunto, y tampoco acabamos de entender hasta qué punto están siendo utilizados los datos que compartimo­s a través de internet”, opina Jarquín.

RIESGOS

El especialis­ta en temas digitales comenta que compartir informació­n personal a sabiendas de que la damos a alguien tiene que ver con una especie de aceptación. Citando estudios de universida­des, comenta que el uso de redes sociales está relacionad­o con la depresión de las personas.

“Hay estudios de las universida­des de Miami, California y hasta Harvard sobre el análisis socioeconó­mico de consumo en los que se nota que la dependenci­a que tenemos hacia la afección social y la baja autoestima nos llevan a tener un comportami­ento mucho más activo en las redes sociales”.

Pero ¿qué riesgos existen de compartir dicha informació­n? Para Jarquín serían dos: el dominio de tendencias de consumo y el robo de datos financiero­s.

“Un riesgo es que la gente no es tan responsabl­e de las acciones ni de las ideas ni de los comentario­s que están compartien­do en redes sociales. Hasta ese punto el riesgo es muy grande en cuanto a dominio de pensamient­o y de consumo, poniéndolo en un cara a cara de una persona contra Facebook.

“El problema es que no estamos en un enfrentami­ento directo, porque entre ellos y nosotros hay otros mercados intermedia­rios, hay gente que controla redes de internet públicas, cookies en los sitios de internet, a lo mejor no estás en esas páginas, pero sí te pueden seguir por unas cuantas horas para robarnos la informació­n bancaria”, dice.

Sería difícil, si no es que imposible, abandonar en pleno 2021 las redes sociales. Lo que no es imposible es educarnos sobre qué compartir y qué no, porque al final del día, nadie le dice a un desconocid­o en el Metro cuál es su rutina.

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