Diario de Queretaro

Éxito y fracaso

- Mariana Hartasánch­ez

A Mozart

y a Shakespear­e, como a muchos otros artistas, se les ha despojado de sus mayores dotes, puesto que su obra ha sido opacada por sus nombres y sus biografías.

Escribo

porque creo que la aflicción sólo se cura con ficción y que necesitamo­s crear territorio­s teatrales y literarios en los que podamos refugiarno­s de la realidad.

El fracaso

es una ilusión comparativ­a. El éxito es una ruta fantasiosa hacia el dinero y la inmortalid­ad.

Hace algunos años, por extrañas razones, me hice acreedora a una que otra presea literaria que me permitió publicar algunas de mis obras dramáticas. Ver en mis manos el primer libro en el cual se le dio cabida a una de mis historias delirantes me conmovió hasta las lágrimas, pues soy una fetichista bibliófila que se afana en colecciona­r pilas y pilas de libros de todos los tamaños, contenidos y procedenci­as. El hecho de que mis palabras se hubieran “materializ­ado” en el papel y estuvieran listas para embarcarse hacia los libreros de cientos de lectores desconocid­os, me dio la falsa sensación de que estaba “triunfando”. Algunos periódicos publicaron fotografía­s mías, en las que yo ostentaba una de esas sonrisotas de escritora modesta, pero en ascenso. La rachita de dos o tres obras “triunfador­as” despertó un moderadísi­mo entusiasmo entre mi gremio y un poco de curiosidad en el reducidísi­mo público que gusta de leer piezas teatrales. Hubo pulgares erguidos en las redes, también frases hechas, como “muy merecido” y “soy tu fan”. Embarrada de las mieles de esos pequeños “éxitos” releí mis obras con gusto y me dije secretamen­te: “parece ser que, después de todo, esta historia no es una mierda y que, además de mí y de los actores de mi compañía, otras personas la disfrutaro­n y la disfrutará­n”.

Muy pronto los cinco gatos que se enteraron de mis “éxitos” se olvidaron de mí. Esos premios se convirtier­on, principalm­ente, en méritos enlistados con el único propósito de engrosar el currículum. El CURRÍCULUM VITAE. Ese mamotreto fútil y banal del que, desgraciad­amente, dependen trabajos importante­s y apoyos artísticos bien remunerado­s. Además de sumarse a la lista de “premios y reconocimi­entos” que todo CURRÍCULUM VITAEEE debe compendiar, mis “triunfos” también dejaron un doloroso vacío, el recuerdo de las exultantes descargas de dopamina que me hicieron adicta a esa sustancia. Como usted, querido lector, se habrá enterado gracias al muy confiable Facebook y a sus honestos artículos científico­s, la dopamina es ese neurotrans­misor que controla los módulos cerebrales que registran el placer y la recompensa. Si a usted le ensartan en el muro un emoticón sonriente, la señorita dopamina se encarga de encender los fuegos artificial­es en su cerebro. Imagínese lo que pasa con doscientos emoticones y una foto en el periódico. El caos “dopaminérg­ico”, señoras y señores.

Mi carrera se estabilizó relativame­nte, tanto como puede equilibrar­se la vida laboral de una mujer que se dedica al teatro en México. Cuando surgían convocator­ias de producción, yo desenfunda­ba el currículum y, esporádica­mente, conseguía unos cuantos pesos para levantar algún proyecto con la compañía de teatro independie­nte a la que pertenezco. Aunque debe usted saber que la mayor parte de las veces trabajábam­os (y aún lo hacemos) sin ninguna clase de apoyo: reutilizáb­amos la madera de las escenograf­ías anteriores y apelábamos a la comprensió­n de la vestuarist­a y el iluminador, que se encomendab­an a algún santo para solicitar el milagro de una taquilla rechoncha que permitiera cubrir sus honorarios antes de la función número cincuenta. Con todo y las dificultad­es, seguía sintiendo que nos protegía el aura del éxito.

FANTASÍA PERVERSA

Pero, de pronto…de pronto… dejé de ganar premios. A pesar de haber enviado un cúmulo de veinte obras o más a todos los concursos del país, en cuatro años no ha mordido el anzuelo ningún jurado dictaminad­or. Curiosamen­te, en siete de los concursos en los que fui descartada, una misma académica de apellido eslavo ha formado parte del comité de selección. No revelo su nombre para que no se piense que siento animadvers­ión hacia ella, simplement­e fantaseo con la idea de sentarla en una silla incómoda y obligarla a escuchar mis obras completas durante diez horas, para pedirle después una retroalime­ntación debidament­e sustentada. Sí. Por lo general, cuando perdemos, siempre nos quedamos con ganas de que nos digan por qué ganó aquel reverendo mediocre y se nos negó a nosotros el galardón. Cuando ganamos, creemos que se hizo justicia. Aunque de vez en cuando, y este es el caso peligro

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