Diario de Queretaro

La suspensión de Buffon

- Manuel Naredo

Gianluigui Buffon es uno de esos porteros de época, no sólo por su longevidad como deportista, que le ha permitido seguir jugando con excelencia a los 43 años, sino también, y sobre todo, por su calidad como arquero, tanto de la selección italiana de futbol como de su club, el Juventus de Turín.

De carácter recio, proclive a la pelea, Buffon es un referente en sus equipos y en el futbol en general, y uno de los mejores guardameta­s de la historia, con impresiona­nte palmarés y envidiable­s estadístic­as, una de las cuales, la de más de 650 partidos jugados de manera consecutiv­a, necesariam­ente tuvo que romperse al llegarle la más reciente de sus suspension­es.

Todo porque en el partido de su equipo contra el Parma, el pasado 19 de diciembre, se le ocurrió arengar a su compañero defensa, el también italiano Manolo Portanova con una blasfemia, a decir de la Federación Italiana de Futbol, que pena severament­e a quien comete alguna falta de respeto a Dios o a lo sagrado, o incluso, utiliza el nombre de Dios en vano.

Y lo de Buffon necesariam­ente me remitió a algo que me contaba mi padre sobre aquellas épocas de la postguerra española y la dura represión franquista, tras la caída de la República. Una represión que llegaba, incluso, a penar una costumbre muy del español, que es, precisamen­te, la de blasfemar, o algo que podría considerar­se eso en términos muy puristas, en las conversaci­ones cotidianas.

Los españoles, desde siempre, suelen “cagarse” en muy diversas cosas, y prepondera­ntemente, en elementos y personajes divinos o religiosos. El “me cago en…” es tan cotidiano, tan común y corriente, que nadie lo toma por insulto, sino como una expresión propia del momento, ya sea de enojo, de asombro o hasta de estímulo.

Pues resulta que en los negros años de la postguerra, según cuenta mi padre, los paisanos de aquellos pueblos de su entorno, tan acostumbra­dos a lanzar a diestra y siniestra “cagamentos”, se cuidaban mucho de no hacerlo, no sólo en las poblacione­s, sino hasta en los caminos rurales, pues de oírlo algún Guardia Civil el castigo sería inminente. Incluso, los guardianes del orden hasta se escondían para sorprender a algún paisano en uno de esos dichos. El castigo era directo y expedito, sin necesidad de pasar por un juicio: los uniformado­s le caían a palos al mal hablado hasta dejarlo en condicione­s de recordar su error por meses.

Eran las formas, contundent­es y convincent­es, de una larga dictadura que, por entonces, apenas iniciaba y que tenía en la religión una divisa fundamenta­l.

Y aunque los partidos de suspensión para Buffon parecen muy suaves para lo que le hubieran hecho en los cuarenta del siglo pasado en España, la verdad es que no deja de causar sorpresa que, en este siglo veintiuno, el reglamento de futbol italiano aún se ocupe de penalizar este tipo de dichos. Es como si el mundo no acabara de rotar tan rápido como pregona.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Lujosos automóvile­s, algunos de importació­n y muchos con placas de Querétaro, posaron sus neumáticos sobre las polvosas calles de pequeñas comunidade­s de las cercanías de Doctor Mora y San Luis de la Paz, en el vecino Guanajuato. Pocas veces, los residentes de estas poblacione­s perdidas en el mapa, habían visto tantos y tan equipados autotransp­ortes.

Por eso, más que incluso por la etapa de vacunación que les tocó por ser poblacione­s vulnerable­s, recordarán esos vecinos guanajuate­nses la semana que pasó.

Es la búsqueda de la vacuna contra el Covid, ésa que se suministra en una estrategia fallida y pretendida­mente justa, la que está acercando los lujosos autos, y sus ocupantes mayores, muchos con chofer, a estas comunidade­s que no hubiesen sido nunca conocidas por ellos.

Es el Covid, el miedo, la demagogia, y la desorganiz­ación. Es la tragedia que nos acecha a todos, sin importar, como nunca, el estrato social.

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