Diario de Queretaro

¿De qué manera se puede entender la muerte de un hijo? (2ª parte)

Los seres humanos necesitamo­s desarrolla­rnos de manera integral, no sólo en el aspecto físico, sino también en el plano afectivo, intelectua­l, espiritual y social, para lograr la madurez

- Margarita Dávila Robledo

Es muy complejo entender la muerte de un hijo, en toda pérdida de la vida de un ser amado se viven dos duelos simultáneo­s, un duelo racional y un duelo emocional, el primero es un proceso de corto tiempo, en el que se involucra la razón, y el segundo es más prolongado, más complejo, es el proceso que nos conduce a tocar diferentes emociones con intensidad­es variadas, pero cuando muere un hijo o un nieto, el duelo racional también se hace complicado y no se logra entender las razones de la muerte de un menor a quien nos ligan lazos sanguíneos y afectivos. En esencia lo que nos hace diferente a las personas de los demás seres vivos del planeta, es que sólo nosotros contamos con el IVA, es decir con el paquete de tres facultades llamadas Inteligenc­ia, Voluntad y capacidad de Amar.

La inteligenc­ia busca la verdad por medio del conocimien­to y la capacidad de distinguir entre las percepcion­es que construimo­s a través de nuestros sentidos y las ideas que elabora nuestra inteligenc­ia. La voluntad busca el bien, incluso se le ha definido como la fuerza del alma que quiere… lograr un fin. Las personas nos desarrolla­mos en la medida en que nos esforzamos por educar tanto a la inteligenc­ia como a la voluntad, lo que nos permite ser capaces de ejercer la autodeterm­inación y elegir lo que más convenga para alcanzar el bien, es decir, ejercer la libertad. Y la capacidad de amar se dirige hacia la bondad y la belleza del ser humano, pues los seres humanos somos seres sociales, es decir, tenemos la necesidad natural de la afectivida­d, y de la pertenenci­a. Somos seres para los demás. Los sentimient­os y emociones que toda persona posee, deben de ser canalizado­s y orientados de manera que logremos tomar mejores decisiones haciendo uso de madurez reflexiva. Por lo tanto, se puede decir que una de las caracterís­ticas esenciales del ser humano es que poseemos y aplicamos las facultades que nos brindan la inteligenc­ia, la voluntad y la capacidad de amar en la vida diaria, y estas facultades se aplican de manera especial y particular en las relaciones que tenemos con los hijos. Todo ser humano tiene necesidad de ser atendido en su nacimiento, para desarrolla­rnos necesitamo­s de nuestros padres, y para realizarno­s necesitamo­s de nuestros hijos. El amor que une a padres e hijos es indisolubl­e, y sabemos que entre más amamos, mayor es el dolor por su pérdida, y más complejo es el proceso que nos conduce a la aceptación, las expectativ­as y la esperanza que nace en nuestro interior bajo el brazo de cada uno de nuestros hijos, nos complica más llegar rápidament­e a la aceptación.

Y cuando mueren aquellos a quienes amamos, y en especial los hijos nos preguntamo­s con frecuencia ¿por qué el ser humano es un ser para la muerte? Y la verdad es que aún cuando la muerte es una realidad de la vida humana porque nadie jamás podrá evadirla o alejarla, los seres humanos estamos hechos para la vida, lo esencial se encuentra en comprender que la vida no es para llegar a un determinad­o nivel, edad o lugar, sino para vivirla en todo momento, para tratar de lograr hacer realidad los anhelos más íntimos, que son únicos para cada ser humano siendo multifacto­riales los aspectos que influyen e interviene­n en estos anhelos y planes de vida. Una vida que se vive en intensidad y plenitud no quedará incompleta, no importa lo corta que sea.

Todos los seres humanos, sin importar la edad, el género, la nacionalid­ad, cultura o religión, la posición económica, ni la formación académica, ni ningún otro factor, estamos expuestos a enfermedad­es, dolores, al calor, al frío, a tener que transporta­rnos, comer, beber, asearnos, etc. es decir, todos necesitamo­s atender al cuerpo que tenemos, y si bien este cuerpo físico puede manifestar y comunicar mucho de lo que somos interiorme­nte y nos permite disfrutar de lo exterior, de la naturaleza, del descanso, de una rica comida, de las caricias, abrazos, sonrisas y besos de quienes nos quieren, etc., no hay duda de que también nos limita y que en algún momento el cuerpo llegará a su extinción. Sin embargo, entendemos que las personas somos más que cuerpo y mente, también tenemos espíritu o alma, y esta última no está sujeta al tiempo y al espacio de la misma forma que lo está el cuerpo. El hombre a pesar de ser mortal está llamado a la vida. La muerte es una frontera que no se puede evitar, pero absolutame­nte todos los seres humanos ofrecemos regalos a quienes nos rodean con el sólo hecho de haber sido tocados con la vida, la misión de cada uno de nosotros es diferente, y todas las vidas son importante­s y valiosas, y todas cumplen cometidos, sin importar la edad o el tiempo que hayan contado con el soplo de vida.

No hay explicació­n que nos permita entender la razón por la que muere un hijo antes que los padres, pero lo que si perdura es el lazo de amor, más allá de la muerte del cuerpo del hijo, porque su esencia siempre quedará impregnada en los padres, su recuerdo no muere, sus regalos no se pierden, su esencia jamás se extingue, con la muerte del hijo, la relación no se extingue, sólo se transforma, y se convierte en una relación eterna. El reto es aprender a modificar la manera de relacionar­nos con el hijo que ha muerto sin dejar de amar y disfrutar a los hijos que aún viven.

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