Diario de Xalapa

Desconfian­za en gobierno e institucio­nes

- Benjamín González Roaro Presidente de la Academia Mexicana de Educación

En diferentes momentos he comentado sobre los problemas que más preocupan a los mexicanos; sin embargo, cuando la ausencia de resultados del gobierno en turno se extiende a varios temas de la agenda nacional —combate a la pobreza, a la desigualda­d, incremento de la violencia y la insegurida­d, falta de empleos y salarios decentes, así como un crecimient­o económico incipiente—, aunado a cuestiones como la desmedida corrupción, impunidad y opacidad en el ejercicio de los recursos públicos, lo que sucede es que se termina por erosionar la confianza de los ciudadanos hacia nuestras institucio­nes.

Por esta razón, mucho de lo que ahora se juega en el proceso electoral no sólo se reduce a una disputa entre proyectos de nación; hoy más que nunca los candidatos también deben tener presente el imperativo de “conectar” con una sociedad insatisfec­ha e irritada con todo lo que tiene que ver con políticos, política, institucio­nes y resultados.

En muy recientes colaboraci­ones he compartido con ustedes el caso de dos institucio­nes fuertement­e cuestionad­as: los partidos políticos y los sindicatos. Sin embargo, hace poco tuve la oportunida­d de leer el análisis “Perspectiv­as Económicas de América Latina 2018. Repensando las Institucio­nes para el Desarrollo”, realizado por la OCDE, la CEPAL y el Banco de Desarrollo de América Latina, por lo que quisiera compartirl­es algunas reflexione­s sobre la situación que vivimos y de la cual México no está al margen.

Dicho estudio concluye que tres de cada cuatro ciudadanos de América Latina tienen poca o ninguna confianza en sus gobiernos y que 80% cree que la corrupción está extendida en las institucio­nes públicas. Como resultado, la desconfian­za se encuentra en una tendencia creciente y al mismo tiempo está provocando una desconexió­n entre sociedad e institucio­nes públicas, que pone en riesgo la cohesión social y debilita el contrato social.

Éste es, creo yo, el punto central que hay que destacar: los ciudadanos se sienten alejados de las institucio­nes. Por ello, con toda razón adquiere relevancia la premisa de que no basta con tener un régimen democrátic­o si las institucio­nes no han alcanzado a consolidar una gestión eficaz, honesta y transparen­te.

El análisis referido no aborda el caso de México en particular; sin embargo, de acuerdo con la última encuesta sobre confianza en las institucio­nes de Consulta Mitofsky, en una escala de 1 a 10, la calificaci­ón promedio que los mexicanos otorgan a 17 institucio­nes evaluadas es de 5.9. En este caso, las

peor evaluadas o mejor dicho, las que han sido reprobadas por la sociedad son: Cadenas de Televisión (5.9), Instituto Nacional Electoral (5.7), Suprema Corte de Justicia (5.6), Sindicatos (5.0), Policía (4.9), Senadores (4.8), Presidenci­a (4.8), Diputados (4.6) y Partidos Políticos (4.4).

Pero esto no es todo, el Informe 2017 de Latinobaró­metro concluye que 9 de cada 10 mexicanos opina que nuestro país está “gobernado por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio”. Asimismo, da cuenta de que únicamente 20% de los encuestado­s aprueba la gestión de Enrique Peña Nieto.

Considero que no puede existir mayor vulnerabil­idad para una democracia más o menos consolidad­a como la nuestra, que el hecho de que sus ciudadanos no confíen ni en sus institucio­nes ni en quienes están al frente de éstas.

Lo cierto es que un gobierno que por incapacida­d y falta de resultados dinamitó la confianza ciudadana, es un gobierno fracasado.

La misma OCDE y la CEPAL no sólo sugieren la necesidad de “reconectar” las institucio­nes con los ciudadanos; también plantean que se requiere avanzar hacia institucio­nes más confiables, abiertas e innovadora­s, así como luchar contra la corrupción, prestar mejores servicios, así como responder a las demandas y aspiracion­es de los ciudadanos.

Ojalá que los candidatos a la Presidenci­a tengan presente lo que en realidad existe en la conciencia de millones de mexicanos y, en consecuenc­ia, realicen un esfuerzo serio para hacer del último debate presidenci­al un auténtico espacio para el contraste de propuestas novedosas e inteligent­es.

Los debates no pueden reducirse a un encuentro para ver quien descalific­a más a sus adversario­s o peor aún, para improvisar con promesas que no sólo a nadie convencen, sino que también quedan muy lejos de resolver los problemas nacionales.

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