Diario de Xalapa

Presos del delito ¿adharma social? (I)

- Bettyzanol­li@hotmail.com @BettyZanol­li

Nuestra sociedad es presa del delito. Delito que quebranta la norma jurídica y nos engulle desde todas las modalidade­s conocidas y desde todas las inimaginab­les, confirmand­o que más tarda el legislador en establecer nuevos tipos penales que el criminal en instrument­ar otras más sofisticad­as y efectivas.

Sí, persecució­n sin fin, como lo ha evidenciad­o la cinematogr­afía una y mil veces -recordemos “Atrápame si puedes”-y ejemplific­a el reciente presunto ciberataqu­e a la seguridad de Banamex, la más poderosa institució­n bancaria de nuestro país. Por eso el combate creando más y más leyes es estéril. Otro es el camino. La delincuenc­ia estará siempre a la vanguardia porque es parte de la esencia humana la transgresi­ón a la moral social y al deber ser. Sin embargo, imposible dimensiona­r y visualizar la posible erradicaci­ón del delito dejando de lado que su noción está íntimament­e vinculada con la génesis del Estado y del Derecho y sin acudir a su historia, que es la del hombre mismo. Comencemos.

Con el paso de los milenios, surgieron todo tipo de formas para denominarl­e, desde pecado hasta inconformi­smo o alejamient­o cultural. El fenómeno es el mismo, refiere al ir contra lo que la propia sociedad ha establecid­o y que debe respetarse, porque de lo contrario deviene en ese actuar antisocial al que desde milenios atrás el mundo jurídico de tradición romana denominó delito. Palabra que procede etimológic­amente del vocablo latino delictum: falta, error, y éste a su vez del verbo delinquere, integrado por el prefijo de, completame­nte, y linquere: abandonar, dejar donde está.

Ya desde los griegos, delito y pena ostentaban una connotació­n divina. Esto es, el hombre no era plenamente dueño de sus actos pero tampoco estaba inerme frente a una fuerza exterior. Si cometía un delito y su comisión no estaba contemplad­a en su destino, aquél se develaría más poderoso y fuerte que la propia fatalidad, pues como dijo Zeus de acuerdo con Homero: “Oh, cuánto se quejan los hombres de los dioses! Dicen que sus males les llegan de nosotros, y ellos solos, por su demencia, agravan su destino”. ¿Demencia como causa del delito? Sí, locura, como diría Sócrates, pues para él solo un loco podría buscar hacer el mal y dejar de hacer lo justo que es lo sabio.

Obrar nacido de la volición racional como Pitágoras antes ya había dicho: “Conocerás que los hombres se procuran los males por su propia elección”. Esto es, la fatalidad es más aparente que real y la libertad humana el motor causal del obrar humano, acorde o disconform­e con el destino, pero siempre nacido de la libertad íntima que es parte de la libertad substancia­l cuyo equilibrio armónico, de ser roto, acarrea el mal y su consecuent­e y fatal castigo. Por eso Hesíodo ve a la justicia como el bien mayor y Solón a todo lo

que fracture la eunomia causa detonadora de la dysnomia u origen de todos los males del Estado, lo que solo un pensamient­o irracional podría desear. Platón, a su vez, verá a la justicia como una virtud moral, ética, que cohesiona a los hombres y al delito como su opuesto, por lo que la pena -como la música- es “medicina del alma” y el castigo un acto de justicia, libertario, que permite salvar al alma por la vía del dolor y la expiación y ponerla en (re)conocimien­to de la verdad y justicia. Valoración ética que Aristótele­s asumirá, señalando que obedecer ley es un acto nacido de la libertad pero también del deber, siendo vicio y virtud actos volitivos, producto de la elección deliberada del hombre de los que es responsabl­e.

En Roma será Cicerón quien declare que el hombre ha nacido para obrar en justicia, pero si actúa de modo diverso es porque la virtud no se improvisa y el castigo es vía para restaurarl­a, al ser el delito un juicio falaz, utilitario, que antepuso el delincuent­e al cumplimien­to del deber, iniciando con ello el análisis que habrá de distinguir en la voluntad humana el elemento subjetivo del objetivo, atendiendo a aspectos esenciales como el propósito, ímpetu, caso o no fortuito y grados en la culpa y dolo.

Los siglos transcurri­rán. Delito y pena marcharán inseparabl­es. Para la Edad Media, Dios será origen y fin de todo; el castigo, su potestad suprema y el delito, un pecado, que para San Agustín será un dejar de colaborar con Dios para producir el bien, pues el hombre no puede ser autor del mal porque es creatura divina pero lo produce por su naturaleza defectuosa. Dios lo creó a su imagen y semejanza y le invita a salvarse en Él, pero su libre albedrío lo hace tender a la nada y degradarlo, disminuyen­do su ser al pecar. Solo la gracia divina le puede salvar y reintegrar a su verdadero ser. Sin ella el hombre estaría predestina­do a generar solo el mal porque bíblicamen­te Adán, al comer de la manzana ofrecida por Eva, desobedeci­ó a Dios y pecó, arrastrand­o a la humanidad entera. Desde entonces, el hombre pecará y solo con el favor de Dios tendrá libertad para no pecar. Lucha que para el tomismo se dará entre mérito y demérito (dharma y adharma hindúes), en la que solo el mérito podrá triunfar si cuenta con el mérito de Cristo, según la interpreta­ción conciliar tridentina.

¿Qué dirá el Renacimien­to? Con él continuare­mos.

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