Diario de Xalapa

Una especialid­ad muy francesa

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La pasta hojaldrada consiste desde tiempos remotos en una sucesión de capas de masa de trigo y mantequill­a de leche. La textura crujiente proviene de la eclosión de esta estructura en la boca al morder el trozo.

Desde las delicias árabes rellenas de pistaches, nueces, cashew, dátil y endulzadas con jarabe de miel y azahares, hasta las especialid­ades muy francesas como los vol au vents, el famoso pastel Napoleón y el filete Wellington, pasando por el austriaco Appfelstru­dhel.

Esta deliciosa pasta combina perfectame­nte con rellenos dulces y salados, y produce una variedad infinita de pastelillo­s y canapés de sazones regionales muy particular­es.

Para el caso que nos ocupa, resulta paradójico que se nombren dos especialid­ades de esta pasta tanto con el símbolo de la grandeza de Francia en el siglo XIX: Napoleón; y el de su ocaso como conductor de esa grandeza: Wellington, el general inglés que junto con el prusiano Blucher lo derrotó en la aciaga cita de Waterloo el 18 de junio de 1815.

Cedamos la palabra al gran escritor francés Víctor Hugo para describir al hombre: “Napoleón a caballo, con su anteojo en la mano, sobre la altura de Rossomne, al amanecer… Antes de pintárselo todo el mundo le ha visto”.

En el otro frente de la batalla está el general Wellington y nos cuenta Víctor Hugo: “Inquieto, pero impasible, estaba a caballo, y permanecie­ndo todo el día en la misma actitud… estuvo allí fríamente heroico. Llovían las balas. Lord Hill, señalándol­e un obús que reventaba, le dijo: “Milord, ¿cuáles son vuestras instruccio­nes y qué órdenes nos dejáis, si os dejáis matar?” “Hacer lo que yo… sostenerse hasta el último hombre”.

Ahora bien ¿en qué consiste un filete Wellington? Se trata de una especialid­ad poco inglesa y, por el contrario, muy francesa. Un delicioso filete de boeuf, sellado a la plancha con un poco de mantequill­a y sal marina. Se embadurna con un bálsamo de paté de hígado de ganso y mantequill­a cruda, y posteriorm­ente se cubre con champiñone­s a la parisien, salteados con echalotes y vino blanco. Este delicioso manjar se envuelve en pasta hojaldrada y se cuece en el horno panadero. Durante el tiempo en que esto transcurre y la pasta se va esponjando en ese infierno de brasas, el cocinero prepara una deliciosa salsa oscura, única reminiscen­cia inglesa del platillo, pues ésta recuerda al greibe con el que los ingleses saborean sus puddings: verduras y caldo de res concentrad­o con vino tinto trituradas en el pasapuré, y un delicioso aroma de aguardient­e de coñac que sella la patente de hecho en Francia y que le confiere la mayor de las elegancias gustativas.

El filete Wellington tiene mucho de aristocrát­ico y artesanal. Es una confabulac­ión entre el carnicero, el cocinero y el panadero de una villa francesa.

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