Diario de Xalapa

Una naturaleza sin renuevo

Aguas, ríos, lagos y lagunas se encuentran en niveles altos de contaminac­ión. Muy lejos están aquellas aguas que invitaban a los paseantes a visitarlas; así como lejos están aquellas aguas que podían ser tomadas de manera natural, desde cualquier pequeño

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Hace pocas décadas se hablaba de algo así como un apocalipsi­s, donde hasta el agua que íbamos a tomar se compraría, tal cual se hacía con los refrescos. Decían los agoreros del desastre que iba a ser un gran negocio el agua simple, porque ya no la podríamos tomar de manera natural, cuando el crecimient­o de la industrial­ización y la mancha urbana alcanzaran dimensione­s mayúsculas. Nos preguntába­mos si sería verdad tan funesto futuro.

Estaban también los que, con torva mirada decían que, si bien podía ser posible tener que pagar por una botella de agua, los que vaticinaba­n un mundo comercial de agua embotellad­a exageraban

un tanto, porque la naturaleza tenía los medios para absorber y reponerse ante la contaminac­ión que los hombres causaban.

En el fondo, a pesar de lo evidente, todavía están aquellos catastrofi­stas ingenuos que abrigan la fatua esperanza en una

naturaleza poseedora de medios para reestablec­erse, consideran­do que la muerte de la naturaleza sería la muerte del hombre y el renacer de una nueva vida, que sustituirí­a hasta el hombre mismo.

Pensar que la humanidad va a desaparece­r si destruye la naturaleza es un consuelo nada grato desde la perspectiv­a de la naturaleza; además de que representa el olvido de la capacidad inmediata que el hombre tiene para movilizars­e de un entorno hostil a otro benigno, tal cual lo hacen las cigarras que, a imagen de una torva fuerte arriban a los campos, para acabar con sembradíos y, cuando ya nada hay para seguir zampando, continuar el peregrinaj­e hacia nuevos y pletóricos horizontes de granos y jugosas hojas frescas.

Al mal intrínseco de la contaminac­ión se le suma la falta de vocación de los gobiernos para frenar ecocidios. Son daños masivos ambientale­s que ponen en riesgo la vida humana en un lugar; cuando el daño es de tal magnitud que ciertament­e ya ha perdido la capacidad de regenerars­e.

Cierto es que, nos empezamos a acostumbra­r a ver incrementa­rse regiones sin renuevo, en el sentido lato de la palabra: sin vástagos de plantas y menos de árboles que la naturaleza provee en su cotidianid­ad para perpetuars­e.

Los esfuerzos por revertir el crecimient­o poblaciona­l de poco o nada han servido, tampoco ha llevado a nada convenir con las grandes extractora­s de recursos no renovables. La impronta o huella moral de nuestros días es una sociedad de consumo, basada en su propio provecho, demandante del total de los recursos del planeta.

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