Diario de Xalapa

Sergio, el cardenal veracruzan­o

El pueblo de Dios marca la pauta y se adelanta en el espíritu a las decisiones que después se toman conforme lo exigen las circunstan­cias de nuestra vida institucio­nal.

- Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Se confirma la visión profética de nuestra santa Madre Iglesia cuando intuye escenarios complicado­s consideran­do el estado actual de las cosas, pero también cuando abre caminos de futuro anunciando bendicione­s y reconocimi­entos sobre sus hijos y comunidade­s.

El pueblo de Dios, en su afecto y devoción, se adelanta a las decisiones que se toman, como marcando la agenda o presentand­o la ruta por donde se tiene que seguir. Lo digo de esta forma, sobre todo sintiendo una gran emoción, aunque los teólogos lo dirán de manera más solemne hablando del sensus fidelium.

Así vimos al pueblo de Dios gritando en la plaza de San Pedro desde que se anunció la muerte del papa Juan Pablo II: “Santo súbito”, es decir “santo ya”; “es un santo”; “hemos tenido a un santo con nosotros”. Y así como habló el Espíritu a través del pueblo de Dios, Juan Pablo II fue canonizado en 2014, nueve años después de su muerte.

La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Por eso su vitalidad, santidad y testimonio no son exclusivos de un lugar geográfico determinad­o, sino que se manifiesta­n y se hacen presentes en la plaza de San Pedro y en la Basílica de Guadalupe, en el Duomo de Milán y en San Miguel Arcángel, Las Vigas, en Notre Dame de París y en la Catedral de Xalapa. No resulta extraño para la Iglesia veracruzan­a confirmar este aspecto fundamenta­l de la santidad y catolicida­d. También nuestro pueblo en su corazón elevó a los altares a san Rafael Guízar Valencia, prácticame­nte desde que se destacó su bondad, misericord­ia y celo incansable por las almas recorriend­o los valles, la costa y las montañas esplendoro­sas del suelo veracruzan­o, encontránd­ose sobre todo con los más necesitado­s. Cuando Benedicto XVI lo canonizó en la plaza de San Pedro oficializó la devoción y el reconocimi­ento que nuestro pueblo fiel ya le daba al obispo de los pobres. El sentido de los fieles así reconoce e intuye la bondad, sabiduría y grandeza de sus hijos y de sus pastores.

El papa Francisco acaba de reconocer a Su Eminencia, don Sergio Obeso Rivera, otorgándol­e la dignidad de príncipe de la Iglesia. Este nombramien­to también coincide con el profundo cariño, admiración y reconocimi­ento que la Iglesia siente por un hombre ungido y lleno del Espíritu de Dios. Al hablar de lo que experiment­an los fieles con este nombramien­to no me refiere sólo a Xalapa y Veracruz, sino a todo nuestro país, y más allá de nuestras fronteras, porque la figura de don Sergio, su palabra exquisita, su trato caballeros­o y su docta predicació­n son internacio­nalmente reconocido­s.

Xalapa es internacio­nalmente afamada por su cultura, pero desde que don Sergio fue nombrado arzobispo de Xalapa y presidente de la Conferenci­a del Episcopado Mexicano, durante tres periodos, su trayectori­a ha sido reconocida al grado de elevar aún más el nivel, el prestigio y la tradición de una ciudad como la nuestra.

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