Sergio, el cardenal veracruzano
El pueblo de Dios marca la pauta y se adelanta en el espíritu a las decisiones que después se toman conforme lo exigen las circunstancias de nuestra vida institucional.
Se confirma la visión profética de nuestra santa Madre Iglesia cuando intuye escenarios complicados considerando el estado actual de las cosas, pero también cuando abre caminos de futuro anunciando bendiciones y reconocimientos sobre sus hijos y comunidades.
El pueblo de Dios, en su afecto y devoción, se adelanta a las decisiones que se toman, como marcando la agenda o presentando la ruta por donde se tiene que seguir. Lo digo de esta forma, sobre todo sintiendo una gran emoción, aunque los teólogos lo dirán de manera más solemne hablando del sensus fidelium.
Así vimos al pueblo de Dios gritando en la plaza de San Pedro desde que se anunció la muerte del papa Juan Pablo II: “Santo súbito”, es decir “santo ya”; “es un santo”; “hemos tenido a un santo con nosotros”. Y así como habló el Espíritu a través del pueblo de Dios, Juan Pablo II fue canonizado en 2014, nueve años después de su muerte.
La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Por eso su vitalidad, santidad y testimonio no son exclusivos de un lugar geográfico determinado, sino que se manifiestan y se hacen presentes en la plaza de San Pedro y en la Basílica de Guadalupe, en el Duomo de Milán y en San Miguel Arcángel, Las Vigas, en Notre Dame de París y en la Catedral de Xalapa. No resulta extraño para la Iglesia veracruzana confirmar este aspecto fundamental de la santidad y catolicidad. También nuestro pueblo en su corazón elevó a los altares a san Rafael Guízar Valencia, prácticamente desde que se destacó su bondad, misericordia y celo incansable por las almas recorriendo los valles, la costa y las montañas esplendorosas del suelo veracruzano, encontrándose sobre todo con los más necesitados. Cuando Benedicto XVI lo canonizó en la plaza de San Pedro oficializó la devoción y el reconocimiento que nuestro pueblo fiel ya le daba al obispo de los pobres. El sentido de los fieles así reconoce e intuye la bondad, sabiduría y grandeza de sus hijos y de sus pastores.
El papa Francisco acaba de reconocer a Su Eminencia, don Sergio Obeso Rivera, otorgándole la dignidad de príncipe de la Iglesia. Este nombramiento también coincide con el profundo cariño, admiración y reconocimiento que la Iglesia siente por un hombre ungido y lleno del Espíritu de Dios. Al hablar de lo que experimentan los fieles con este nombramiento no me refiere sólo a Xalapa y Veracruz, sino a todo nuestro país, y más allá de nuestras fronteras, porque la figura de don Sergio, su palabra exquisita, su trato caballeroso y su docta predicación son internacionalmente reconocidos.
Xalapa es internacionalmente afamada por su cultura, pero desde que don Sergio fue nombrado arzobispo de Xalapa y presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, durante tres periodos, su trayectoria ha sido reconocida al grado de elevar aún más el nivel, el prestigio y la tradición de una ciudad como la nuestra.