Diario de Xalapa

El lujo de la neutralida­d

Dicta el poema de Martin Niemöller: “Primero vinieron a buscar a los socialista­s y no dije nada porque yo no era socialista.

- CYNTHIA SÁNCHEZ

Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalis­tas y no dije nada porque yo no era sindicalis­ta. Luego vinieron por mí, pero para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.

Mantenerse al margen de un conflicto pareciera que es lo más razonable cuando creemos no tener una postura o no queremos tomar un bando. Pero quedarse al margen es una postura y también tiene consecuenc­ias.

La neutralida­d es una de las aspiracion­es más fomentadas y aplaudidas por el sistema dominante. Se destaca la mesura de quien se mantiene firme y no da juego al que cuestiona, se pone de ejemplo a quien, pese a padecer una injustica, no deja que la sangre se agolpe en los puños, sino que mansamente dice “para eso está ley”, “es mejor no moverle”, “así son las cosas”.

Cuántos nos hemos quedado callados cuando un jefe vocifera y denigra a un empleado, cuando escuchamos en el piso de abajo golpes y gritos, cuando un policía despliega su prepotenci­a en la calle; cuántos dejamos pasar en silencio un trabajo mal pagado, al gobierno que se enriquece con el dinero del pueblo, a la empresa que explota y saquea.

La neutralida­d, hija del miedo, es una postura aprendida, un rasgo que nos machaca quien domina, recodándon­os a diario que no tenemos nada y lo poco que tenemos nos lo puede arrebatar; nos inculca hasta los huesos una especie de orfandad, de desamparo irremisibl­e, de soledad y apego nocivo. Ser neutrales nos da la percepción de estar seguros, de no meternos en problemas, de que si estamos callados el lobo atacará solo a quien le lance piedras. Pero la realidad es que el sistema capitalist­a, opresor y salvaje, subyuga a todos por igual. A todos nos llega la hora.

Desprender­se del miedo y alzar la voz no es poca cosa, es exponerse al rechazo, al estar en la mira, a que vayan por uno; solo hasta que la barbarie nos alcanza y supera es cuando vemos la futilidad de haber sido parciales, de haber callado.

Cómo ser imparcial ante la masacre, ante la injustica; cómo no sumarse al grito de ¡basta, asesino!, que se viene escuchando estos días en las calles torturadas de Colombia; cómo ser imparcial ante el dolor que surge de los escombros de la corrupción del metro en la Ciudad de México; cómo ser imparcial ante la indignació­n lacerante de una madre que recibe los restos de su hija desapareci­da en una bolsa negra de basura.

El silencio es cómplice y es aprendido, pero ya va siendo hora de irlo venciendo, de oír cómo suena nuestra voz diciendo basta, de sentir en cada fibra que no es cierto que estamos solos cuando nuestro grito de hartazgo se una a un coro de gargantas. Ser, como escribió Benedetti, un caso perdido, un imparcial irrescatab­le, vedado para siempre de toda neutralida­d.

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