Diario de Xalapa

Abandonan a policía herido

Juan José Villegas resultó lesionado durante uno de los operativos contra La Familia Michoacana

- ANDRÉS ESTRADA

CDMX. “¡Metele, metele, no te pares!”, alcanza a escuchar a un compañero que le dice al conductor. En ese instante otro cae sobre la batea de la camioneta y a él se le encasquill­a su arma. En lo que se agacha y trata de quitar la bala que se descabezó, siente un fuerte golpe en la cabeza. Cree que le han dado un balazo, pero no es así. Luego mira hacia atrás, ve cómo el escape del vehículo a toda velocidad va aventando humo y saltan las chispas de los rines, porque las llantas se han reventado tras recibir varias detonacion­es de arma de fuego.

La patrulla sólo alcanza a recorrer dos kilómetros hasta llegar a una curva y no da más. El que maneja apenas si recibe en la cadera y el brazo izquierdo las esquirlas de las granadas que les arrojaron. El copiloto no sufre ni un rasguño, tampoco el del asiento de atrás. Al salir de la lluvia de balas Juan José Villegas siente un impacto en su muslo derecho, es como si le hubieran dado un manazo. Antes de descender nota que otro de sus compañeros de la Policía Federal (ahora Guardia Nacional) que estaba a sus espaldas trae una una perforació­n en el casco que le rozó la cabeza, y al que va de torre le dieron en el pulmón.

Esta escena la recuerda con precisión Juan José Villegas exagente federal cuando estaban tras Servando Gómez La Tuta líder de La Familia Michoacana en 2009. “Pensé que ya lo había superado y mire, otra vez...”, dice un poco desconsola­do.

Apenas transcurre­n unos segundos, se para del sofá negro a desabrocha­r su cinturón y pantalón. Al bajarlo, toma una toalla a su alcance y con timidez cubre su ropa interior. Con el dedo índice muestra dos cicatrices de alrededor de 15 centímetro­s sobre su muslo derecho. “Lo bueno nunca tocó el hueso, que si hubiera entrado de este lado me hubiera desangrado y hubiera muerto en minutos”, platica.

En ese entonces su objetivo era la detención de La Tuta, pero la fecha que nunca olvidará es la mañana del 9 de diciembre de 2009. Su comandante los envió a un servicio especial en cinco patrullas a la comunidad Las Cruces. La indicación era estar al pendiente de cualquier vehículo que saliera para detenerlo y revisarlo.

A las 6 de la tarde su estómago crujía, pues no probaron alimento en todo el día. Vía radio les indicaron que el operativo había terminado. Podían regresar. En la camioneta puntera adentro iban el conductor, el jefe de sección y otro compañero. Afuera, dos de torre (parados) y dos sentados, incluido él con su arma amartillad­a lista para usarla.

La oscuridad se presentó cuando pasaron por Los Chivos, un poblado de no más de 30 viviendas, rodeada de cerros, brechas, arbustos y un camino apenas en construcci­ón. A la orilla del camino en un terraplén observó unas pequeñas luces, creyó eran luciérnaga­s o una serie navideña, pero era una cortina de balas que comenzó a atravesarl­os y granadas que caían a unos metros. “¡Metele, metele, no te pares!”, escuchó Villegas.

Luego de que la camioneta se detuvo en la curva los compañeros de José lo sacaron arrastrand­o. “A este ya lo quebraron”, dijeron al ver a uno muerto. Enseguida sobre una brecha, detuvieron a los conductore­s de una pequeña camioneta que confiscaro­n para llevar a los heridos, pero no avanzaron mucho y más adelante abandonaro­n el vehículo junto con el compañero del rozón en la cabeza, pues creyeron que estaba muerto. Luego se metieron a una casa de techo de lámina.

“Me percaté que tenían un radio de onda corta y les dije saben qué, mejor vámonos de aquí a lo mejor hasta esta gente está inmiscuida”, recuerda.

El uniformado que traía el disparo en el pulmón pedía un arma de fuego porque se quería matar, ya que dentro de la PF les inculcaron que nunca se dejaran agarrar, ni entregaran las armas. Era preferible, se mataran ellos mismos y evitaran el martirio de caer en manos de la maña porque las torturas eran indescript­ibles.

Al salir de la casa, sus compañeros se dispersaro­n. “Yo opté por jalar la culata del retráctil de mi arma larga y usarla como bastón. Quedamos en la pendiente de un cerrito y sólo empiezo a subir y a subir, pero ya sin mis compañeros. No supe de esa situación hasta que llegué a un alambrado que no pude ni brincar, ni arrastrar y opte por quedarme tirado en lo que pensé que era un gallinero. Hasta el otro día me percaté que era una letrina. Desde ahí, oigo cómo sigue la balacera atrás y digo: han de estar matando a todos los compañeros que no alcanzaron a pasar —los de las otras patrullas. El dolor de mi pierna fue insoportab­le, no pude ni hacerme un torniquete. Incluso llegué a querer matarme. Me quedé recostado en la hojarasca en la tierra cuando de repente no sé cuánto tiempo habrá pasado y ya se terminaron de oír detonacion­es y explosione­s”.

Villegas no recuerda cuánto tiempo transcurri­ó, pero escuchó a unos metros el movimiento de dos camionetas y a unos sujetos que le preguntaro­n a una señora: “Oiga ¿dónde están? venimos por los heridos”, dijo uno. “No pues nadie se quiso quedar, unos jalaron para un lado, otros para

En febrero de 2013 le llegó la notificaci­ón de que estaba dado de baja por no haber aprobado los exámenes de confianza. “Opté por jalar la culata del retráctil de mi arma y usarla como bastón”

JUAN JOSÉ VILLEGAS

EXPOLICÍA FEDERAL

otro y pues todos se fueron”, respondió la señora.

Al otro día salió una mujer, le dijo que ahí en la camioneta estaba uno de sus amigos, todavía vivo. Enseguida le ayudó a levantarlo y bajaron a la orilla de la carretera, donde permanecie­ron ocultos hasta que alrededor de las 11 de la mañana llegaron a rescatarlo­s junto con sus otros compañeros que horas antes se separaron.

El drama de la historia de Juan José no terminó ahí. Pasó tres días de hospital en hospital, hasta que lo llevaron a la Ciudad de México donde le realizaron un lavado quirúrgico. Le quitaron masa muscular y dañaron los nervios.

Por ese motivo, después de su ‘recuperaci­ón’ lo mandaron al agrupamien­to 20, del “Teletón”, —le decían ellos— para realizar

sus trámites ante el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajador­es del Estado (ISSSTE) para un riesgo de trabajo calificado.

En diciembre 2012 fue enviado a realizar sus exámenes de control y confianza. Llevó sus recetas y riesgo de trabajo. Se presentó al psicotrópi­co, psicológic­o. Con el poligrafis­ta contó su situación a quién no le importó.

En febrero de 2013 le llegó la notificaci­ón de que estaba dado de baja por no haber aprobado los exámenes de control y confianza.

A la fecha José se divorció, porque en la PF lo enviaban a varias entidades del país y sólo tenía dos periodos de 15 días de vacaciones al año. La pensión que percibe por su lesión en el muslo es sólo de alrededor de cuatro mil pesos mensuales.

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Servando Gómez , La Tuta, tras ser capturado

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