Diario de Xalapa

El grande ejemplo de Abraham

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el padre en la fe, y es el modelo de quien se decide entrar por la puerta de la fe. Era un hombre que, a la edad de setenta y cinco años vivía con todas las comodidade­s que la buena vida puede incluir, en Jarán, con su mujer Sara y su sobrino Lot. Era un hombre como todos los demás, que estaba destinado a ser sepultado como todos los demás, sin que nadie hiciera mención de él. Un hombre con una vida común, como común es la vida de todos y cada uno de los que habitamos el planeta tierra.

Abraham es

No manifiesta la Palabra de Dios que haya sido un hombre malo, tampoco manifiesta el texto del Génesis que haya sido un hombre exquisito en el cumplimien­to de ciertas leyes; era un hombre común, trabajador y que había logrado una gran hacienda. Sólo podemos encontrar en el hecho de la esterilida­d de Sara, en relación con la mentalidad de ese tiempo, que Dios no los bendecía, pues una muestra de su bendición era la descendenc­ia, Abraham y Sara no tenían este gesto tan delicado de parte de Dios. Eso era lo único que los diferencia­ba de los demás. Tampoco es que el texto bíblico sea preciso sobre si ellos deseaban hijos.

Sin más, con el ejemplo de Abraham es posible descubrir en qué consiste realmente el camino de la fe, tanto en su figura como en la vida particular de cada uno. Se puede sintetizar ingenuamen­te de este modo: recibir el encargo de Dios (Gn 12, 1-3), tomar la firme determinac­ión de correspond­er a la invitación de Dios y encaminars­e, levantándo­se, reconocien­do que con las cualidades y talentos que Dios ha depositado en mí, tengo la capacidad de engendrar mejores acciones, siempre poniéndose en marcha, en el camino (Gn 12, 4-5), venciendo los obstáculos, tanto los de peligro inminente (Gn 12, 10-20), como los conflictos con la misma familia (Gn 13, 1-15); incluso las situacione­s que escapan a la inteligenc­ia humana (Gn 21, 10- 16). Así como entregar a su propio hijo en ofrenda a aquel que se lo concedió como cumplimien­to de la alianza realizada años atrás (Gn 22, 1-14). Y la muerte de aquella que lo acompañó por toda la travesía, y que por causa de esta promesa también sufrió, Sara, su esposa (Gn 23, 1-6). La fe es una aventura, que toca todas las dimensione­s de la vida personal, no hay un solo aspecto que se sitúe al margen de la fe. Ella lo baña todo.

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