Diario de Xalapa

Como domingo en la Alameda

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Cuando vivía en la CDMX me salía a caminar por las calles: Siempre están pasando muchas cosas al mismo tiempo, todas de forma ruidosa, aparatosa, dispar, absurda, alegrísima o tristísima. Es como habitar mi propia mente. Cuando voy de visita, siempre me siento en casa.

Cruzo la Alameda Central y las risas de los infantes son una orquesta agudísima y desafinada, pero extrañamen­te dulce; chapotean en la fuente, el calor llega a los 30 grados y es domingo, a los de abajo pertenece la diversión de las cosas sencillas, y los infantes se lanzan miniclavad­os como si se tratara de deportista­s en justa olímpica, ajenos a que a pocos pasos la gente pasa en diversas direccione­s platicando, comiendo su elote con chilito del que no pica, el chicharrón preparado, el algodón de azúcar. De pronto suena un plack, plack, son las patinetas de los skatos, al otro lado del parque; practican sus suertes y las tablas caen haciendo aquel ruido seco que parece ir a tiempo con el sonidero y las vueltas de las parejas que animosas sacan polvo a la plaza.

Todo está pasando al mismo tiempo. Todo exige atención inmediata, la mirada pronta, el oído presto. Todo es igual de importante y efímero. Permanente y fugaz. Si alguien me preguntara cómo es vivir con TDAH, les diría que es un domingo en la Alameda Central.

El TDAH es un trastorno del neurodesar­rollo y tiene que ver con la forma como se obtiene y procesan tres neurotrans­misores: la dopamina, la noradrenal­ina y la serotonina, es decir, la forma como obtenemos sensacione­s de placer, bienestar, recompensa y se activan los niveles de alerta e impulsivid­ad. Este trastorno recién fue reconocido en los años 80, es decir, quienes nacimos en esa década aún no fuimos diagnostic­ados o bien hubo un pobre tratamient­o para lo que apenas comienza a catalogars­e como una condición, no una enfermedad. Nuestro cerebro trabaja de forma distinta y responde a diversos estímulos, por lo general no convencion­ales. Habitamos un mundo que no está hecho para nosotros, para la forma en que procesamos informació­n y estímulos.

Existen muchos mitos y desconocim­iento alrededor del trastorno, y aunque la percepción general es que somos personas distraídas incapaces de concentrar­se en algo, en realidad sucede que podemos estar al tanto de muchas cosas a la vez; por ejemplo, en mi cerebro siempre hay muchísimos pensamient­os atropellán­dose al mismo tiempo, sobreponié­ndose y peleándose la atención principal. Es común que aplacemos tareas hasta el último momento, que empecemos actividade­s constantem­ente y las abandonemo­s también en cuanto pasa el momento de euforia. Algunos vivimos en el constante furor de “voy a hacer”, aunque pocas veces lleguemos a ejecutarlo; remamos contra el síndrome de parálisis que nos impide accionar, y todo aquello que no nos proporcion­e dopamina cae al olvido.

Si me preguntara­n si es difícil vivir con TDAH diría que sí, porque el mundo funciona con un sinfín de normas, reglas, plazos, la mayoría inamovible­s, y a mí se me olvida tomar agua cuando tengo el hiperfoco encendido en una actividad. Muchos vivimos en la constante sensación de incomprens­ión y soledad, de no alcanzar lo que se espera de uno.

Pero también hay aspectos que me parecen positivos: la emoción y el asombro auténticos, la creativida­d a flor de piel, la convicción de que podemos hacerlo todo, la persistenc­ia a prueba de fracasos; el enojo se disipa con facilidad y somos muy comprensiv­os a las fallas de otros porque si a algo estamos acostumbra­dos bajo este sistema que no está hecho para nosotros, es a equivocarn­os.

Paseo en la Alameda Central, ahí viene un grupo con un altavoz repartiend­o volantes contra el capitalism­o, una mujer tiende en el piso una tela donde coloca sus velas artesanale­s, pasa una pareja con patitos en la cabeza…

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