Sal vivo de la pelea
A veces peleamos batallas que no son nuestras, pero al tomar partido terminamos lastimados. Luchamos por el cariño que sentimos hacia el involucrado o hacemos nuestras las batallas porque detonan emociones escondidas. Aunque haya reconciliación entre los guerreros, nos dejan hiel en el alma.
Luchas en las que nos implicamos pese al estrés que nos causan, al impacto insano que traspasa hacia nuestras relaciones y a la predisposición que adquirimos en contra de la persona de la que nos hicieron comentarios negativos.
Combates de personas que, una vez que desahogan sus penas, continúan su forma tóxica de vivir; seres cercanos que nos anclan a sus combates y abandonamos la idea de tener opiniones diferentes, pero respetables.
Al no aceptar que existen múltiples formas de vivir, estas personas se sienten agredidas, pues interpretan que se está de lado de su enemigo y nos etiquetan como desleales.
La autonomía que proclamamos muere cuando pensamos que la vida se resuelve como aprendimos de nuestros antepasados, pues las circunstancias que ellos vivieron son diferentes al momento actual; además, en sus tiempos el mundo no cambiaba de manera vertiginosa como sucede ahora, cuando la aceptación es inherente a la supervivencia.
Aclaro que no me refiero a las buenas costumbres que se debe preservar, ni a la sabiduría de la experiencia de las personas mayores. Se trata, como ejemplo, de aquel modo de pensar por el cual se veía a los hijos como confidentes, poniéndoles muchas veces en contra de al- guno de sus padres, sólo porque se tenía las agallas para establecer límites e impedir el maltrato o la humillación de la pareja.
Es por ello que caminamos por la vida en contra de aquella de la que nos hablaron mal o de aquel que comete un error sin darnos cuenta que esa no es nuestra vida, que no depende de nosotros la solución y que tampoco es nuestra batalla.
Si no tomamos conciencia de esta situación, repetimos la historia con nuestros hijos y los tratamos como cómplices, poniéndoles en contra de su padre o madre, lo cual perjudica su salud y estabilidad emocional.
Mi invitación es que aceptes que hay luchas que no son tuyas. Verifica cuáles son las batallas que no te corresponden para que rompas ese ciclo y puedas comenzar a establecer tus reglas de vida, autonomía, la manera cómo deseas transitar tu propio viaje y el legado que quieres para tus hijos.