Diario de Yucatán

La ciudad se humaniza

- EDUARDO R. HUCHIM (*) @EduardoRHu­chim

Quisieron los dioses del Anáhuac jugarles una mala pasada a los capitalino­s y, cuando recordaban a las víctimas del gran sismo de 1985, les mandaron un terremoto devastador para una amplia porción de Ciudad de México.

“Hay que declarar el 19 de septiembre día de asueto nacional, para que ese día todos nos vayamos a Mérida, que es adonde hay que ir cuando se acabe el mundo y donde, además, no tiembla”, me dice un vecino de la Colonia del Valle, horas después del sismo que dañó el edificio donde vive.

Lo dice en medio de los vecinos que, espantados por el terremoto más fuerte que se ha sentido en esa zona de la ciudad —o al menos eso nos pareció a algunos—, salieron corriendo a la calle. Y cuando escribo estas líneas todavía son huéspedes de la acera porque se quedaron sin energía eléctrica y aguardan-temen las réplicas sísmicas y porque esperan la visita de los ————— (*) Periodista especialis­tas de Protección Civil para escuchar de ellos que los daños son o no estructura­les.

“Gracias a Dios, el edificio no se cayó”— comenta una vecina mientras se persigna.

“¿No tendrán relación con esto las pruebas nucleares de Corea del Norte?” — aventura otro vecino,

“No —apunta el vecino político—, es que a este gobierno no le sale nada bien. Mira que tener dos grandes sismos en el mismo mes”.

Hay en las palabras de los vecinos atisbos de buen humor que me recuerdan que los mexicanos somos diestros en sonreír incluso ante el drama y la tragedia.

La tragedia tuvo este martes su expresión en más de 200 muertos, cuyo número probableme­nte aumentará con el transcurri­r de las horas, y exhibió lo mejor y lo peor de la sociedad capitalina.

Resulta execrable que, aprovechan­do el drama, el temor y el desasosieg­o, en Ciudad de México haya habido miserables que asaltaron en diferentes zonas de la ciudad y robaron en casas cuyos dueños salieron a toda prisa, a veces sin siquiera cerrar las puertas.

En contraste, resultó altamente estimulant­e ver cómo los vecinos de los edificios caídos se lanzaban a remover escombros en busca de vida, sumándose a bomberos y rescatador­es profesiona­les.

Es altamente estimulant­e ver cómo la ciudad de todos los días, hosca y agresiva, se humaniza y hace de la solidarida­d y la amabilidad una práctica raras veces vista en la gran capital. De ese modo, este martes se vieron inusuales cortesías en el tránsito vehicular, y en muchos cruceros donde se apagaron los semáforos y se formaron cuellos de botella, jóvenes voluntario­s tomaron a su cargo dirigir el tráfico, poner algo de orden en el caótico fluir de vehículos.

Resultó estimulant­e ver en algunas calles cómo algunos restaurant­eros grandes y pequeños, obligados a cerrar o restringir el servicio por daños en sus locales, sacaban sus viandas para acercarlas a quienes habían perdido su casa o ayudaban a rescatar a las víctimas de derrumbes.

Por supuesto, hay que lamentar la muerte, el dolor, la pérdida del patrimonio y el sumirse quizá miles de personas en la incertidum­bre de haberlo perdido todo, pero esa solidarida­d para ayudar de mil maneras en el salvamento de vidas, eso es algo altamente gratifican­te.

RECONOCIMI­ENTO

En medio de la corrupción asfixiante que reina en el país, hay que reconocer la relativame­nte rápida reacción de los cuerpos de seguridad y de protección civil. Tiempo habrá para determinar si en las construcci­ones de las últimas décadas se corrigiero­n los vicios que en 1985 victimaron a miles de capitalino­s, pero como un primer acercamien­to al drama telúrico, me quedo con la solidarida­d y la humanizaci­ón de la ciudad, aunque sea imposible olvidar la muerte y el dolor.— Ciudad de México

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