La juventud perdida
“El papel político-social de la juventud para el perfeccionamiento de la comunidad es esencial porque la juventud es, precisamente, la edad del inconformismo, de la exigencia de perfección, del hambre y de la sed de justicia”.— José Luis López-Aranguren, filósofo y ensayista español
Vivimos la recta final del sexenio. ¡Otro sexenio! Otro sexenio más de crisis en lo político. Otro sexenio más de crisis en lo social. Otro sexenio más de crisis en lo económico. ¡Otro sexenio! El sexenio podrido. El sexenio despótico. El sexenio delictivo. El sexenio violento. El sexenio brutal. ¡Otro sexenio! México no es un país mejor que hace seis años. México es un país peor que hace seis años. ¡Otro sexenio! Sexenio. Sexenio. Sexenio. Basta. ¡Basta!
Enrique Peña Nieto, una vez ————— (*) Periodista más escribo su nombre, finaliza la era de la juventud perdida de la política mexicana. Una juventud que ganó el Poder Ejecutivo en 1988, representado por Carlos Salinas de Gortari (40 años), aunque el primer antecedente ocurrió en el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), con la incorporación de los primeros tecnócratas en el servicio público que conformaron el llamado “gobierno de los técnicos”.
Paulatinamente, las nuevas fecundaciones de políticos fueron acaparando más posiciones políticas, como las representaciones populares en el Senado de la República y en la Cámara de Diputados, para promover legislaciones favorables a los intereses del gobierno en turno y a las instituciones partidistas dominantes en la máxima cúpula de la nación, desde 1982 hasta 2018: el PRI y el PAN.
Los tecnócratas mantuvieron el control político, el control legislativo y el control judicial. No nada más robaron la política. No nada más robaron las instituciones. No nada más robaron el dinero. No nada más robaron las conciencias. ¡No nada más robaron a México! Robaron el futuro prometedor de millones de mexicanos. ¡Millones! Los mismos que anularon su continuidad en el Poder Ejecutivo.
Llegó el turno de los viejos. El tiempo de los hombres con experiencia, pero en una nación destrozada en lo ético. En lo moral. No pensamos en el mañana, porque no pudiera vivirse. Y, si lo vivimos, las penurias continuarán en la vida surrealista, porque el control de la vida nacional está fuera de la racionalidad.
Enrique Peña Nieto, el joven presidente de México, finaliza su sexenio con más de las tres cuartas partes de mexicanos que reprueban su obra de gobierno. Andrés Manuel López Obrador, el viejo presidente electo de México, iniciará su sexenio con más de tres cuartas partes de mexicanos que mantienen expectativas muy altas sobre su futura obra de gobierno.
Época triste y agónica. ¡México muere! Promesas incumplidas. ¡México muere! Vivimos en el prominente presente que no existe. Alucinamos en el prominente futuro que no existe. El presente no se consolidó a pesar de las promesas. El futuro no está consolidado. ¡No ha llegado! A pesar de las promesas políticas.
El papel político-social de Peña Nieto para la descomposición de la sociedad fue esencial, porque en su juventud no hubo inconfor mismo, no hubo la exigencia de perfección, ni el hambre ni la sed de justicia. El papel político-social de Andrés Manuel López Obrador para la composición de la sociedad será esencial, porque en su vejez hay inconformismo, la exigencia de perfección, hambre y sed de justicia.
Robaron el futuro prometedor de millones de mexicanos. ¡Millones! Los mismos que anularon su continuidad en el Poder Ejecutivo
LA DISTANCIA
El tiempo es el único que determinará la distancia entre el joven y el viejo.
Los mexicanos sentimos en carne viva la política.
Andrés Manuel López Obrador (64 años de edad) instituirá el adiós —si el destino no dispone lo contrario— a la juventud perdida de la política.
Aunque la esperanza no es lo mismo que el optimismo.
¡Tiempo!— Cozumel, Quintana Roo.