Jesús de Nazaret habla del poder
Es el poder —quién lo duda— la pasión, el apetito más vehemente y más fuerte en el ser humano: más que el dinero y el reconocimiento. Hombre como los demás —menos en el pecado— Jesús de Nazaret no se vio librado de padecer el poder: acaba en la cruz por la colusión que se diera entre el Sanedrín de Jerusalén y el Imperio Romano. Pero, más todavía, el mismo Jesús hubo de vivir bajo la tentación del poder en cuanto heraldo, sí, pero también iniciador en praxis del Reino de Dios: instigación continua y sintetizada en lo que se conoce como las tentaciones del desierto: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”.
Así y tentados por, justamente, la ambición del ejercicio del poder, tal como lo recuerda el capítulo 10 del evangelio de Marcos, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, le plantean, en un aparte, a Jesús una demanda: “Maestro queremos que hagas por nosotros lo que te pidamos”. Y lo que piden resulta ser, ni más ni menos, que las dos principales posiciones en el Reino de Dios que, como los demás discípulos, esperan ya inminente en tanto que van con el Maestro caminando a Jerusalén donde —así hubieron de suponerlo— él habrá de ser reconocido y exaltado como Rey.
Y es que en el horizonte de crisis que se vive en la Palestina del primer tercio del siglo I viene a dominar cierta corriente de pensamiento que, con base en la memoria de la gesta liberadora del Éxodo, anhela intensamente un cambio que suele definirse como la inversión de los valores y las situaciones existentes. Tal pudo ser el trasfondo de la pretensión de Juan y Santiago a partir, quizá, de lo que le oyeron decir a su Maestro: “Bienaventurados los ————— (*) Presbítero católico pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tienen hambre ahora, porque serán saciados. Bienaventurados los que lloran ahora, porque reirán”. Con todo, la respuesta de Jesús a Santiago y Juan viene a significar que, aunque le siguiesen hasta la muerte, la inversión de instituciones que pretenden no está garantizada en modo alguno: si bien él inicia el Reino, el futuro definitivo sólo pertenece al Padre.
El deseo de los hermanos y la respuesta del Maestro produce en los otros discípulos una reacción harto airada, misma que da lugar a las palabras más intensas de objeción a la esfera del poder dichas por Jesús de Nazaret: “Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”.
Vale subrayar que la radicalidad de este referente en relación con el poder viene asentada en el propio Jesús, en su comprensión de sí mismo como servidor hasta el punto de “dar su vida como rescate por muchos”, donde por rescate ha de entenderse la fianza que se paga por un esclavo, por un prisionero de guerra. Así y de este modo, el Maestro va replanteando el poder —y las relaciones de poder— en el ámbito del Reino de Dios y, por consiguiente, entre sus discípulos: ha de ser una dimensión de fraternidad que supone una igualdad necesaria para ser tal: la contraposición entre jefes y siervos, y entre grandes y esclavos, así lo indica.
¿Cómo entender el pensamiento de Jesús de Nazaret en relación con el poder en la praxis cristiana de hoy, esto es, en el seguimiento actual del Maestro como discípulos? Es cierto que Jesús habla con metáforas que corresponden a su tiempo, pero el núcleo de su propuesta tiene vigencia plena. Así, no se trata que un gobernador dirija el tránsito, ni que un CEO haga de diligenciero, ni que un cura se convierta en sacristán, sino de generar los mecanismos y las condiciones que reduzcan cada vez más y más rápidamente las diferencias, las desigualdades, las asimetrías derivadas del poder excluyente, concentrado en una sola persona —y acaso en sus validos y grupúsculos— para ir permitiendo la instauración plena del Reino de Dios en todos los ámbitos de la vida humana. Todos, sin excepción alguna.— Mérida, Yucatán.
El Maestro va replanteando el poder en el ámbito del Reino de Dios y entre sus discípulos: ha de ser una dimensión de fraternidad que supone una igualdad necesaria...