“Tirar la valla...”
“Apenas nos pusimos en dos pies comenzamos a migrar por la sabana, siguiendo la manada de bisontes, más allá del horizonte, a nuevas tierras lejanas. Los niños a la espalda y expectantes, los ojos en alerta, todo oídos, olfateando aquel desconcertante paisaje nuevo, desconocido. Somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias, sino equipaje. Vamos con el polen en el viento. Estamos vivos porque estamos en movimiento”, canta el uruguayo Jorge Drexler, en “Movimiento”, la canción que abre su último álbum, “Salvavidas de hielo”. “Yo no soy de aquí, pero tú tampoco”, dice el coro.
* Somos migrantes desde hace más tiempo de lo que pensábamos.
El 25 de enero pasado, un grupo de científicos anunció el descubrimiento del hueso de un maxilar humano fosilizado en una cueva en Israel. Los estudiosos estiman que el fósil tiene entre 177,000 y 194,000 años. “Si el dato se confirma, el descubrimiento podría reescribir la historia de la migración temprana de nuestra especie al rastrear hasta 50,000 años el momento en el que el homo sapiens salió de África”.
* Ya sea por la pobreza extrema o por la violencia, miles de guatemaltecos, hondureños y salvadoreños huyen de sus países para encontrar un lugar mejor en los Estados Unidos. Esos tres países forman parte de una de las regiones más violentas de todo el mundo. Honduras es el país más mortífero para activistas ambientalistas (el homicidio de Berta Cáceres es solo el más conocido).
Guatemala, Honduras y El Salvador también padecen graves problemas de corrupción e impunidad, aunque, a diferencia de México, algunos de sus expresidentes sí están en la cárcel, bajo investigación o sospecha de haber cometido actos de corrupción.
En otras palabras, nuestros vecinos de esos tres países sufren problemas similares a los que sufrimos en México. Hace unos meses, muchos nos conmocionamos e indignamos cuando Donald Trump separó a miles de niños migrantes de sus padres. La mayoría de esas familias eran de Guatemala, así como de Honduras y El Salvador. Pero hoy...
* El Mediterráneo es considerada ahora la “frontera más peligrosa del mundo”. También ha sido llamado “uno de los grandes cementerios de nuestro tiempo”. De acuerdo con las Naciones Unidas, una de cada 18 personas que intentan cruzarlo muere ahogada. En los últimos cuatro años casi 13,000 personas han perdido la ————— (*) Investigador del Cephcis-UNAM vida en ese mar.
Como los hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, miles de personas del Medio Oriente y África escapan de guerras, conflictos armados, pobreza extrema y también de los efectos adversos del cambio climático.
Quienes logran atravesar la frontera más peligrosa del mundo o uno de los cementerios más grandes de nuestro tiempo y sobrevivir tampoco les va mejor. Moria es el campo de refugiados más grande de Europa y se encuentra en la isla griega de Lesbos. Se supone que es un espacio que puede albergar 3,100 personas, pero hoy se encuentran en él alrededor de 9,000. La mayoría escapó de las guerras de Siria, Iraq y Afganistán, y el campo de refugiados se ha convertido en uno de los símbolos de la crisis humanitaria que vivimos hoy.
* “¡Sí se pudo, sí se pudo!”, gritaron cientos de migrantes de la caravana que partió de San Pedro Sula, Honduras, al cruzar el río Suchiate, la frontera occidental entre Guatemala y México. Habían tirado la valla fronteriza entre estos dos países. Muchos cruzaron por el puente del río, otros lo hicieron nadando, algunos más en balsas. Ahora caminan por la carretera entre Ciudad Hidalgo y Tapachula, de Chiapas. Muchos han regresado a sus países de origen, pero para muchos otros no hay vuelta atrás. Y desde luego, no todo es júbilo. Todo lo contrario.
Donald Trump pidió contener la caravana. Sus tuits racistas, xenófobos y de odio no sorprenden ya a nadie. Las autoridades centroamericanas hablan de intereses políticos e ideológicos detrás de la caravana que buscan desestabilizar a sus países. Lo que ha llamado la atención es la respuesta del Estado mexicano y, sobre todo, de la sociedad mexicana.
Enrique Peña Nieto condenó en un mensaje oficial el “ingreso violento” de los migrantes a nuestro país, el cual “atenta contra nuestra soberanía”.
En redes sociales, numerosos usuarios también denunciaron la violación de la soberanía , pero sobre todo estigmatizaron e insultaron a los migrantes, a quienes, empleando hashtags como “#NoMigrantes”, llamaron “delincuentes” y “vándalos”; algunos incluso llamaron al uso de las armas contra la caravana.
No podemos dejar de ver con alarma estas expresiones. El miedo y el odio al otro, sobre todo su estigmatización, ha conducido a verdaderas tragedias a lo largo de la historia humana. Hoy, la estigmatización del otro fluye también por redes sociales, las cuales se han traducido en homicidios en países como India y Myanmar.
* Los Estados nacionales, con fronteras bien delimitadas, son relativamente recientes en la historia humana: se remontan a más o menos medio milenio, si tomamos como referente el tratado de Westfalia. A pesar de algunos vaticinios, estamos aún lejos de vivir en una verdadera era “postnacional”. No está a la vista un mundo sin fronteras nacionales. Mientras seguimos imaginándolo, podemos demandar hacer efectivo el derecho a una “ciudadanía procesual”. Al respecto, el antropólogo Luis Reygadas ha escrito: “Una alternativa es establecer rutas que conduzcan progresivamente hacia la ciudadanía comenzando con la posibilidad de la entrada legal y el derecho al trabajo temporal, para seguir con la residencia permanente hasta alcanzar la ciudadanía plena. En contrapartida, los migrantes tendrían que cumplir con diferentes requisitos en las distintas etapas. Estas rutas existen en la legislación de la mayoría de los países, pero en la práctica sólo pueden acceder a ellas las capas superiores de los migrantes (con mayor escolaridad, mayores ingresos o determinado origen étnico-nacional), estando vedadas para la gran mayoría de los migrantes que solo pueden acceder a rutas indocumentadas, precarias y truncas” (“Equidad intercultural”). De acuerdo con algunas estimaciones, cada año transitan por México unas 400,000 personas, principalmente centroamericanas. No extraña que en los últimos siete años las peticiones de asilo en México han crecido más de mil por ciento y que nuestro país deporte más migrantes que los Estados Unidos. Si bien es cierto que México da asilo a migrantes centroamericanos, también es verdad que en los últimos años ha reforzado su presupuesto para detener migrantes y refugiados en la frontera sur.
Nada indica que esta tendencia vaya a cambiar pronto. Somos y seremos un país de migrantes: de expulsión (fea palabra), de tránsito y también de destino. El Estado mexicano debe abandonar cualquier enfoque represivo contra los migrantes y fortalecer su lado humanitario. Mientras sigan existiendo las fronteras nacionales, avanzar en el reconocimiento de una ciudadanía procesual.
La sociedad, por su parte, debe humanizarse. Sé que la expresión es vaga, ambigua; me refiero a que no podemos ser insensibles al sufrimiento de las otras personas, no podemos ser ciegos a las condiciones de violencia y pobreza de las que escapan. Son personas que huyen de sus países porque, como ha expresado una migrante hondureña de 21 años originaria de Santa Bárbara, “Estamos viajando para darles un mejor futuro a mis hijas”. O como dice otra persona migrante hondureña, de 27 años, “No hay trabajo ni dinero. Eso es lo que nos manda fuera del país”. Humanizarnos: reconocer que compartimos aspiraciones con otras personas, que sufrimos condiciones similares, que nuestro dolor es parecido. Sobre todo, hacer algo al respecto: solidarizarnos, darles la bienvenida, desearles buen viaje, apoyar con alimento, medicinas, abrigo, una carta. Asumir nuestra responsabilidad frente a un mundo de cada vez más migrantes y refugiados. “Mantenernos a flote”, como cantan Drexler y la mexicana Natalia Lafourcade en la última canción de “Salvavidas de hielo”.— Mérida, Yucatán.