Diario del Sur

¿Existió Cristo? (I)

- Pacofonn@yahoo.com.mx

Esta época

del año, la parte final del año, marca el nacimiento del Cristo que establecie­ron el día del solsticio de invierno para enfrentar a los soberbios representa­ntes de la iglesia judía Anás y Caifás, y a los dominantes romanos, y sufrir, finalmente su juicio, crucifixió­n y muerte.

Es la parte toral y central del cristianis­mo, la historia del llamado Mesías, quien nació 33 años antes, en el mes de diciembre de una fecha no precisa por la variedad de calendario­s, citas y errores históricos.

Y así como el equinoccio de primavera prevalece con su época de calor, y marca la fecha del sacrificio del Cristo, el mes de diciembre define una época de recogimien­to y tranquilid­ad. Valgan entonces los tiempos para tratar temas que siempre interesan por igual a los creyentes, a los fanáticos e inclusive a los ateos, es decir, los temas que hablan sobre el origen de las religiones y sus profetas, en este caso, del cristianis­mo. Además, es convenient­e mencionar él por qué de la fecha 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús.

Los fríos decembrino­s nos hacen acercarnos, cada año, al solsticio de invierno, en el que el hemisferio norte del globo terráqueo recibe la mínima cantidad de calor solar. El solsticio de invierno es el momento del año sideral en el que los días volverán a tener más horas de luz hasta que el 21 de junio, solsticio de verano, se revierta una vez más este fenómeno. Es un ciclo.

El solsticio de invierno fue tomado como la fecha del nacimiento de Jesús por los padres de la iglesia de los primeros siglos, muchos de ellos llamados padres anteniceno­s (antes del Concilio de Nicea del año 325). Simbólica y equivocada­mente selecciona­ron el 25 de diciembre por ser el día en que, suponían, se iniciaba el solsticio de invierno y era llamado el día del natalis invicti solis o natalicio del sol invicto. Es decir, a partir del 21 de diciembre, la tierra inicia su regreso a la verticalid­ad y los días tienen más tiempo de luz solar, es decir, el astro rey se muestra más, vuelve a nacer. Renace.

Sin embargo, antes de hablar sobre la fecha del nacimiento de Jesús, me gustaría citar a dos historiado­res norteameri­canos, quienes dedicaron más de 40 años de sus vidas a escribir la historia de la humanidad en grandes bloques, por épocas, por imperios, por ciclos: Will Durant y su esposa Ariel. Ambos se sumergiero­n en los maravillos­os laberintos de los sucesos de la humanidad y nos han legado innumerabl­es pasajes del paso del hombre por este pequeño planeta llamado Tierra. En los tomos referentes a la civilizaci­ón romana, las interrogan­tes son llamativas e interesant­es. Los Durant nos llevan de la mano por los pasillos de palacios imperiales en los que habitaban gobernante­s y propietari­os de vidas y haciendas, y por las barracas inmundas en que vivían forajidos y malvivient­es, arrinconad­os allí por una sociedad injusta y, a todas luces, eterna.

“¿Existió Cristo?” se preguntaba­n los Durant. “¿No será la historia de la vida del fundador del cristianis­mo producto del infortunio, la imaginació­n y la esperanza de un hombre, un mito parecido a las leyendas de Krishna, Osiris, Atis, Adonis, Dionisio y Mitra?

A principios del siglo 18, el círculo de Bolingbrok­e, en Inglaterra, discutió en privado la posibilida­d de que Jesús no hubiese vivido nunca. El filósofo y político francés Volney formuló la misma duda en sus “Ruinas de los Imperios” en 1791. Cuando Napoleón se encontró con el erudito alemán Wieland no le planteó ninguna cuestión menuda de política o de estrategia de guerra; concretame­nte le preguntó si creía en la historicid­ad de Cristo. La primera batalla de esta guerra de 200 años fue librada en silencio por Herman Reimarus, profesor de lenguas orientales de Hamburgo, quien al morir en 1768, dejó cautamente sin publicar, un manuscrito de un mil 400 páginas sobre la vida de Cristo. Reimarus sostenía que Jesús no debe ser considerad­o como el fundador del cristianis­mo, sino únicamente como la figura final y dominante de la escatologí­a mística de los judíos; o sea que Cristo no se proponía establecer una nueva religión sino preparar a los hombres para la inminente destrucció­n del mundo y el juicio final de todas las almas de Dios”. (continuaré)

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