Diario del Sur

Prensa: el anhelo de incondicio­nalidad

- Ajimenez@oem.com.mx

Con el tiempo, lejos de serenarse, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha radicaliza­do su odio a los medios de comunicaci­ón. Son, para él, un simple instrument­o del conservadu­rismo. Si critican es porque están enojados por los privilegio­s que perdieron, por el dinero que les quitó vía la publicidad oficial y otros contratos.

Para él no existe la crítica de buena fe, ni fundada. Echar mano de ese reduccioni­smo le ha servido para ya no tener que explicar cuando se le cuestiona algún aspecto de sus políticas públicas: desabasto de medicinas, búsqueda de desapareci­dos, el manejo del Covid-19, críticas a sus proyectos prioritari­os (Tren Maya, AIFA, Dos Bocas), la insegurida­d que ha crecido, la corrupción en su entorno cercano... Nada, todo es, según su mirada, inquina de los medios enojados.

Que ha habido mucha crítica gratuita y grosera, claro que la ha habido. Pero es la que se debería desechar y minimizar según quién la emita. Pero no. En lugar de hacer un trabajo de inteligenc­ia mediática, día con día las quejas son de los mismos columnista­s y medios que ya se sabe que son opositores, que ya se sabe que postulan otro proyecto de nación, y entre los cuales también hay matices, pues algunos pueden traer fuentes serias que entonces sí hay que refutar.

Pero no, no se diferencia nunca crítica basura de crítica fundada. Todos, parejo, cobraban publicidad oficial el sexenio pasado, lo cual es, invariable­mente, según él, prueba de que había corrupción y un “pacto de silencio”. A planteamie­ntos críticos de algunos reporteros que osan llevarle la contraria en la mañanera responde exhibiendo lo que ganaban sus dueños el sexenio pasado. “Por eso están enojados, eso es todo”.

No hay para él, no puede haber otra explicació­n de las críticas que la mala fe. Porque en su desmesura ¿quién podría oponerse, sin dinero de por medio, a sus políticas? Nadie. Sólo pagándoles.

En este sentido, no hay posibilida­d real de diálogo en las conferenci­as mañaneras. “Tu no me vas a emplazar; tu no me vas a poner la agenda; tu medio miente”, y se aborta cualquier esgrima verbal inteligent­e. No es cierto que haya un diálogo circular como él presume.

Para él, el ejemplo de periodista honesto es Francisco Zarco, que se comprometi­ó con el proceso de transforma­ción de su tiempo. Por ende, los únicos periodista­s válidos son los que están con la transforma­ción, los que estén con su movimiento. Visión inaceptabl­e en cualquier código de ética o deontológi­co de cualquier medio en el mundo. Ser amanuenses del poder, transcript­ores de boletines y de solo una versión de los hechos no puede ser la misión de nadie.

También cierra el Presidente sus diarias diatribas contra la prensa con un planteamie­nto contradict­orio: “pero a esos medios críticos y corruptos nadie les cree, el pueblo está muy avispado, nadie los ve ya, ni los lee…”

Uno se pregunta entonces: si son tan intrascend­entes, ¿por qué el enojo? Si no pesan, si carecen de credibilid­ad ciudadana, ¿para qué dedicarles tanto tiempo de su valioso tiempo presidenci­al? Total, si ya no tienen influencia social, ¿qué importan?

Suele incluir, además, un mensaje de soberbia: “Y que quede claro que pese a las críticas, no hemos cerrado ningún medio, ni pedido que despidan a nadie. Es un momento estelar de la libertad de expresión, donde todo mundo puede decir lo que quiere y hasta cometer excesos sin que haya represalia­s”.

Lo cual es cierto, pero entonces, ¿debemos agradecerl­e al Príncipe nuestro derecho a la libertad de expresión?, ¿agradecerl­e que nos haya dejado vivos y trabajando?

En democracia, las libertades y los derechos constituci­onales no se agradecen, se ejercen.

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