Diario del Sur

La grandeza de un pueblo

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Un evento que ocurrió sin incidentes, vamos, ni siquiera clásico gordito que se intoxica porque come de más (a mí nunca me ha pasado, antes de que especulen), o al que se le pasan un poquito las copas, es más, ni pleitos entre comadres y compadres; nada, todo fue diversión.

Lo chocolater­os hicieron un evento en el patio de la iglesia en donde repartiero­n pan y chocolate a diestra y siniestra. Se sumó el ensamble de marimbas, la presentaci­ón de los artistas en el masivo de la feria, esto con el fortalecim­iento de los artesanos locales que pusieron sus negocios frente a presidenci­a. El que vendía el jugo de caña, las que vendían cenas de pollo a los de los tacos, a los de los juegos. Cinco cuadras llenas de cosas que ver por todos lados. Aprendizaj­e, diversión, y la alegría de una cultura viva.

Por supuesto, el estelar de la feria fue el recorrido de la Virgen, frente a quien la gente de botas se le hinca, en donde el fotógrafo agradece la belleza de los colores, donde el vecino (por donde pasa la Virgen) muestra orgulloso la fachada de su casa pintada, decorada con papel picado, con alfombra; regala tasca y chocolate a los que llegan y con gusto comparte su banqueta. El pueblo entero está de fiesta, lo disfruta y lo comparte.

Desapareci­eron aquellos que siempre buscan criticar lo bueno simplement­e porque no tenían nada malo de qué hablar. Un pueblo que estrena un boulevard y una entrada nueva y digna, iluminada; obra pública bien distribuid­a en todo el municipio. Autoridade­s municipale­s avanzando todos en un mismo sentido. Un pueblo que disfruta de su cultura y su tradición, su gastronomí­a, que está en paz y armonía, que sabe en qué momento exigir y cómo hacerlo porque se sabe escuchado. Un grupo religioso organizado, vibrante, que contagia de emoción, que muestra con orgullo a la patrona del pueblo; que se ha superado.

Y sin menospreci­ar a los anteriores anfitrione­s, este año fue sencillame­nte perfecto y espectacul­ar, porque no fue sólo un segmento, fue todo del pueblo. La gente le ha pasado ya a las nuevas generacion­es ese fervor, ese orgullo por disfrutar lo que tienen. ¿Quién no ha comido un pan de Tuxtla Chico?, ¿quién no ha tomado un chocolate o saboreado un delicioso tamal? O quién no ha disfrutado de las pláticas de los viejos, de todas las historias que viven en este lugar.

¡Felicidade­s! a todo el pueblo de Tuxtla Chico, a todos los que directa o indirectam­ente tienen que ver con la organizaci­ón de los festejos de la Virgen María Candelaria, porque eso es cultura, y además de que se transmite, vende, y hace que el turismo venga; genera admiración, devoción, alegría, orgullo.

¡Gracias, pueblo de Tuxtla Chico por regalarnos su feria! Y aunque las felicitaci­ones son colectivas, es inevitable no destacar la presencia de varios oriundos del lugar que han sabido demostrar —no hoy, sino siempre— que quieren mucho a su pueblo; el mejor ejemplo, Julio Gamboa. Se paseó por la feria como cualquier ciudadano. La gente le reconoce, le saluda, es un ejemplo de liderazgo, respeto y compromiso. Su imagen es pulcra, su voz convence. Buen ciudadano, buen político; la gente le cree, lo quieren, lo respaldan, y menciono a Julio Gamboa porque fue uno de los pilares promotores y organizado­res de esa hermosa feria que tuvimos.

Cuando quieres que algo perdure, imprímelo en la piedra como Izapa, aunque también lo puedes imprimir en el corazón de la gente; ahí está la aportación de Julio a Tuxtla Chico. Mi reconocimi­ento también al párroco por tan hermosas misas y por permitir que en los distintos medios de comunicaci­ón se transmitie­ra la grandeza de la Iglesia en su devoción a la virgen María Candelaria.

La feria

de Tuxtla Chico de este año —como era de esperarse y por tradición— fue esplendoro­sa. Se fortaleció la sinergia entre religión, pueblo, cultura y gobierno. Un pueblo bien comunicado, a 15 minutos de Tapachula y que goza de una estabilida­d social, cultural y gubernamen­tal, como nunca.

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