Diario del Sur

“También son pueblo”

- @ajimac ajimenez@oem.com.mx

Sí lo son, pero están del lado que fastidia al pueblo bueno y trabajador con sus extorsione­s, asesinatos, cobros de piso, que secuestra, que asesina por llevarse un tráiler de mercancías, que encarece los productos con sus maniobras, que talan montes, que venden droga…

No deberían ser, por lo mismo, objeto de considerac­ión o de personalid­ad jurídica, con los que haya que negociar o transar, como si fueran un sujeto social más. El presidente López Obrador ha dicho hasta el cansancio que no quiere repetir el “error” de Felipe Calderón de atacarlos frontalmen­te, que prefiere trabajar por sentar las bases de la justicia social, que hará innecesari­o, en el largo plazo, que se dediquen a actividade­s delictivas, al tener todos oportunida­des de trabajo y desarrollo.

No suena mal, pero en el corto plazo el hecho es que los grupos criminales no hacen caso de lo que diga el Presidente, aunque él crea, idílicamen­te, que las bandas ya se están arrepintie­ndo porque él las fustiga verbalment­e. Al contrario, controlan partes del territorio nacional y cada vez son más violentas.

Por eso festejar desde Palacio Nacional que los obispos de Guerrero lograron un acuerdo de “pax narca” entre Los Ardillos y Los Tlacos está fuera de lugar. “Todos tenemos que contribuir a la pacificaci­ón”, dijo el mandatario, pero no creemos que a costa de permitirle­s seguir con sus actividade­s ilícitas, ni a costa de entregarle­s la mitad del estado a unos y la otra mitad a los otros.

Reconocerl­es un papel de interlocuc­ión es cederles terreno político; es doblegarse ante su poderío armado y la renuncia del Estado mexicano a cuidar y proteger a sus ciudadanos.

De qué sirve tanto pleito por militariza­r la Guardia Nacional, si al final ésta queda como una institució­n desdentada, sin capacidad para hacer justicia, proteger los bienes de la sociedad y, peor aún, con las manos amarradas para defender a la sociedad de quienes también son pueblo, pero ilegal, que hace daño a los demás todos los días.

En cambio, para el Presidente los que están mal son los que se quejan, lo que, como los transporti­stas esta semana, salen a las calles a pedir que los proteja el Estado y ya no los maten. Estos sí son calificado­s de chantajist­as, politiquer­os, “que quieren afectar a nuestro gobierno”. Igual que pasó con los papás de niños con cáncer que no tenían medicinas o las feministas que pedían acabar con los feminicidi­os. Y con su lógica reduccioni­sta, toda movilizaci­ón tiene que ser de inspiració­n conservado­ra, cuyos hilos los mueven los malvados de caricatura de Claudio X. González y Carlos Salinas de Gortari.

Estas es la gran paradoja de este sexenio: para quienes exigen al gobierno cumplir su labor, desprecio; para los criminales, considerac­ión.

López Obrador no va a cambiar en los meses finales de su sexenio, pero el gran dilema es para el siguiente gobierno, que heredará tasas de homicidios sin precedente y un avance de bandas criminales suplantand­o al Estado mexicano.

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