Diario del Sur

LA INSOPORTAB­LE LEVEDAD DEL CRIMEN

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El 19 de abril de 1964, este diario daba cuenta de otra tragedia pasional entre dos jóvenes. “Para escapar de una encrucijad­a sentimenta­l, un pasante de derecho le dio un tiro en la cabeza a su joven amante y él se suicidó perforándo­se el cráneo con una segunda bala que vomitó su revólver”, se leía en LA PRENSA.

Rubén Haro Cabañas, tenía 24 años de edad, y quiso que así concluyera un romance que se había tornado escabroso al transcurri­r del tiempo.

El joven, que cursaba el cuarto año de leyes, logró su finalidad de expirar en seguida; pero ella, Lilia Acosta Durán, luchaba contra la muerte en su lecho del Hospital de la Cruz Roja.

La pareja ocupó el cuarto número 8 del Hotel San Pedro, sito en Mesones 126, donde ocurrió la tragedia. Se hospedaron a la 1:45de la madrugada del 19 de abril. Poco después de las diez de la mañana se escucharon dos detonacion­es, este fue el anuncio de que algo grave había sucedido.

Hasta las 12:30 horas intervino la policía, y personal de la Cruz Roja trasladó a la lesionada al hospital de las calles Durango y Monterrey. Él ya había abandonado este mundo.

Se creyó en un principio en un pacto suicida, pero tal idea fue rechazada al establecer la trayectori­a del proyectil que lesionó a la muchacha. Le entró en el temporal derecho y le salió en el maxilar izquierdo. O sea que le fue disparada la bala desde un plano superior en relación con el que se encontraba ella.

Se supo que la pareja atravesaba por mala situación económica. En dos grandes hojas de papel amarillo se leyeron las últimas frases que escribió Rubén Haro. Las dirigió a su amigo, el licenciado Miguel Segura Castillo. Le decía, entre otras cosas:

-Recordarás que te causó sorpresa cuando te dije que nos habíamos ido a Veracruz, pues la madre de ella me indicó que me llevara a Lilia o a ver qué hacía, porque en su casa no cabía ni su padre, ni Lilia .... O ella o él.

-Los días que siguieron a aquella inolvidabl­e huida fueron de dura prueba para los dos y, sobre todo para mí, pues tenía dos grandes pasiones a vencer: la de mi amor a Lilia y la de mi odio a su padre, y me decía constantem­ente: ¡qué anomalías las del corazón humano; cuánta inmundicia en la mente del hombre!

Luego anotó:

-Le dije a Lilia que la odiaba con toda el alma, pero al mismo tiempo sentía lástima y tristeza. ¡No sé qué! Cuantas veces medaba mayores pruebas de su cariño era cuando a mí se me ocurría tacharla de vengativa y falsa, pues hace tres años, cuando la conocí, la rechazaba, pero todo era inútil.

-Ella me llegó a decir que odiaba a su padre desde niña porque adivinaba, con su instinto de mujer, que él iba a ser su sombra negra y quien hiciera de su vida una desgracia y un infierno.

Rubén Haro Cabañas, además de estudiar, impartía clases en academias particular­es. Allí conoció a Lilia Acosta hacía tres años. Ella trabajaba en un almacén de la Calle 20 de Noviembre. Ambos se enamoraron.

Se supone que el padre de ella nunca estuvo de acuerdo con el noviazgo y surgieron grandes dificultad­es hasta que Rubén y su amada huyeron a Veracruz. Después, Luis Acosta, que tenía su domicilio en la Colonia Moctezuma, ya nada quiso saber de su hija. Entonces los novios se amargaron la existencia.

Rubén no asistía a la Facultad de Leyes desde hacía varios días y lo extrañaban sus compañeros. Se dijo que Haro Cabañas era muy introverti­do, pero pacífico. Nadie entendió dónde consiguió la pistola que utilizó. En el revólver fueron encontrado­s dos cartuchos útiles y dos quemados.

Haro Cabañas era huérfano de madre. El autor de sus días radicaba en Tlaltenang­o, Zacatecas, y aquí vivía con su tía Manuela Haro Rodríguez, en la casa 82 de la calle Mesones.

Y al igual que en el caso anterior, no se supo cuándo fue el desenlace fatídico de la joven, quien permanecía moribunda en una sala de emergencia de la Cruz Roja.

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