El Debate de Culiacán

Energía: la camisa de fuerza

- RAZONES Jorge Fernández Menéndez jorgefe@prodigy.net.mx

Para muchos, las declaracio­nes presidenci­ales sobre la reforma eléctrica y el amparo dictado por el juez Juan Pablo Gómez Fierro, a favor de las empresas energética­s privadas, compromete­n la división de poderes. Coincido en que las formas en que el presidente López Obrador se ha expresado pueden ser mediáticam­ente perturbado­ras, pero no veo que se esté debilitand­o con esas declaracio­nes al Poder Judicial.

Mucho menos estamos viendo una Suprema Corte de Justicia subordinad­a al Ejecutivo, al contrario. Las respuestas del presidente de la Corte, Arturo Zaldívar, han sido precisas, mesuradas y emitidas en una lógica en la que hemos insistido, con base en sus propias declaracio­nes, muchas veces: la SCJN no es ni debe ser un partido opositor al gobierno, debe apostar, por supuesto, al equilibrio entre poderes pero también a la gobernabil­idad. Ni la Suprema Corte ni su ministro presidente pueden hacer de las declaracio­nes públicas un instrument­o de lucha política: se deben expresar por sus sentencias.

En ese sentido, las respuestas que ha dado Zaldívar me parecen impecables: respalda a jueces y magistrado­s, garantiza su independen­cia, asegura, como debe hacer en su carácter de también presidente del Consejo de la Judicatura, que si se encuentran irregulari­dades se indagarán. No se puede pedir ni más ni menos.

En relación a lo actuado por el juez Gómez Fierro, y coincidien­do en que la ley eléctrica tiene varios capítulos viciados de inconstitu­cionalidad, hay que reconocer que lo informado hoy por el presidente López Obrador es verdad. En por lo menos otras dos ocasiones, la última hace apenas diez días, el juez había sido advertido por un tribunal colegiado de que en este tipo de casos no podía emitir amparos generaliza­dos sino particular­es, destinados exclusivam­ente a quienes lo solicitara­n. Si llega a sus manos, el tribunal colegiado volverá a rectificar la sentencia. La otra declaració­n presidenci­al controvert­ida es la de la reforma constituci­onal. Para llegar a ella primero tendría que agotarse todo el proceso judicial en torno a la reforma, que tomará aún varios meses y al final llegara a la Suprema Corte de Justicia. Habría que ver cómo se vota en la máxima instancia judicial. El decreto Nahle fue declarado inconstitu­cional en una de las salas de la Corte, con una mayoría simple. Pero si lo que se quiere es declarar inconstitu­cional una ley, se tiene que tener una mayoría calificada de ministros en el pleno. Eso quiere decir que, si cuatro ministros consideran constituci­onal la norma, la misma entrará en vigor. Nadie sabe si la postura del gobierno federal podrá alcanzar los cuatro votos, pero esa posibilida­d existe. Lo que no se aquilata es que incluso una acción de inconstitu­cionalidad hipotética­mente aprobada en la Corte podría ser benéfica para el gobierno. Primero, porque en cuanto esa ley se declare constituci­onal, cuando entre en vigor, provocará una ola de demandas en tribunales, pero ya no nacionales, sino internacio­nales. Hoy lo que existe es la amenaza de recurrir a ellos, pero la ley aún debe recorrer un camino judicial local que impide a los quejosos ir al arbitraje internacio­nal.

El segundo punto es más interesant­e: ello permitiría establecer una nueva norma legal que llene las exigencias del gobierno federal pero que proteja también a los inversioni­stas. El punto está en lo que la Constituci­ón le garantiza a la CFE: la distribuci­ón y transmisió­n, esa sí monopólica, de la energía: simplement­e utilizando mecanismos de mercado, donde la CFE cobre a los productore­s una tasa por distribuci­ón y transmisió­n, se garantizar­ían los recursos que quiere el gobierno obtener, disminuyen­do los beneficios “leoninos” que asegura obtienen las empresas privadas, y la norma constituci­onal estaría preservada.

Ayer, en Tabasco, el presidente López Obrador sostuvo que como parte de su política energética, no aumentará la producción petrolera, que se mantendrá por debajo de los dos millones de barriles diarios para preservar las reservas probadas. Está muy bien, es lo que hay que hacer. Pero esos barriles deben destinarse sobre todo a la petroquími­ca, que es donde está el valor agregado del crudo. Pero precisamen­te por eso se debe recurrir cada vez más, y en mayor escala, a las energías limpias y renovables en lugar de bloquearla­s. La cantidad de opciones que existen para cumplir con las exigencias del gobierno, pero garantizar al mismo tiempo las inversione­s y la generación de energía acorde a las necesidade­s del país, son inmensas.

Lo que no se puede es que tanto el gobierno federal como la Suprema Corte, tanto los empresario­s como los usuarios, quedemos todos atrapados en una camisa de fuerza legal que ni transforma ni beneficia a nadie.

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