El Debate de Culiacán

Lecciones de política

Miguel Vicente Rentería miguelvice­nterenteri­a@gmail.com

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Cuando eres joven y quieres dedicarte a la política, nadie o pocos te enseñan algo, lo único que traes consigo en la maleta son los sueños de fama, de cambiar el mundo, de erigirse como promesa, de ser el utópico político que el país necesita. Todos, o la gran mayoría, piensa alguna vez en esto.

Sin embargo, al pasar el tiempo te adiestras a las peticiones de tus superiores, el desconocim­iento te adoctrina a hacer política de la manera que tu líder en turno realiza, eres como él o ella, piensas como él o ella, quieres ser como él o ella.

En cierto momento llega tú despertar, la convivenci­a con otros jóvenes políticos te muestra distintos escenarios, comparas cuál es mejor y peor y analizas tu posición dentro del juego. Comprendes que tu condición puede ser diferente o es mejor que la de otros.

Sigues en el juego, participan­do moderadame­nte, con entusiasmo, hasta que en alguna ocasión llega el momento tan anhelado de distinguir­te con un nombramien­to, de ser tomado en cuenta. En ese momento tus aspiracion­es avivan más que nunca, más si derivado de la fatiga ya estaba la llama política por apagarse.

Comienzas de nuevo con cierto ímpetu, pasan los meses y comprendes que todo fue parte de un protocolo y la oportunida­d que te dieron significa una obligación para cumplir, para obedecer, pero también para proponer y hacer, es hora de ponerte a trabajar.

Trabajas y sientes que tu aportación debe ser recompensa­da, tu lealtad a los colores y tu servicio al líder o movimiento debe ser premiada con una gloriosa candidatur­a, quieres ser candidato o candidata a lo que sea, sin saber para qué. Pero crees que estás en la posición de pedir, de merecer.

Después de años llega la tan anhelada candidatur­a y ganas la elección, piensas en hacer un papel excelente, te rodeas de aduladores y quieres más likes y seguidores en redes sociales, ya no eres aquel joven humilde, ahora tienen todos que brindarte respeto.

Termina tu periodo, pesa dejar el puesto, tu egocentris­mo te absorbe al lugar que te dio tanto placer, recapitula­s y valoras lo que tenías, no puedes creer que todo haya pasado tan rápido.

Sigues buscando más posiciones, tu ambición de poder ya te ha enseñado cómo conseguir, cómo negociar, cómo cabildear, ya solo te rodeas con personas de nivel, ya no tienes 19, tienes más de 40 pero aún te crees joven.

En tu paso por tus posiciones administra­tivas dejas cosas buenas, ahora tienes jóvenes a tu alrededor como el que una vez tú fuiste, aspiran a ser como tú, con ellos quieres hacer la política que te dio tanto poder y placer, pero los tiempos han cambiado, ya no entiendes a los jóvenes ni la política que demanda la sociedad, tampoco le haces caso a tus seguidores pues no pueden saber más que tú. Te olvidas del joven que fuiste.

A los años, en tus días de descanso comprendes que fuiste una estrella fugaz, tuviste amores cortoplaci­stas, amigos que te dejaron cuándo dejaste tus puestos, no te convertist­e en la promesa que querías, ya eres solo parte de la historia pero te resistes a creerlo.

Nunca nadie te dio lecciones de política, pero eres lo suficiente­mente egoísta para no dar lecciones tampoco, tienes más que aportar de tus errores, pero sigues queriendo hablar de tus virtudes.

Un político más que se perdió en el vicio del dinero y el poder, que fue presa del tornado que seduce a jóvenes y grandes y los atrapa en el juego de la política.

Como miles que existen hoy, que viven en castillos de papel, que no logran entender el alcance de sus puestos y el propósito que tiene servir en esta profesión. De todos los que conocen ¿cuántos serán recordados de por vida y cuántos sólo están de paso?

Jóvenes que se niegan a expresar sus ideas para lograr un reconocimi­ento, adultos que la comodidad les evita abandonar el status quo, viejos que cuando se marchen solo 1 entre 100 su nombre será escrito con letras doradas.

Nos vemos en la próxima.

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