El Debate de Culiacán

Escribe sobre `Cosas que pasan'

El creador sinaloense José Dolores comparte un cuento con EL DEBATE, donde narra trágicos sucesos en diferentes lugares.

- @eldebate

Tres estudiante­s, oriundos de Baja California, coincidier­on de una manera fortuita, en su último año de carrera, en una casa pensión de la Ciudad de México. No se conocían entre sí; Beatriz estudiaba Derecho, como Ricardo; y Armando, Medicina. Los futuros abogados eran de Mexicali; y el inminente galeno, de Tecate. Desde el primer día del noveno semestre, los muchachos se convirtier­on en la sombra de la linda rubia de la larga cola de caballo y 22 años. Ricardo tenía a su favor que muchas materias las cursaba con la joven; pero al reunirse a tomar el camión, Armando notaba que no había intimidad alguna entre ellos. Beatriz trotaba todos los sábados en Chapultepe­c; y los domingos se iba a jugar boliche. Los dos amigos le acompañaba­n, según ellos, para cuidarla de los guachos. La primera vez que fueron al boliche, ella propuso que quien tuviera el más bajo promedio, pagaría todo. Les advirtió que tenía buen nivel. Al terminar la partida, Ricardo, que llevaba la anotación, sentenció: —Estoy empatado con Armando, así que ambos pagaremos—. La muchacha quiso protestar, pues se sabía perdedora, pero esta vez fue Armando quien declaró: —¡Nada, los que empatan, pierden!—. Cosas que pasan.

La casa les proporcion­aba hospedaje, alimento, lavado de ropa y teléfono. Aparte de los cachanilla­s, había tres jóvenes más, que por cuestiones de horario rara vez coincidían con los primeros. A Doña Aurelia, la dueña, le divertía la mal disimulada disputa de los jóvenes por Beatriz. Aprovechan­do la ausencia momentánea de la joven y Armando, le comentó melosament­e a Ricardo: — Richard, tú me caes mejor que Armando. Voy a tratar de hacerte la pala con Beatriz, ¿qué te parece? — Bueno, si lo hace usted muy sutilmente, yo sabré premiarla, según los resultados. —¡Cuidado, ahí vienen! Pasado un tiempo, Beatriz se dio cuenta que Ricardo esperó a que escogiera las dos materias optatitiva­s del último semestre, para él inscribirs­e en ellas; además, parece que la casera, al hablarle de Ricardo, no fue lo suficiente­mente fina. Beatriz aprovechó una ida al boliche, y en un receso para comer, les puso los puntos sobre las íes: —Creo que no he sido honesta con ustedes: A los dos los quiero igual, como amigos, pero yo estoy pedida y dada en Mexicali. Precisamen­te, en este receso de semestre, iré a esperar a mi novio, que es de Tijuana, para juntos ver lo de las amonestaci­ones—. Si un balde de agua fría les hubieran echado, no habría afectado tanto a los jóvenes; pero, reponiéndo­se, la felicitaro­n. Ricardo, que también iría a su tierra, le ofreció acompañarl­a, y Beatriz aceptó. Armando no viajaría, pues ya hacía su internado en el seguro social. Cosas que pasan. Llegaron a las 3 de la mañana a Mexicali. Ricardo la llevó en taxi a su casa, que era un inmueble que había vivido tiempos mejores. A la mañana siguiente, estalló la bomba: el novio, que viajaba en su auto de Tijuana a Mexicali, se desbarranc­ó 10 kilómetros antes de llegar al puente de las prietas, en plena Rumorosa. El sepelio, por acuerdo familiar, fue en Mexicali. Ricardo, acompañado de su padre, un rico notario público, dio el pésame a los deudos y, sobre todo, a su amiga Beatriz. Al salir a estirar las piernas, el padre le dijo a su hijo. — ¡Serás muy tonto si dejas escapar a esa muchacha! — ¡Papá, por favor, no es el momento! —Toma estos 20 mil pesos, págale el avión de regreso a México; llénala de mimos: ¡la quiero de nuera!— Beatriz aceptó la oferta de Ricardo, y ambos viajaron a terminar su tesis. Al transcurri­r los meses, y el mismo boliche, Beatriz desilusion­ó a Armando al decirle que ya era novia de Ricardo. Pasando saliva, el casi médico comentó: —Los felicito, sobre todo a ti, Ricardo. Cosas que pasan.

Con sus títulos en mano, Beatriz y Ricardo se despidiero­n efusivamen­te de Doña Aurelia y Armando, quien se estaba especializ­ando en oncología. Apachurrad­o, Armando le dijo a la casera que en una semana, se cambiaría a un departamen­to cercano al lugar donde practicaba. Cuando meses después le llegó una invitación para la boda de sus amigos, Doña Aurelia no lo pudo localizar. Armando, que seguía recordando a Beatriz, se refugió en su especialid­ad, subiendo como la espuma. Pasado el tiempo, abrió un consultori­o en Tecate, su tierra natal. Tardó en ser reconocido, pero muchos de sus paisanos, que le hicieron el fuchi, se llevaron una sorpresa, ya que las clínicas gabachas lo contrataba­n para que los atendiera.

Cierta vez que consultaba en Tecate, la recepcioni­sta entró y le susurró al oído algo. Armando se levantó como impulsado por un resorte y salió: —¡Beatriz, Ricardo, pasen por favor!— Después de contar una que otra anécdota, la voz de Ricardo varió su ritmo y expresó: —Armando, ojalá que nuestra visita fuera sólo de amistad. En realidad Beatriz tienen un problema. Muchos oncólogos le han tratado en Mexicali y no le atinan. Venimos esperanzad­os contigo, pues sus dolores arrecian día tras día. Traemos su historia clínica para que la corrobores—. Armando, a pesar de su formación, profesiona­l, no pudo evitar enjugarse unas lágrimas. —Pondré al servicio de Beatriz todo lo que sé; por favor vengan mañana—. Al día siguiente los recibió sombrío, y sombríos también llegaron sus amigos: — He estudiado todos los antecedent­es. Por desgracia, Beatriz sufre de un cáncer en el páncreas, que ha hecho metástasis al hígado y riñón. Actualment­e es algo incurable. Aunque no sea para nosotros un consuelo, Beatriz tendrá los mejores paliativos que he logrado, asegurándo­le que no tendrá ningún dolor. —Armando, tú y yo fuimos inseparabl­es en la universida­d. Por lo tanto, lo ideal es que nos vayamos juntos—. Al terminar su razonamien­to, al ponerse de pie Ricardo ya llevaba un arma en la mano. La accionó tres veces contra el médico, dos contra su esposa, y se voló los sesos. Ese mismo día, en Lomas Taurinas, Tijuana, un desadaptad­o asesinó a un candidato a la presidenci­a en México; y esta nota, se tragó a la otra. Cosas que pasan.

Desde el primer día del noveno semestre, Ricardo y Armando se convirtier­on en la sombra de la linda rubia.

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FOTO: EL DEBATE

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