¿En qué momento se “jodió” Sinaloa?
Adiferencia de 2018, las elecciones de 2021 no son para Morena la disputa por un proyecto social más justo, sino un gran salto hacia atrás en la vida pública de México y Sinaloa. Algunos balances sobre los dos años de López Obrador evidencian que las principales políticas y aspiraciones nacionalistas que ensaya pretenden regresar a un México edénico, que sólo existe en su imaginación y la de ciudadanos hastiados (melancólicos) por falta de resultados de nuestra accidentada transición democrática.
Tres libros de 2021 son reveladores. El presidente, de Curzio y Gutiérrez; Y mi palabra es la ley, de Carlos Elizondo; y El regreso a la jaula, de Roger Bartra. Muestran con diferentes ángulos, que la “cuarta transformación” en la historia moderna de México, que hoy se ofrece también para Sinaloa, está atorada, genera grandes conflictos, divide al país, socava instituciones clave para la normalidad democrática y no genera crecimiento económico ni erradica la pobreza. Las buenas intenciones del Gobierno no han dado mejores resultados. Para Bartra, comunista en su juventud, el Gobierno de AMLO no es de gente de izquierda que son minoría en su gabinete y el Congreso. Busca replicar el nacionalismo revolucionario originado desde el cardenismo, pero ahora con tintes autoritarios y de derecha.
Demuestra que la izquierda se pulverizó junto con el PRD, su último reducto, y con Morena se extinguió su tradición intelectual y democrática.
La melancolía de grandes segmentos de la ciudadanía, obedece a un hartazgo y nostalgia por un presente desalentador, fermentando obediencia a un líder autoritario confundido. Ve a un país enjaulado, atrapado en una quimera irrealizable, que aprovechan aventureros de toda índole.
La hipótesis de Bartra aplica para Sinaloa, pues la coalición de Morena no es un movimiento social que enarbola un programa de avanzada al que se suman otras fuerzas políticas para fortalecerlo. Por el contrario, está acaudillada por personajes que son excrecencias partidarias de los tropiezos de la democracia.
Rubén Rocha Moya, de un estilo político siempre divisionista, dejó de ser de izquierda el año 2000, al perder la gubernatura y refugiarse por más de 15 años en Gobiernos priistas. Gerardo Vargas es un apóstata político siniestro, traicionó al PRI, al PAN, trabajó con el Panal, Redes Sociales Progresistas y hoy aparece en Morena. Héctor Melesio Cuen, de corte fascista, es fruto envenenado de la descomposición política sinaloense que pudo convertir en partido a la UAS; fue candidato del PRI, del Panal, intentó serlo del PAN. Alejandro Higuera, flamante jefe de campaña de Rocha, es un tránsfuga vergonzoso del PAN y operador político de élites económicas del sur.
Su común denominador es haberse incorporado a la 4T de manera oportunista, como residuos tóxicos de los partidos que lograron la transición (PRI, PAN y PRD). Los cuatro son idénticos, con las mismas ambiciones, astucia perversa, incongruencia e insaciable hambre de poder.
Los universitarios veteranos conocen de sobra las tretas de Rubén Rocha y no compran la imagen que vende de progresista, supuestamente obligado a alianzas vergonzosas para ganar la elección. En realidad, desea encabezar un Gobierno que sirva a los poderes reales del estado. Es triste que muchos jóvenes de izquierda lo sigan.
La oferta programática de Morena es inasible. Sus candidatos, desde gobernador hasta regidores, hombres y mujeres, repiten las gastadas cantinelas de las mañaneras sobre corrupción, el “prian” y ayudar a los pobres, hasta con el mismo tartamudeo verbal de AMLO. Son comerciales choteados más que compromisos reales. Tan mal se ven que hasta el propio Presidente reniega ya de su partido.
Bartra formula la pregunta de Vargas Llosa en “Conversaciones en la catedral”, que podemos replicar: ¿en qué momento se “jodió” Sinaloa, como para que un puñado de aventureros nos quiera hundir en una podredumbre inadmisible, que ellos encarnan?
Estamos a tiempo de impedirlo. Ojalá lo entienda la gente de izquierda de buena fe.