La economía social y la empresa como motores del desarrollo y la competitividad
En más de una ocasión hemos escuchado el antiguo proverbio que dice: “Dale un pez a un hombre, y comerá hoy; enséñale a pescar, y comerá el resto de su vida”.
El mundo de hoy está marcado por lo que se conoce como el proceso de globalización, la fuerza de todos los procesos económicos, sociales y culturales a nivel global sobre los países y regiones.
Los cambios generados por la revolución en la comunicación, la tecnología y la información le han dado una nueva dimensión respecto al pasado, y en estos tiempos de pandemia se acrecentó.
¿Por qué nuestro país, a pesar de contar con una estabilidad macroeconómica —sólo el bache de la pandemia— no ha logrado despegar en los niveles de ingresos de las familias? ¿Las políticas de programas sociales podrían sacarnos adelante? ¿La economía de mercado no ha funcionado? ¿Fortalecer a la empresa o a los organismos del sector social de la economía como lo son ejidos, comunidades, organizaciones de trabajadores, sociedades cooperativas, empresas que pertenezcan en su mayoría o exclusivamente a trabajadores, organizaciones sociales que produzcan y distribuyan bienes y servicios socialmente necesarios? Estas son algunas interrogantes que se plantean.
Hoy, más que nunca, se requiere entender con sabiduría y razón, apegados a una realidad social que atienda a los más desprotegidos y que cierre la brecha de la desigualdad, pero también es fundamental no descuidar y fortalecer la economía de mercado, el comercio internacional, el flujo de inversiones que requiere nuestro país y las exportaciones de productos y servicios.
Tan necesario es una economía intensiva de capital, con un mayor peso de industrias de alto contenido tecnológico y de mayor productividad de la fuerza de trabajo como ocuparse de zonas ajenas y alejadas de las regiones industriales y de alta producción de sectores, como la pesca, agricultura y ganadería.
La economía social es toda la actividad económica que llevan a cabo los organismos del sector social, es un modo solidario y diferente de hacer economía buscando una transformación social y que se aplica a cualquier tipo de empresa, cooperativa y caja de ahorro, una de las características es que la propiedad es conjunta o en común, es decir, un grupo de propietarios socios centran su acción en el trabajo colaborativo buscando un equilibrio entre resultados económico y objetivos sociales. La economía social y la empresa como motor del desarrollo y la competitividad pueden coexistir, y el Estado debe de respaldar e incrementar los niveles de educación en la población, fomentar reformas a las leyes y reglamentos que propicien un mayor crecimiento, producción y competitividad en los diferentes sectores de la economía.
La pandemia dejó estragos en todos los sentidos alrededor del mundo. México sigue padeciendo las consecuencias, miles de negocios y empresas cerradas, sectores económicos abatidos, pero cada vez se avanza en la recuperación de la economía, poco a poco. Volver al principio va a ser complicado, la cercanía con Estados Unidos y los niveles de exportación de productos y servicios a ese país de parte de México son un motor importante para avanzar y reponer un poco lo perdido.
Las inversiones privada y extranjera son el principal desafío para afianzar la recuperación económica. Es necesario mantener y restablecer la confianza de los inversionistas y que el Estado promueva y asegure un marco de certidumbre y Estado de derecho.
El desarrollo que requiere México que conduzca al bienestar de todos requiere de incentivos, y la inversión pública tan importante, como la privada, debe orientarse a proyectos de infraestructura rentables aplicables para todo el país.
No basta con enseñar a una persona en situación vulnerable a ordeñar una vaca, hace falta la vaca; es importante también que aprenda el proceso de producción de la leche y la comercialización de la carne; el financiamiento, para crecer su negocio; el aprendizaje, para ser competitivo, entre otros aspectos, para hacer rentable su negocio y que no dependa de nadie más, más que de su esfuerzo e ímpetu por hacer que las cosas sucedan.