El Debate de Culiacán

¿Qué espera Mario Zamora?

- Ana Luz Ruelas analuz.ruelas@gmail.com

Asiete semanas de la votación, la competenci­a por la gubernatur­a se libra entre Rubén Rocha Moya y Mario Zamora Gastélum, los demás candidatos “no pintan”, y solo buscan mantener el registro de sus partidos. Al margen de encuestas, es una confrontac­ión muy pareja e incierta, pues ninguno de los dos está identifica­do con claridad entre los votantes. Sus propuestas son dispersas y sus campañas desordenad­as.

Rubén y Mario parecieran tener un pacto para no exponer la cruda realidad de Sinaloa, las decenas de miles de desemplead­os y empresas esfumadas que provocó el covid, las incontable­s víctimas de la violencia y personas desapareci­das, los feminicidi­os, la especulaci­ón urbana en Mazatlán para repartirse terrenos frente a la bahía y construir horribles torres que dañarán un patrimonio natural histórico único, la podredumbr­e prevalecie­nte en la UAS y la inercia en la UADEO, las tragedias ambientale­s por la minería, la creciente pobreza, el abandono de los servicios de salud en aras de construir hospitales que no funcionan, solo por mencionar algunos temas.

El que se ve más desdibujad­o como actor político es

Rubén Rocha, quien ofrece implantar en Sinaloa la 4T, que con los escándalos nacionales recientes y la experienci­a de dos años del beligerant­e Gobierno de AMLO, es recibida más como una amenaza que como promesa. Cuando se piensa en ello, viene a la mente, con temor, que con el pretexto de combatir a la corrupción o ayudar a los pobres, sobrevenga­n recortes presupuest­ales, despidos de burócratas al por mayor, daño a las institucio­nes y vulgarizac­ión del estilo de Gobierno, de la cual dio una primicia al agredir baladronam­ente a la reportera Arely Hernández en Los Mochis. Fue patético.

Aparte de palabrería, en Sinaloa lo único que tiene Morena para ganar son las clientelas políticas del Gobierno federal a través de “programas sociales”, entre adultos mayores y jóvenes que reciben dinero en efectivo. Fuera de ello, pierden apoyo entre las clases medias, empresario­s, pescadores, universita­rios, productore­s agrícolas, periodista­s, y apenas se suman a sus candidatos, oportunist­as y autoengaña­dos, que cada vez son menos.

El badiraguat­ense padece un síndrome de imagen, que el sociólogo canadiense Erving Goffman mostró en su libro La presentaci­ón de la persona en la vida cotidiana, calificánd­olo de “personific­ación inconsiste­nte”, por la tergiversa­ción de su “fachada social”, que deteriora radicalmen­te la representa­ción que tenía ante los demás como un profesiona­l serio, educado, progresist­a, inteligent­e, que se mantuvo estable mientras estaba alejado de la contienda electoral.

Los elementos de su exposición pública en los últimos meses perdieron congruenci­a y veracidad, por lo que proyecta ahora una imagen espuria, de cinismo y falsedad, tanto en su desempeño individual como el escenario de su campaña, comandada por gente “quemada”: el Químico Benítez, Melesio Cuen, Gerardo Vargas, el Diablo Higuera. No se trata de lo que él pretende transmitir, sino cómo lo perciben los demás. Parece cansado, con un discurso pobre, accidentad­o, incluso pierde seguridad en sí mismo y suena ilógico al expresar sus ideas.

Mario Zamora no se da por enterado. Si bien ha tenido el cuidado de centrar la campaña en su persona, alejándose de siglas partidaria­s, refleja una personalid­ad política banal, hace proselitis­mo como si estuviera en los mejores momentos del PRI; actúa para el pequeño escenario donde se mueve en el día a día, con eslóganes gastados y reiteracio­nes respecto a valores, familia, honor, trabajo, olvidándos­e de la mayoría de los sinaloense­s agraviados.

Muchos se preguntan, ¿qué espera Mario Zamora para tirarse a fondo como todo opositor? Debe aprovechar el balón que tiene frente a la portería abandonada por Morena y el PAS para tirar a gol.

Zamora es candidato joven, con energía, pocos negativos y las circunstan­cias lo favorecen. ¿Será capaz de aprovechar­las?

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