¿Qué espera Mario Zamora?
Asiete semanas de la votación, la competencia por la gubernatura se libra entre Rubén Rocha Moya y Mario Zamora Gastélum, los demás candidatos “no pintan”, y solo buscan mantener el registro de sus partidos. Al margen de encuestas, es una confrontación muy pareja e incierta, pues ninguno de los dos está identificado con claridad entre los votantes. Sus propuestas son dispersas y sus campañas desordenadas.
Rubén y Mario parecieran tener un pacto para no exponer la cruda realidad de Sinaloa, las decenas de miles de desempleados y empresas esfumadas que provocó el covid, las incontables víctimas de la violencia y personas desaparecidas, los feminicidios, la especulación urbana en Mazatlán para repartirse terrenos frente a la bahía y construir horribles torres que dañarán un patrimonio natural histórico único, la podredumbre prevaleciente en la UAS y la inercia en la UADEO, las tragedias ambientales por la minería, la creciente pobreza, el abandono de los servicios de salud en aras de construir hospitales que no funcionan, solo por mencionar algunos temas.
El que se ve más desdibujado como actor político es
Rubén Rocha, quien ofrece implantar en Sinaloa la 4T, que con los escándalos nacionales recientes y la experiencia de dos años del beligerante Gobierno de AMLO, es recibida más como una amenaza que como promesa. Cuando se piensa en ello, viene a la mente, con temor, que con el pretexto de combatir a la corrupción o ayudar a los pobres, sobrevengan recortes presupuestales, despidos de burócratas al por mayor, daño a las instituciones y vulgarización del estilo de Gobierno, de la cual dio una primicia al agredir baladronamente a la reportera Arely Hernández en Los Mochis. Fue patético.
Aparte de palabrería, en Sinaloa lo único que tiene Morena para ganar son las clientelas políticas del Gobierno federal a través de “programas sociales”, entre adultos mayores y jóvenes que reciben dinero en efectivo. Fuera de ello, pierden apoyo entre las clases medias, empresarios, pescadores, universitarios, productores agrícolas, periodistas, y apenas se suman a sus candidatos, oportunistas y autoengañados, que cada vez son menos.
El badiraguatense padece un síndrome de imagen, que el sociólogo canadiense Erving Goffman mostró en su libro La presentación de la persona en la vida cotidiana, calificándolo de “personificación inconsistente”, por la tergiversación de su “fachada social”, que deteriora radicalmente la representación que tenía ante los demás como un profesional serio, educado, progresista, inteligente, que se mantuvo estable mientras estaba alejado de la contienda electoral.
Los elementos de su exposición pública en los últimos meses perdieron congruencia y veracidad, por lo que proyecta ahora una imagen espuria, de cinismo y falsedad, tanto en su desempeño individual como el escenario de su campaña, comandada por gente “quemada”: el Químico Benítez, Melesio Cuen, Gerardo Vargas, el Diablo Higuera. No se trata de lo que él pretende transmitir, sino cómo lo perciben los demás. Parece cansado, con un discurso pobre, accidentado, incluso pierde seguridad en sí mismo y suena ilógico al expresar sus ideas.
Mario Zamora no se da por enterado. Si bien ha tenido el cuidado de centrar la campaña en su persona, alejándose de siglas partidarias, refleja una personalidad política banal, hace proselitismo como si estuviera en los mejores momentos del PRI; actúa para el pequeño escenario donde se mueve en el día a día, con eslóganes gastados y reiteraciones respecto a valores, familia, honor, trabajo, olvidándose de la mayoría de los sinaloenses agraviados.
Muchos se preguntan, ¿qué espera Mario Zamora para tirarse a fondo como todo opositor? Debe aprovechar el balón que tiene frente a la portería abandonada por Morena y el PAS para tirar a gol.
Zamora es candidato joven, con energía, pocos negativos y las circunstancias lo favorecen. ¿Será capaz de aprovecharlas?