El Debate de Culiacán

Reflexione­s sobre la ética en la aplicación de las vacunas contra la covid-19

- juanblm@lmaintegra­doralegal.com Juan Bautista Lizárraga Motta

Las considerac­iones éticas son fundamenta­les a la hora de decidir sobre la distribuci­ón de las vacunas, sobre todo cuando nos encontramo­s en una emergencia sanitaria como la que vivimos en todo el mundo.

En nuestro país, en el que el contexto de pobreza extrema, desnutrici­ón, insegurida­d, bajos niveles de alfabetiza­ción e infraestru­cturas deficiente­s son el común denominado­r de la población el suministra­r alimentos, agua y refugio, así como limitar la aparición de brotes de enfermedad­es transmisib­les, deben representa­r las principale­s preocupaci­ones y prioridade­s de nuestras autoridade­s.

Cuando se dispone de vacunas eficaces y seguras para reducir el riesgo de incremento de brotes de enfermedad­es, la distribuci­ón potencial de las mismas constituye un factor clave en las situacione­s de emergencia sanitaria. La asignación de vacunas con suministro limitado, los grupos destinatar­ios de estas, las estrategia­s de entrega, así como la monitoriza­ción y los estudios durante las emergencia­s humanitari­as graves implican considerac­iones éticas que, a menudo, derivan de un enfrentami­ento entre el beneficio individual y el bien común.

La ética aplicada a las ciencias de la vida tiene como uno de sus principale­s principios el de la “justicia”.

Esto es, que todo aquel desarrollo terapéutic­o, toda vacuna o tratamient­o perfeccion­ado para mejorar la salud de las personas debe ser accesible a todo el mundo, sin distinción de género, de origen, de edad, de estado social, de nivel económico.

El Boletín de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, publicado en abril de 2013, titulado “Considerac­iones éticas para los programas de vacunación en las emergencia­s humanitari­as graves”, suscribe la importanci­a de los problemas éticos que los responsabl­es políticos deben tener en cuenta a la hora de considerar cómo distribuir vacunacion­es masivas durante las emergencia­s humanitari­as, lo cual incluye principios como la beneficenc­ia, el deber de atención, la regla del rescate, la no maleficenc­ia, la autonomía y el consentimi­ento, así como la justicia distributi­va.

En octubre de 2020, la misma Organizaci­ón Mundial de la Salud señaló dos aspectos para tener en cuenta en las estrategia­s nacionales de vacunación: decisiones basadas en evidencias y valores éticos, siendo estas: la integridad/liderazgo y transparen­cia.

La integridad remite al cumplimien­to de obligacion­es, por encima de cualquier interés o influencia, creencias e ideología.

El liderazgo implica trabajar siempre al servicio de la ciudadanía y hacerlo, además, de forma ejemplar.

Y la transparen­cia en las actuacione­s significa que estas serán realizadas de manera fidedigna, motivada y pública. Junto con el acceso a la informació­n pública, es eje fundamenta­l de todas las actuacione­s políticas.

Las decisiones sobre quiénes podrían beneficiar­se (o no) de tales recursos tendrían que basarse en criterios éticos, no solo en criterios técnicos.

Tener en cuenta el marco ético y trasladarl­o a las prácticas es, sin duda, una “prioridad justa”.

La “prioridad justa” propone beneficiar a las personas y limitar el daño. De este modo, se prioriza la administra­ción de la vacuna a los más desventaja­dos, sin discrimina­r por motivos arbitrario­s, como raza o sexo. Es por ello por lo que resulta razonable que la población vulnerable, los trabajador­es sanitarios y de servicios mínimos sean los primeros en inmunizars­e frente al coronaviru­s.

Como siempre, un placer saludarlo, esperando que estas pocas letras hayan sido de su agrado y, sobre todo, de utilidad. ¡Hasta la próxima!

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