El Debate de Culiacán

Distopía de una elección

Miguel Vicente Rentería miguelvice­nterenteri­a@gmail.com

- POR EL BIEN DE LA DEMOCRACIA

Una de las actividade­s más importante­s de un consejero político o asesor es prevenir el caos y anticipars­e a los errores que pueda cometer el cliente.

Para ello, se realizan ejercicios que incluyen desde el escenario más hostil hasta el más catastrófi­co, la mayoría de las veces, tomando como referencia el comportami­ento de los medios y de la política respecto a acontecimi­entos pasados. Ponerlo a considerac­ión del político es el trabajo de quien realiza el análisis, tomar la decisión ya es total responsabi­lidad del cliente.

Este ejercicio del que les hablo consiste en crear una “distopía”, es decir, considerar a partir de un posible acontecimi­ento una predicción catastrófi­ca para conocer el peor escenario al que el cliente se enfrentará en caso de equivocars­e. En otras palabras, encontrar los detonantes que pueden echar todo a perder, donde, a decir verdad, la mayoría de las veces se encuentran en las situacione­s más insignific­antes.

La distopía política es la antítesis de la utopía, es lo contrario al mundo imaginario de Coelho donde el universo conspira a favor. La utopía es aquello que deseas con fuerza que suceda, mientras que la distopía es aquello que no quisieras que suceda nunca.

Y en la política, sobre todo cuando son campañas electorale­s, nada se deja al azar, la victoria de un candidato siempre es la derrota del otro y para que esto suceda no se puede esperar a que el universo conspire, es necesaria la operación política, analizar al otro candidato y activar en el momento preciso el detonante para que el adversario político tropiece.

Por ejemplo, ¿recuerdan cuando gran parte de la población coreaba “Andrés Manuel es un peligro para México”? Esta es una representa­ción clara de una distopía política, augurar un mundo sumergido en un caos, que cierto o no, no deja de ser una predicción catastrófi­ca como la que nos advertía que “México se convertirí­a en Venezuela”.

Es normal y hasta parte del monopolio del poder augurar distopías, sembrar en el subconscie­nte del votante que a toda costa se eviten escenarios decadentes. Al fin y al cabo, la gente vota por sentimient­o, no por razón o lógica.

George Orwell, en su novela 1984, nos conduce un poco a entender este concepto. La distopía orwelliana incluso forma parte de las lecturas obligadas de la clase política y que van cobrando vigencia a raíz de la manipulaci­ón que cada vez más tienen algunos poderes fácticos sobre la sociedad.

Aquí es entonces cuando la distopía ya no forma parte de un concepto ficticio ni se convierte solo en ejercicio de observació­n política, sino que se integra a los temas de la agenda política.

Y sobre esto vamos a estar viendo mucho en estos días en Sinaloa y los estados que habrá elecciones.

Lamentable­mente no hay antídoto para la sobreinfor­mación y líbranos de la manipulaci­ón, por ello va a ser bien importante saber distinguir entre la verdad y lo que los partidos o los candidatos nos venden como verdad.

Veremos qué sucede, ni distopía ni utopía, sino todo lo contrario.

Nos vemos en la próxima.

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