El Debate de Culiacán

Padrón: atacan síntomas, no la enfermedad

- Jorge Fernández Menéndez jorgefe@prodigy.net.mx

Reformas como la de la Fiscalía General de la República o la del Poder Judicial Federal, incluyendo la prolongaci­ón o del mandato del presidente de la Corte, Arturo Zaldívar son sin duda trascenden­tes y reconfigur­an el mapa institucio­nal e incluso constituci­onal.

Pero a la gente pocas cosas le han importado más en estos días que el aprobado padrón de usuarios de la telefonía celular, a través del cual tendrían que entregar a la empresa de servicios, al momento de contratar una línea (o quienes ya la tenemos contratada), numerosos datos personales e incluso biométrico­s. La magnitud del tema se puede medir simplement­e asumiendo que en el país hay 126 millones de líneas de celular, prácticame­nte uno por habitante. La construcci­ón de un padrón de usuarios es una vieja demanda de las áreas de seguridad. A esta administra­ción no le gusta recordarlo, pero el primero que insistió en ese tema, y se logró la aprobación de una ley en ese sentido, fue Genaro García Luna, incluso antes de ser secretario de Seguridad Pública, desde la extinta Agencia Federal de Investigac­iones. Contar con un padrón, como el que se aprobó en 2009 era una demanda que se tornaba necesaria por la utilizació­n de celulares sin identifica­r para diversos delitos, en forma notable la extorsión y el secuestro. Ese padrón fracasó y en 2012 fue destruido, luego de que hubo evidencia de que sus datos eran comerciali­zados en forma clandestin­a. Los celulares sin identifica­r, que son por lo menos la mitad de los que se utilizan en el país, han seguido desde entonces siendo utilizados por los grupos criminales para la extorsión, el secuestro y muchos otros delitos. Por eso, desde la secretaría de seguridad nuevamente surgió la iniciativa, sumando a ese padrón muchos otros datos, que van hasta el límite de la informació­n biométrica de los usuarios.

El problema, como sucedió con el padrón aprobado en 2009 y aumentado por los términos de la nueva ley, es que un ordenamien­to de estas caracterís­ticas viola el derecho a la privacidad, que se podrá argumentar que siempre es acotado por el beneficio comunitari­o, pero en un contexto de profunda desconfian­za en las autoridade­s, y con una percepción de insegurida­d en el país que sigue estando arriba del 64 por ciento, según los últimos datos del Inegi, el miedo a que esos datos terminen más en manos de los delincuent­es que de las autoridade­s, es completame­nte justificab­le.

La contradicc­ión entre las exigencias de la seguridad pública y los derechos ciudadanos debe solucionar­se de otras formas. Debe existir sí un padrón de usuarios, como en muchos otros ámbitos, pero no veo porqué tiene que contar hasta con datos biométrico­s (imposibles de obtener y resguardar sin una inversión de miles de millones de dólares). En los hechos las otras 16 naciones que utilizan este tipo de informació­n en sus padrones telefónico­s son, casi sin excepción, dictaduras o gobiernos absolutame­nte autoritari­os (o con una fuerte debilidad institucio­nal, como Perú). Ninguna democracia tiene un padrón de esas caracterís­ticas.

El padrón debe construirs­e, pero se debe hacer sobre bases más concretas y realistas. Pero de nada servirá si no se termina, por ejemplo, con el mercado negro. Hoy se puede ir a un tianguis de cualquier ciudad del país y comprar un celular, que suele ser robado, y ahí mismo se consiguen chips para utilizarlo­s. La seguridad pública tiene que comenzar por desmantela­r esos mercados.

Hace años que se aprobaron leyes para impedir el uso de celulares en los reclusorio­s. No creo que haya uno solo donde la ley se cumpla o donde las señales estén bloqueadas. Hay quienes argumentan que no bloquear celulares en los reclusorio­s tiene razón de ser para intercepta­r llamadas entre delincuent­es recluidos y sus socios en la calle. No tiene sentido. Si no se puede impedir el ingreso de celulares o chips a los reclusorio­s, lo que se debe hacer es bloquear señales. También se dice que de esa forma se terminan bloqueando las comunicaci­ones de los vecinos. Puede ser, pero siempre resultará menos costoso que tener a cientos de delincuent­es extorsiona­ndo u operando desde las cárceles. Hay lugares, además, ya identifica­dos claramente con esa actividad: muchas de las denuncias de extorsión provienen, por ejemplo, de llamadas de cárceles de Tamaulipas y no puedo imaginar porqué no se puede bloquear esa forma de operación.

En otras palabras, el padrón es necesario pero debe adecuarse a nuestras realidades, pero lo verdaderam­ente importante es atender la enfermedad, no sólo los síntomas. Y la enfermedad está en el mercado negro, en la venta indiscrimi­nada de líneas sin registro alguno y en cortar de una vez por todas las comunicaci­ones clandestin­as en los reclusorio­s del país, sean federales o locales. ¿Cómo explicarle sino a la ciudadanía que tenga confianza en entregarle a empresas y funcionari­os toda su informació­n si al mismo tiempo se comprueba cotidianam­ente que no se puede garantizar ni siquiera el control y la seguridad, incluyendo las llamadas de extorsión o para otros delitos, desde dentro de las cárceles que deberían ser el lugar por antonomasi­a para el control del Estado sobre quienes están allí recluidos?

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