El Debate de Culiacán

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Catón armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

La señorita Spinster era célibe, sin familia cercana ni lejana. No pertenecía a iglesia alguna. Vivía en completa soledad en una antigua mansión construida en los tiempos de una aristocrac­ia rural ya desapareci­da. Nadie lo sabía, pero era dueña de una inmensa fortuna en bienes raíces, dinero en el banco, acciones, bonos y certificad­os. Aconteció que un día una noche, más bien- a un agente viajero que pasaba por el lugar se le descompuso su automóvil. Llovía a cántaros y hacía un frío que calaba hasta los huesos, si me son permitidas esas dos expresione­s inéditas. El viajero llamó a la puerta de la solitaria mujer, y ella lo recibió con la cortesía aneja a su clase y a las tradicione­s de su casa. Le ofreció una taza de té y una copa de ron jamaiquino a fin de que recuperara el calor de los miembros, y luego compartió con él la cena que solía consumir antes de ir a la cama. Pasaron después al saloncito de estar. Ahí bebieron varias copas de coñac y entablaron una grata conversaci­ón. Él escuchó con atención el relato de la monótona vida de su anfitriona. La consoló cuando evocó a sus padres idos y le ofreció su hombro para que llorara. No alargaré la historia. Lo de las copas y lo del hombro condujeron a otras cosas, y pronto el viajero se vio en el lecho de la dama. Ahí la hizo conocer por vez primera los deliquios del amor carnal. Ella, extática, supo de placeres y voluptuosi­dades que ni siquiera había imaginado. Luego durmieron el profundo sueño que sigue a las delicias de la sensualida­d. Al día siguiente él se despidió. En la puerta le preguntó la mujer: "¿Cómo te llamas?". El viajero era casado, de modo que le dijo el nombre de un cierto amigo suyo soltero y sin compromiso­s. Pasaron unos meses. Cierto día el tal amigo buscó al viajero y le preguntó: "¿Tú le diste mi nombre a una dama a la que conociste?". El otro se disculpó: "Perdóname. Lo hice en circunstan­cias apuradas". "No te disculpes replicó el amigo-. Murió la señorita, y me nombró heredero universal de sus bienes por haberle dado la noche más hermosa de su vida". El sistema de salud está enfermo. El Seguro Popular fue desapareci­do, y el ente que se creó para sustituirl­o ha dado sobradas muestras de su inexistenc­ia. El personal de los hospitales públicos se queja de falta de lo más necesario para atender a los pacientes. El desabasto de medicament­os en las farmacias está ya generaliza­do: no será difícil que dentro de poco debamos recurrir a yerbas, chiqueador­es y otros remedios caseros de los que usaron nuestros abuelos para aliviar sus ajes. La vacunación infantil, antes sujeta a programas regulares y profusamen­te anunciados, ahora falla por completo. Eso para no hablar de la ineficienc­ia oficial ante la pandemia: quienes saben de esto afirman que la cifra de fallecidos declarada por los voceros del gobierno debe multiplica­rse al menos por 2 para acercarla a la verdad. El actual régimen habla de corrupción en el antiguo sistema en materia de medicinas y hospitales públicos. Es muy probable que la haya habido, pero estoy seguro de que la gente prefiere salud con corrupción a enfermedad sin curación. Habrá que repetir, aunque dé pena, aquello de que estábamos mejor cuando estábamos peor. Pepito le preguntó a su mami: "¿Cómo nacen los hijos?". La señora, confusa, respondió: "Los trae el doctor Avicena". Poco después vieron al médico en compañía de dos guapas muchachas de hermoso rostro y atractivas formas. "¿Quiénes son?" -le preguntó

Pepito a su mamá. Le dijo la señora: "Son sus hijas". "¡Mira! -se enojó Pepito-. ¡El cabrón se queda con lo mejor!". FIN.

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