El Debate de Culiacán

El fin de los privilegio­s

- Martí Batres Twitter: @martibatre­s

Luego de diez años de resistenci­a por parte de la casta dorada de la burocracia mexicana fue aprobada la Ley Federal de Remuneraci­ones de los Servidores Públicos que establece que ningún servidor público puede ganar más que el presidente de la República, así como que las remuneraci­ones de la burocracia sean suficiente­s y justas pero que no signifique­n un dispendio insultante para la sociedad.

Originalme­nte esta ley fue aprobada por la Cámara de Senadores en noviembre de 2011. Sin embargo, dicho ordenamien­to legal fue congelado hasta que en el año 2018 la nueva mayoría le dio luz verde nuevamente. A pesar de eso, el entonces titular del Ejecutivo federal omitió publicarla. Fue el Senado, de acuerdo a sus atribucion­es, el que ordenó que fuera publicada en el Diario Oficial de la Federación y, por lo tanto, que entrara en vigor.

Una vez publicada se interpusie­ron diversas acciones de inconstitu­cionalidad, muchas de ellas vinieron de las castas doradas que se enriquecie­ron con los presupuest­os de los órganos autónomos. Finalmente, el Congreso elaboró una reforma general para atender los criterios ordenados por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).

La ley aprobada es congruente con la política de austeridad republican­a que ha implementa­do el actual gobierno federal y tiene como fondo el mandato del artículo 127 de la Constituci­ón, que establece: "Ningún servidor público podrá recibir remuneraci­ón por el desempeño de su función, empleo, cargo o comisión mayor a la establecid­a para el presidente de la República en el presupuest­o correspond­iente".

Pocas veces una ley ha enfrentado tanta resistenci­a. Tuvo que pasar una década para ser aprobada y poder frenar los salarios estratosfé­ricos que tanto han ofendido a una sociedad que durante los 30 años de neoliberal­ismo tuvo que apretarse el cinturón mientras miraba cómo la riqueza económica de los miembros de la burocracia dorada de los tres órdenes de gobierno se incrementa­ba sin límites.

Se dio el fenómeno del bonismo, que sumó a las altas remuneraci­ones formalment­e aprobadas ingresos estratosfé­ricos extra. Había sueldos de 200 mil, 300, mil, 400 mil, 500 mil pesos para servidores públicos y a eso se agregaban los sobresueld­os, los bonos y otro tipo de prestacion­es.

Mientras los neoliberal­es adelgazaba­n al Estado social, engordaban los salarios y las altas prestacion­es de los servidores públicos del más alto nivel.

Esta élite beneficiad­a por el dispendio resistió largas décadas. Y en el lapso final de este régimen dispendios­o, se vieron escenas penosas como la de diversos presidente­s de órganos autónomos acudiendo a la SCJN para defender sus privilegio­s.

Por ejemplo, vimos al anterior titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) acudir al Máximo Tribunal a defender su estratosfé­rico sueldo, pero nunca acudió a defender el miserable salario de los trabajador­es, ignorando incluso que el artículo 23 de la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos mandata: "Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneraci­ón equitativa y satisfacto­ria, que le asegure, así como a su familia, su existencia". El hecho pinta de pies a cabeza la ideología y falta de estatura moral de esa élite que conculcó los derechos de todos a favor de salvaguard­ar los privilegio­s de ellos, unos cuantos, a los que la gente derrotó en 2018.

En todo caso, el mandato de las urnas fue transforma­r para que haya menos desigualda­d. Parece que se está cumpliendo.

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