El Debate de Culiacán

Entrar por la puerta correcta

- José Martínez Colín Presbítero

Para saber. En la estación de Pisa, al terminar la Segunda Guerra Mundial. Una madre, llena de alegría, esperaba a su hijo que volvía de la guerra. El soldado había quedado ciego, pero no lo había comunicado. Al llegar el tren, la madre vio a su hijo descender ayudado por otros. Su madre, llena de dolor, lo abrazó: “¡Hijo mío, si no ves!” El muchacho le dijo: “No te veo, madre, pero te siento”.

Así es la oración de contemplac­ión. No vemos a Dios con los ojos físicos, pero por todas partes advertimos su presencia y su acción. Dice san Pablo: “Nosotros contemplam­os las cosas que no se ven, porque las que no se ven son eternas” (2 Cor 4, 18). El papa Francisco reflexionó sobre la meditación: muchas personas meditan en distintas religiones, pero no todas lo hacen de la misma manera. Para pensar. Cuenta C.S. Lewis en su libro Cartas del diablo a su sobrino, cómo el demonio enseña a su sobrino para engañar a los hombres y se engañen a sí mismos. Le dice que los engañe haciéndole­s pensar que su relación con Dios ha de ser “adulta”, “auténtica”, “espontánea”, etc. y, por ello, que no acudan a misa o los sacramento­s cuando no “los sientan”, “cuando no les nazca”. De esa manera, serán esclavos de sus sentimient­os, que los hundirán llevados por su pereza y comodidad.

Dice san Josemaría Escrivá: Prefiero tener al cuerpo de esclavo que serlo suyo. Para vivir. Hay resultados de la oración, como el recuperar la paz, el dominio de uno mismo, o la luz sobre una decisión, pero son efectos colaterale­s de la gracia. Lo que se busca es el encuentro con Jesús, y todo lo demás “se dará por añadidura”.

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