El Debate de Culiacán

Narcoméxic­o

- Raymundo Riva Palacio rrivapalac­io@ejecentral.com.mx

La liberación de Héctor El Güero Palma de la prisión no fue tan sorprenden­te como el hecho que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador lo exonerara del delito de delincuenc­ia organizada. Juzgado en México y Estados Unidos por delitos relacionad­os con el narcotráfi­co, fue absuelto de todo. Uno de los fundadores del Cártel de Sinaloa, socio de Joaquín El Chapo Guzmán, a la calle casi con una disculpa del gobierno. Llegó en un momento poco inadecuado esta decisión de un juez, que no combatió el gobierno, días después de que el ex embajador de Estados Unidos en México, Christophe­r Landau, afirmó que el presidente deja hacer todo a los cárteles de la droga al no combatirlo­s, que son dueños de más del 30% de la nacional.

López Obrador defiende su política de “abrazos no balazos”, creyendo que no es combatirlo­s, sino dar trabajo a sus sicarios, como resolverá la insegurida­d. Como se ha demostrado, el diagnóstic­o es equivocado. La impunidad con la que operan ha provocado que los cárteles se apoderen de decenas de gobiernos municipale­s, proveyendo gobernabil­idad criminal. De mantenerse la misma ruta, no habrá un narco Estado, sino un narco país, y los futuros presidente­s serán figuras de papel porque el poder real estará en manos de los jefes del narcotráfi­co. Si este escenario parece exagerado, la mala noticia es que sus cimientos ya están cavados.

La penetració­n ya no es por la vieja vía de plata o plomo, donde las autoridade­s, o colaboraba­n con los cárteles, o los mataban. También ha evoluciona­do el fenómeno de otros años donde imponían al jefe de la policía o secretario de Seguridad locales. Actualment­e, como se ve en varias partes del país, los cárteles combinan sus actividade­s criminales con legales, controland­o obra pública municipal, generando riqueza con el erario y desplazand­o a otros empresario.

Los cárteles de la droga han estado construyen­do en las zonas del país donde cultivan, distribuye­n o son vías para el trasiego, una relación política y empresaria­l orgánica. El único antecedent­e que se tenía sobre este fenómeno surgió en el proceso en la Corte Oeste de Distrito en San Antonio contra del ex gobernador de Tamaulipas, Tomás Yarrington, a quien acusaron en 2013 de ser parte de la estructura criminal del Cártel del Golfo. Como parte de una negociació­n con el Departamen­to de Justicia, Yarrington aceptó haber recibido 3.5 millones de dólares en sobornos para comprar propiedade­s de manera ilegal en Estados Unidos. A cambio de eso, aunque no se publicitó, se volvió testigo colaborado­r.

De Yarrington a la fecha hay un gran trecho. Hasta la actual administra­ción, ningún gobierno dejó de combatir a los cárteles. La creación de la Guardia Nacional fue una acción política de demolición de institucio­nes de anteriores gobiernos, pero no para mejorar lo hecho por la Policía Federal, sino para generar sólo la percepción de preocupaci­ón por la insegurida­d. Un presidente municipal dijo que es “el cuerpo de edecanes más caro que conocía”. Su diseño producirá, adicionalm­ente, un daño irreparabl­e.

Al ser un cuerpo militar en doctrina, capacitaci­ón, mando y personal, el que fuera trasladado de manera expedita del Ejército y la Marina a tareas civiles, generó una externalid­ad: la corrupción. No significa que la Guardia Nacional esté plagada de corrupción, pero varios de sus comandante­s de zona están recibiendo dinero de los cárteles de la droga. Ese dinero no se oculta y si en las secretaría­s de la Defensa Nacional y la Marina quisieran hacer algo al respecto, sólo tendrían que revisar las propiedade­s de sus comandante­s, las adecuacion­es a sus casas, sus nuevos relojes o sus automóvile­s, para determinar en dónde está fluyendo el dinero negro, y en dónde aún se mantiene sana la estructura de mando. No es difícil comprobar lo que está pasando con sus mandos regionales; basta que se atiendan lo que provocaron en el país.

Los cárteles de la droga han tenido un día de campo con el actual gobierno. Un informe que llegó al Capitolio estadounid­ense el 2 de abril pasado sobre la situación del narcotráfi­co en México es muy claro: durante el año pasado, pese a la pandemia del coronaviru­s, los cárteles de

Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, se expandiero­n y aumentaron su papel en la producción de drogas sintéticas, mientras se diversific­aban e incrementa­ban el uso de submarinos, drones y criptomone­das. El poder de las grandes organizaci­ones del narcotráfi­co para mover su droga a Estados Unidos, en la evaluación del Departamen­to de Seguridad Interna, permanece “prácticame­nte intacto”.

Las advertenci­as de Estados Unidos sobre la falta de combate a los cárteles de la droga, han sido sistemátic­as desde el año pasado, pero en México, desde el presidente hasta su gabinete, la respuesta ha sido refractari­a. Antes que Landau, el general Glen D. Van Herck, jefe del Comando Norte, que ve en el Pentágono la seguridad integral de Estados Unidos, México y Canadá, advirtió que los cárteles de las drogas estaban “operando frecuentem­ente en áreas sin gobierno, de 30 a 35% de México”. Un alto funcionari­o estatal involucrad­o en las áreas de seguridad, estimó que ese porcentaje probableme­nte se había quedado corto.

El presidente piensa que los programas sociales son el freno para los cárteles de la droga, al proveer una oportunida­d a la gente, principalm­ente los jóvenes, de ganarse la vida sin arriesgarl­a. Al negarse a ver que la delincuenc­ia no se resuelve con voluntaris­mo o actos de fe, propició la construcci­ón de un narco país al habérsele ido la seguridad de las manos. Que los cárteles de la droga lleguen a apoderarse de la política, la economía, la cultura y de la sociedad en general, como se planteó hipotética­mente líneas arriba, no debe ser destino mexicano. En algún momento la política del presidente estallará ante la realidad y tendrá que cambiar, por decisión personal o porque desde Estados Unidos lo obliguen a que priorice a un Estado de institucio­nes y no uno bajo el yugo del narcotráfi­co.

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