El vientre de Culiacán
En ese maravilloso mes que es diciembre siempre quedan momentos que se completan en otro tiempo. En mi caso, uno de ellos fue el ocurrido una tarde perfecta al salir de un barecito pintoresco y muy famoso por sus tortas y bollitos al que fui con una psicóloga pelirroja. Saliendo de ahí a la tarde dorada pasamos por el mercado Garmendia y ahí se nos “desperfectizó” la tarde por un animalito del Señor que la mujer en cuestión vio y que le quitó las ganas de llegar a por esquites. El hecho me puso a pensar, no el asunto de los esquites, sino en el espacio increíble que es el mercado Garmendia. Hace ya un siglo que ese ser visionario que fue don Luis F. Molina lo proyectó y desde entonces, para medio citar a Émile Zola, ha sido el vientre de Culiacán. En fotos de sus primeros tiempos el mercado pareciera ser biblioteca de universidad; el tiempo ahogó sus alrededores, pero el edificio sigue siendo toda una declaración, casi un emblema local.
Familiarmente nunca se me enseñó el ir al mercado. En mi casa se iba a un “súper” que ya no existe y las pocas visitas al Garmendia o al “mercadito” de al lado del panteón San Juan eran para comprar quesos y machaca cuando se salía de vacaciones. Nunca era para ir por un jugo o el mandado de la semana. Ese hermoso hábito me lo forjé solo y dándome de topes cuando empecé a vivir en la Ciudad de México. Ya acá, cuando he habitado en el centro de Culiacán, el Garmendia se ha vuelto, para seguir en la idea de Zola, en mi muy personal estómago. Y acá también me he dado de topes o, mejor dicho, así me iba hasta que encontré ese ser con el que todos los vegetarianos soñamos en silencio: un buen verdulero. Y eso es de gran valor porque hay locatarios que aprecian poco la calidad de sus productos, que actúan por la muy honrada venta, pero no les importa mucho (a algunos) el dar un producto muy bueno, que algunos sí estamos en disposición y deseo de pagar. En Ciudad de
México hasta me han gritado, otro día contaré de eso. Eso sí, aquí en Culiacán en días de quincena se puede ver cómo locatarios ven con añoranza las multitudes que entran a un supermercado cercano a abastecerse. Los tiempos hace bastante que cambiaron y en mi mercado favorito mucho sigue igual, siendo que para seguir con vida es vital el innovar.
Y así, justo ayer veía en las noticias que en la Ciudad de México se ha implementado un sistema que me parece genial. Se trata de una aplicación móvil (una app) llamada Mi mercado en Casa que ha incorporado allá la Secretaría de Desarrollo Económico en colaboración con una empresa y que, aunque todavía está en pruebas, ya es claro que el sistema funciona. En la app se muestran los productos disponibles para el envío y que un repartidor (que cuenta con sus prestaciones de ley) lleva hasta el domicilio que solicitó el pedido. Esto no ha sido sencillo. Solo la capacitación de locatarios ha llevado año y medio, pero se estima que para mediados de este 2022 sean 40 los mercados de la capital del país que cuenten con dicho sistema. Creo que bien podría desarrollarse algo similar para los mercados de Culiacán, pues hacer una app no es costosísimo. Además, tan solo el tráfico tan pesado del centro y los pocos espacios para estacionarse cerca del Garmendia provocan que muchas personas que quisieran productos frescos no se detengan a comprar. Podría hacerse, por ejemplo, una versión híbrida de la app chilanga en que repartidores llevaran en producto de los locales al interior del Garmendia a un vehículo. Pero no veo la mirada visionaria que sería clave para un caso de éxito, no veo esa mirada en el contexto local. No la veo ni desde lo público ni desde lo privado. Quizá es mi “miopía” sobre el tema, pero también es cierto que no veo los precios más competitivos que en los mercados públicos de Culiacán podrían ofrecerse si, por ejemplo, hubiera más organización entre grupos pequeños de locatarios para mandar traer producto desde donde sea más costeable para que así el cliente pague menos, por ejemplo…
Pensando en todo esto ayer subí a ver el techo del Garmendia. Con la mirada correcta siempre se pueden mover puertas y hace más de dos años que no subía a ver el mercado desde lo alto. Me dio gusto verlo más limpio que en otras ocasiones. Pero me dio disgusto verlo más sucio que los techos de mercados de otras entidades que visité el año pasado. Mi sospecha de ver en el techo una envoltura de cacahuates Canchos, (un cacahuate japonés picante que era de mis favoritos hasta que se dejó de vender a finales de los años 90s) se disipó cuando hablé con trabajadores y locatarios que conozco y comprobé que aproximadamente cada mes se da una limpieza al techo del mercado. Por mi parte imaginaba una limpieza tipo la centenaria “Fiesta de la Taspana” que se hace en San Ignacio (al sur de Sinaloa) en la que pobladores recorren el pueblo limpiándolo al ritmo de música de banda y tragos. Nunca la he presenciado, pero me la imagino algo parecido al Paseo del Pendón de mi querido Chilpancingo, algo así, pero más en chiquito, porque allá la verdad es algo bien grande con todo y políticos.
Espero el Garmendia siga por muchos años como un maestro de la universidad me lo describía, con que había locales que vendían más de su producto que sucursales de supermercados grandes, pero para ello probablemente hay que implementar formas que atraigan a nuevos clientes, a personas que quizá no puedan estacionarse o no quieran “engentarse”. Total, y en una de las remodelaciones (cada pocos años hay una) le habiliten un segundo piso como muchos otros mercados, por ejemplo, el hermosamente porfiriano mercado Pino Suárez de Mazatlán. Ya veremos los lugares donde los culiacanenses abasteceremos el vientre en los atardeceres que vienen. Ya veremos.