Erizos oníricos
México es un universo intenso, pasional, colorido, musical, sabroso y tan surrealista, que es capaz de seducir irremediablemente, como lo hizo con Luis Buñuel, el cineasta, o de abrumar de tal manera, que hasta el mismísimo abanderado de dicho movimiento artístico: Salvador Dalí, su amigo íntimo, jamás quiso regresar. “De ninguna manera volveré; no soporto estar en un país más surrealista que mis pinturas”, dijo. Y lo reitero. El poco tiempo que recientemente he pasado por allí, viví cosas entre el sueño y la irrealidad que me arrobaron no solo el pensamiento y el alma, sino también el paladar. Fue en una cena en la que se exhibieron tres películas de Buñuel, que se instaló en México donde concibió gran parte de su filmografía —Los Olvidados, La ilusión viaja en tranvía, Ensayo de un crimen, Nazarín, Viridiana, Simón del desierto—.
La velada fue para celebrar su natalicio, un 22 de febrero de 1900 en Calanda, España. La organizó Pablo San Román, el cocinero vasco del restaurante Ekilore (Polanco), que también se ha asentado a gusto en el reino del maíz, grandes imperios precolombinos, un virreinato poderoso y tendencia mundial en gastronomía, sobre todo en España, en donde la tortilla se ha afianzado de tal manera, que se producen decenas de toneladas mensuales, eso, según una investigación que hice para El País.
Mario Barro, profesor de la UNAM, la Universidad Nacional Autónoma de México, destacó que dicha efeméride no era cualquier cosa. “Es un pretexto para celebrar en un lugar increíble, que también exhibe una colección de carteles de sus películas y mientras cenamos, veremos tres cortos.
“‘Comiendo erizos’ (1930) es una pieza prácticamente desconocida en México”, dijo, sobre, una película casera que rodó en casa de los Dalí en Cadaqués en la que aparecen en escenas reales, con tonos surrealistas, los padres del pintor que se mecen en una hamaca, toman café en la terraza, pasean por el jardín. El padre fuma pipa y ambos se dan un festín equinoideo.
Las otras dos piezas fueron ‘El perro andaluz’ (1929) y ‘Las Hurdes. Tierra sin pan’ (1933), el único documental de Buñuel, una denuncia sobre la dura situación en la comarca cacereña con condiciones de educación infantil deficiente, paludismo y miseria. “No ha sido restaurada ni remasterizada y vale la pena difundir porque está más actual que nunca. Esa situación no solo fue parte de la historia española, es una realidad mundial a la vuelta de la esquina”, dijo Barros, experto en la obra del cineasta aragonés, sobre todo en su etapa mexicana (19461964). Fungió como coordinador de Casa Buñuel —su casa y locación del Ángel Exterminador— y de actividades cinematográficas en la Embajada de España en México.
También estuvo Emilio Maillé, director con un Goya a la Mejor Película Iberoamericana, quien se refirió a la profesionalidad y ética que siempre mostró el calandino en su trabajo, salpicado de humor negro, ironía, provocación, herramientas que usó para mover conciencias. “Sus películas exhiben un poderío fantástico y el tiempo no pasa en su legado, de hecho, él decía, que, ‘la edad no importa, a menos que seas un queso’”, expresó, recordando una de las frases de Buñuel que se quedaron para la posteridad.
Y en alusión a las cintas, San Román preparó croquetas de erizo, salpicón de percebe, cigalita con calabacín y cordero en hojaldre. Ah, también ‘Paella Don Luis’, ya que a Buñuel le encantaba cocinar y dicha receta era su especialidad. Y para recordar a todos que San Sebastián es su ciudad natal, San Román nos deleitó con pastelitos de chocolate en forma de tambor en azul y blanco. Sin duda, la experiencia, hoy vista a la distancia, fue algo onírico e irreal que solo puede suceder en mi tierra.