La conducta en la escuela
Mi madre recuerda con humor la educación en mi infancia. Cuando iba en primaria, tenía 10 en todas las materias, menos en conducta. No se me daba eso de la disciplina y la obediencia. Ponerse en paz, estar en silencio y permanecer en el lugar asignado no era precisamente lo que quería estar haciendo a esa edad. Pero la educación conductista tenía sus maneras de aplacar a los inquietos: nos ponían de pie en una esquina del salón o nos quitaban el recreo. Esto, se suponía, nos enseñaría a hacer caso y ser mejores estudiantes.
Ya avanzados los años, me tocó presenciar cómo los padres de algunos de mis compañeros optaban por medidas más extremas. Si bien para muchos la escuela es un lugar de entrenamiento y debe usarse para enseñar disciplina, orden y respeto, no siempre logra estos objetivos. Para los casos más ingobernables, estaban las escuelas militares. Varios de mis compañeros y conocidos pasaron por ellas y, aunque yo nunca lo hice, debo decir que siento curiosidad por cómo funciona ese mundo. Estar internado, apartado de la sociedad. Despertar antes del amanecer para hacer ejercicio y servicio a la comunidad. Tener un horario para cada cosa y nunca salirse de él. La rigidez de la educación militar se nos presenta como un sueño para quienes no tenemos el orden y la disciplina necesarios. ¿Cómo se moldeará la personalidad al estar en un ambiente así? Sin duda no es para todos, pero debe ser una experiencia enriquecedora para el crecimiento personal y el autoconocimiento.
Las ventajas de esta educación son palpables: el desarrollo de una disciplina férrea, una capacidad de liderazgo innegable y un sentido de responsabilidad y camaradería que trasciende las aulas. La estructura de la escuela militar inculca no solo conocimientos académicos, sino también una ética de trabajo y una resiliencia frente a la adversidad, preparando a los alumnos para enfrentar desafíos con una determinación inquebrantable.
Sin embargo, esta rigidez y el énfasis en la conformidad pueden ser también su talón de Aquiles. La supresión de la individualidad y la creatividad puede dejar a los estudiantes con una visión estrecha del mundo, limitando su capacidad para adaptarse a entornos que valoran la innovación y el pensamiento crítico. La falta de espacios para la exploración personal y el cuestionamiento puede resultar en una desconexión con aquellos aspectos de la vida que requieren empatía, sensibilidad y una comprensión matizada de la complejidad humana.
Como siempre, vale la pena preguntarse por la educación que queremos y los aspectos que privilegiamos en nuestra formación. ¿Será la disciplina, el respeto a la autoridad y el seguimiento de órdenes el fin máximo de la escuela? Definitivamente son importantes, pero si fuera así, nuestra educación tendría que ser mejor un entrenamiento militar. ¿Qué otros valores y habilidades deberían estar en la escuela ideal?