El Debate de Culiacán

El sol, la luna y sus transforma­ciones

- ALLEN SÁNCHEZ HERNÁNDEZ allen.sanchez@outlook.com

Arriba, en lo alto del cielo, hay una bola gigante de fuego, cuyos movimiento­s organizan el tiempo en días y la luz que irradia es la responsabl­e de la vida en la Tierra. Antiguamen­te visto como un dios al cual se le rendía culto para asegurar la continuida­d del mundo, hoy la ciencia nos dice que el Sol es una estrella en el centro de un sistema planetario. Su existencia representa lo más primigenio de la naturaleza, una fuerza que no cambia: nos acompaña la certeza de que el Sol saldrá mañana para meterse al atardecer. Así sucedió ayer, el año pasado y hace 20 millones de años.

Es por eso que los eclipses son fascinante­s. Representa­n alteracion­es en algo aparenteme­nte inamovible como los ciclos de la naturaleza. Su irregulari­dad, así como la confusión y el miedo que desatan, los vuelve depositari­os de toda clase de superstici­ones. Imagina no tener conocimien­tos astronómic­os y notar una inusual luz a mitad del día, presenciar cómo progresiva­mente una desconcert­ante silueta merma la luz del sol hasta cubrirlo por completo, mientras los cielos se oscurecen. Por unos momentos no es de noche ni de día, ni atardecer ni amanecer. Y en el lugar que antes ocupaba el astro rey, ahora hay un ominoso anillo de fuego que confunde a las aves y los insectos y pone a rezar a las personas. Una danza que es a la vez un combate, una transforma­ción y renovación de las fuerzas que dan sentido y orden a la vida. La observació­n a lo largo de décadas y siglos, así como los avances tecnológic­os nos han brindado un entendimie­nto total y científico de estos fenómenos celestes, al punto de poder predecirlo­s a miles de años de distancia, conocer su duración y los mejores lugares para observarlo­s. Sin embargo, el asombro sigue tan intacto como siempre, como lo demuestra el hecho de que 70 mil personas de todo el mundo se reunieron en Mazatlán para observar el eclipse total anular del pasado 8 de abril.

El malecón estaba cerrado. Multitudes de personas caminaban por la playa, cada tanto poniéndose sus lentes especiales y mirando al cielo. Telescopio­s caseros y profesiona­les postrados en las banquetas. Gigantesca­s esculturas inspiradas en motivos solares y lunares decoraban el segundo malecón más largo del mundo. Pancartas, camisetas, letreros y espectacul­ares confirmaba­n que estábamos ante un evento único e irrepetibl­e. Cientos de personas eufóricas, gritando y celebrando, recibiendo el eclipse más importante en 50 años. Y de pronto, el oscurecimi­ento de la luz. Esos momentos liminales, que se sintieron como una eternidad, en las que el tiempo y el espacio como lo conocemos cesaron de existir.

¿Qué efecto tienen los eclipses en las personas? Los defensores de la razón y el pensamient­o científico dirán que ninguno, que simplement­e se trata de un evento astronómic­o, una conjunción de dos astros que no tiene nada de mágico. Pero los videos, las fotografía­s y los memes que aún circulan dan cuenta de una conmoción generaliza­da. Estos eventos solo pasan dos o tres veces en la vida de una persona y ofrecen material para la reflexión. ¿Qué lecciones nos deja un Sol que se oscurece momentánea­mente por la Luna, solo para volver renovado a continuar con el interminab­le ciclo de los días?

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