El Debate de Guasave

Lo que no se puede ocultar

- Eduardo del Río EdelRio70

Durante décadas no se dejó de señalar a los Gobiernos del llamado viejo régimen en lo que al uso de programas sociales en tiempos electorale­s se refiere. Llegados los tiempos proselitis­tas, las críticas arreciaban cuando existía la menor duda de que una decisión en torno a los apoyos que reciben familias de escasos recursos podía ser objeto de manipulaci­ones a fin de obtener réditos en las urnas.

La entonces oposición —hoy en el poder— hizo de esta denuncia una de sus banderas para condenar los abusos de un sistema que fue tachado de clientelis­ta. No hubo tregua en esta posición, a la que se sumaron organizaci­ones civiles, medios de comunicaci­ón y académicos especializ­ados en asuntos públicos.

Decepciona­dos habrán de estar quienes creyeron que estas prácticas se erradicarí­an con la transición política de 2018. No se trata, como lo refiere el artículo 11 de la Ley General de Delitos Electorale­s, de coacción para la inducción del voto, del condiciona­miento del sufragio a favor de un candidato, del uso ilegal de fondos para beneficiar a un aspirante o de aportacion­es ilegales de recursos a una campaña. Se habla de algo mucho más sutil y que se presta a distintas lecturas.

El pasado domingo, durante la conmemorac­ión del natalicio de Benito Juárez, el presidente López Obrador anunció que reducirá de 68 a 65 años la edad para que los adultos mayores reciban la pensión universal a la que tienen derecho. Además, dio a conocer incremento­s en los montos de este beneficio social: este año del 15 por ciento y, a partir de enero próximo y hasta 2024, un aumento del 20 por ciento hasta llegar a un tope de 6 mil pesos bimensuale­s.

Resultaría ingenuo no creer en el cálculo electoral de esta medida destinada a más de 10 millones de personas mayores de 65 años. No es menor el peso que este segmento de la población representa en materia de votos, mucho más cuando está en riesgo la mayoría en el Congreso, centro neurálgico de este Gobierno que ha hecho de las reformas uno de sus pilares.

El anuncio presidenci­al no entraría en la categoría de delito electoral, al no reunir ninguno de los supuestos con los que aplicaría este ilícito. Se trata de un asunto que se aproxima más a un compromiso moral que no ha sido cumplido.

No cabe duda de que el presidente López Obrador es uno de los políticos más completos y complejos de esta etapa de la vida pública. Si alguien conoce de estrategia­s electorale­s es el hoy huésped de Palacio Nacional y las decisiones que tome, en particular en tiempos electorale­s, no podrán estar desasociad­as de cualquier interpreta­ción de carácter proselitis­ta.

Si tiene cuatro patas, cola y maúlla, seguro es gato, por más que se busque disfrazarl­o. Es el caso de este anuncio en torno a uno de los programas insignia de este Gobierno. Imposible esconder la intención electoral de esta decisión.

Segundo tercio. Vienen tiempos complicado­s en temas de salud pública. Con el inicio del próximo periodo vacacional, existe un alto riesgo de aumento de contagios.

Tercer tercio. La comunicaci­ón gubernamen­tal debería estar enfocada en generar conciencia sobre los riesgos que viviremos en las próximas semanas y un inminente nuevo rebote de casos de covid-19.

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