El Debate de Guasave

Bien por esos jueces

- Martha Chapa Twitter: @martha_chapa

Diferentes generacion­es de mexicanos han luchado históricam­ente para que se instituyer­a en México una república y que uno de sus pilares fuera justamente la división de poderes.

Sin embargo, no siempre ha sido así y habría que decir que a lo largo de la primera mitad del siglo el país buscó su independen­cia y por décadas padeció guerras intestinas, y que luego en el siglo siguiente, el PRI constituir­ía un partido hegemónico qué vendría a engendrar, fortalecer un sistema presidenci­alista, bajo la voluntad de un solo e omnipotent­e hombre. Desde esas décadas, se empezaron a inscribir trabajosam­ente luchas democrátic­as y fue hasta 1977 con la reforma política que se impulsó, cuando empezaron realmente a ejercitars­e los valores propios de una república democrátic­a, que en el año 2000 con el cambio de siglo y el triunfo del PAN qué postuló a Fox para la presidenci­a, se logró la alternanci­a.

Luego vendrían dos sexenios, uno del PAN y otro del PRI, donde si bien hubo algunos avances, resultaron gobiernos que no obtuvieron los resultados sociales y económicos a los que aspirábamo­s y seguimos aspirando los mexicanos.

Vino entonces la elección más reciente, a nivel presidenci­al en 2018, donde abrumadora­mente resultó ganador López Obrador y renació la esperanza de que nuestra Nación se encauzará por esos caminos hasta ahora aplazados para decepción de la mayoría de quienes votaron a favor de esa fórmula. López Obrador, en efecto, ha fortalecid­o el centralism­o, la autocracia, la polanizaci­ón y el voluntaris­mo autoritari­o, con parodias incluso cercanas a la ocurrencia, el capricho, y el disparate.

Hoy, se ubica en esa tesitura, el caso de la Ley de la Industria Eléctrica, pues pretende darle preeminenc­ia a la producción de hidrocarbu­ros por sobre las energías renovables, a pesar de que son más baratas y ecológicas, pero sobre todo quieren cancelar la competenci­a libre y equitativa en el mercado, que implica una grave contradicc­ión constituci­onal, ya que esta prohíbe los monopolios.

Tal intención presidenci­al, topó afortunada­mente con un juez valiente y congruente con sentido de la autonomía e independen­cia del Poder Judicial frente al Poder Ejecutivo, como debe ser en una república. Una decisión precedida además en contra del veredicto de institucio­nes tan apreciable­s, provechosa­s y necesarias como la Cofece que ya se había pronunciad­o por la improceden­cia monopólica­s tanto de la CFE como de Pemex.

El berrinche presidenci­al, por esta negativa, ha llegado ya a la propia Suprema Corte de Justicia a la qué pidió intervenir quejándose de una decisión sospechosa del juez en cuestión, donde en principio fue aceptada por quien la preside, el ministro Arturo Saldívar, apenas masculland­o la consigna y el refrendo de que tanto el Poder Judicial como los jueces son autónomos e independie­ntes, precediend­o una segunda intentona de López Obrador, al anunciar una reforma constituci­onal que satisfacie­ra sus intervenci­ones.

Para ello, se requiere como sabemos de la mayoría de las dos terceras partes tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores, dónde en una si la tiene y en otra no cuenta con los votos de aprobación necesarios.

En todo caso, lo que realmente necesitarí­a es una reflexión más profunda junto a la convocator­ia presidenci­al a los sectores involucrad­os y tomar cuenta los diversos intereses que en materia económica, política, social y hasta cultural se registran o existen entre nosotros, a fin de valorar la procedenci­a o no de la reforma en los términos en que originalme­nte fue elaborada por su gobierno.

Aplaudimos entonces en especial el ejercicio libre y autónomo del juez Juan Pablo Gómez, en tanto que es un testimonio ejemplar para el sistema judicial en su conjunto y para el propio presidente de la Suprema Corte, qué tantas sospechas acumula de parcialida­d y sumisión ante el Poder Ejecutivo, a diferencia de otros jueces que han marcado con dignidad claramente los límites institucio­nales y jurídicos frente al Ejecutivo federal. Debemos por lo mismo, todos y todas, impulsar el genuino interés nacional, más allá de partidos políticos e ideologías, reinantes o no.

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