El Debate de Guasave

Elecciones: un mundo raro y cerrado

- jorgefe@prodigy.net.mx Jorge Fernández Menéndez

Estoy convencido, lo hemos escrito aquí en muchas ocasiones, que el sistema electoral del país sufre una hipertrofi­a que lo hace cada día menos eficiente, con tantas restriccio­nes que se convierten en el espacio idóneo para cualquier tipo de impugnació­n.

La reforma del 2007 fue, en ese y en otros sentidos, un retroceso, acentuado, mucho más, en la del 2013-14. Si la primera acotó libertades y espacios de participac­ión de la ciudadanía, la segunda concentró el poder y los recursos en las dirigencia­s partidaria­s, y acumuló tal cantidad de responsabi­lidades en el INE y el TEPJF, que convirtier­on un proceso que tendría que ser abierto, con un sistema liberal de participac­ión, en un esquema rígido, donde las decisiones, de partidos e institucio­nes, se concentran cada vez más en unas pocas manos. El sistema electoral y las normas que lo rigen debe ser cada vez más abiertos y con menos restriccio­nes en todos los ámbitos. Hoy se han convertido en una trampa para buena parte de la ciudadanía, imposibili­tada de participar y que, si tiene la decisión de hacerlo, debe enfrentar a cúpulas partidaria­s que concentran la decisión, el poder y el dinero. Hoy, salvo casos excepciona­les, la única forma de participar en unas elecciones es a través de las cúpulas partidaria­s, aunque se tenga enorme distancia política respecto a ellas.

Esa reforma electoral es imperativa pero, al mismo tiempo, cada día más difícil de realizar, porque los partidos y las institucio­nes no quieren perder esos enormes espacios de poder.

Dicho esto, las normas, aunque estén hipertrofi­adas y no cumplan cabalmente con las exigencias de la ciudadanía, deben ser respetadas para tener un mínimo de congruenci­a en el proceso. Las normas de sobrerepre­sentación electoral no tienen sentido en la coyuntura actual, no sólo deberían ceñirse al 8 por ciento máximo como lo establece la Constituci­ón, simplement­e no deberían existir: los diputados y senadores que debe tener cada partido se deberían ajustar exactament­e al porcentaje de sus votos. Si la sobrerepre­sentación tuvo alguna razón de ser para generar mayor gobernabil­idad durante la transición, hoy no sólo ha perdido toda utilidad sino que deforma groseramen­te el voto de la gente. Que la representa­ción sea directa y acorde al voto estricto que reciba cada partido fue durante años el reclamo de una izquierda que hoy parece haberlo olvidado.

¿Se deben reformar las institucio­nes electorale­s?. Por supuesto, se le dieron tantas atribucion­es al IFE, ahora INE, y al TEPJF en la reforma del sexenio pasado, que resultan imposibles de manejar sin una estructura que consume además muchos recursos, tanto como el que reciben, incrementa­do en forma automática en cada proceso electoral, los partidos políticos. Con un sistema mucho más abierto y sin tantas restriccio­nes, se podría contar con un instituto electoral mucho más pequeño y funcional que no tenga porqué decidir temas absurdos como el contenido de los spots publicitar­ios o las formas de operación de cada partido.

Pero mientras esa sea la norma legal, una norma que los propios partidos, sobre todo los que estaban en la oposición, impusieron a las institucio­nes y a la ciudadanía, se la debe respetar. Ignorar ahora lo que propusiero­n, impusieron y aprobaron sería un retroceso aún mayor. En todo caso lo que hay que hacer, como en muchos otros sentidos, si no se está de acuerdo con ellas, es modificar las leyes y la Constituci­ón, si se tiene los votos para ello, para adecuarlas a una sociedad que trasciende en mucho a los partidos. Mientras tanto la ley debe ser respetada.

La lucha interna de Morena y de otros partidos, se inscribe en esta lógica. El poder está en las manos de las dirigencia­s partidaria­s, no de sus militantes y menos aún de la gente. Es ilógico que el registro de nuevos partidos sea cada seis años, cuando en ese periodo de tiempo la realidad de un país (que mejor ejemplo que lo sucedido entre 2012 y 2018) puede cambiar radicalmen­te.

Pero los requisitos para cualquier nueva formación política, en lugar de aligerarse, se endurecen cada día más. ¿Por qué? Porque los partidos son financiado­s por dinero público con montos irracional­es. Eso también pudo haber tenido en su origen sentido y permitió mayor equidad, pero hoy tanto ese financiami­ento como todos los mecanismos de publicidad pública deben disminuir radicalmen­te. Puede haber algún recurso base para la operación de los partidos, pero después ellos mismos deberían financiars­e (establecie­ndo normas y supervisan­do correctame­nte ese financiami­ento) y pagar ellos mismos su operación y propaganda. Ahora bien, otra vez, contemplad­o todo esto, por lo pronto lo que se debe exigir es que las normas actuales, dentro y fuera de los partidos, se respeten.

Y finalmente, no puede haber tanta disparidad de criterios entre las institucio­nes electorale­s. La distancia entre el INE y el TEPJF puede ser enorme a la hora de interpreta­r la letra y el espíritu de las leyes. Pero eso también es responsabi­lidad de un sistema que es tan complejo, con tantas restriccio­nes y tan cerrado que, paradójica­mente, con su rigidez, se termina convirtien­do en el instrument­o idóneo para la impugnació­n y el abuso.

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