Un recuerdo que se desvanece y mejor
Al escribir sobre Béarn des Gaves, un territorio a menos de dos horas de San Sebastián en Francia, me enteré de infinidad de cosas que desconocía o que en algún momento escuché, pero no me detuve a analizar y dejé pasar, como es el caso de los agotes que entraban por la puerta trasera de la atalaya a la iglesia de San Andrés en Sauveterre de Béarn.
Recuerdo que dicha puerta me llamó la atención por austera y pequeña ante la monumentalidad de la torre y que no fotografié, no sé por qué, suelo hacerlo cuando algo me captura, pero no me arrepiento, porque solo quedó en mi memoria una imagen poco clara que va desvaneciéndose y mejor. Se trata de una entrada trasera a la iglesia que puede ser lo más normal del mundo, pero después de lo leído, el corazón se me encoge.
Supuestamente, era por donde accedían los llamados ‘cagots’ en francés o agotes en castellano, una etnia de origen desconocido que durante siglos fue vilipendiada y confinada a vivir en lugares específicos y a trabajar en oficios que garantizaran que nadie iba a contaminarse porque estaban llenos de enfermedades, entre ellas, la lepra, una plaga que en el medievo azotó a la sociedad. No podían tocar ni animales ni tampoco pescar o recoger fruta. Eran carpinteros o canteros porque la madera y la piedra eran materiales asépticos. Se les tachaba de desertores, herejes y pervertidos y hasta bien entrado el siglo XX todavía se les exigía certificados de limpieza de sangre para entrar a la universidad o al ejército.
Así como hubo muchos que rechazaron a los agotes y hablaron mal de ellos, también existieron escritores o intelectuales que intentaron reivindicarlos e investigar sobre sus orígenes para arrojar un poco de luz ante tal rechazo social.
El escritor donostiarra Pio Baroja fue uno de ellos. Los describió como personas laboriosas, pacíficas, serias y con alma de músicos y poetas. Físicamente eran de cara ancha, esqueleto fuerte, con pómulos salientes y grandes ojos azules o verdes. Eran centroeuropeos o del norte y con aire germánico. Escribió de que en Bozate, donde actualmente viven sus descendientes, un barrio en Arizcun en el valle de Baztán, Navarra, había ancianos con aire germánico que parecían retratos de Durero y otros recordaban a gitanos.
Existen varias posturas sobre el origen de los agotes, de los que aún quedan reductos también en Aragón y el País Vasco francés y español. Su existencia data del siglo XIII, unos dicen que eran visigodos, la etnia que invadió la región francesa; el Béarn des Gaves, por ejemplo. Otros apuntan a que tal vez fueron cátaros o musulmanes que se escondieron en los Pirineos perseguidos por sus creencias religiosas y la investigación más reciente, de la universidad de Burdeos, sostiene que eran grupos de delincuentes fugitivos de la baja Edad Media.
De cualquier manera, todas las hipótesis son poco favorecedoras. Imagino ser ellos y duele, duele porque han nacido con un estigma que esperemos se difumine aún más con el tiempo y quede tan borrosa como esa imagen que no pude capturar de la puerta y mejor, porque no sabía que por ahí entraban personas como tú y yo que solo querían pasar un rato con Dios y entre sus congéneres.