Virtudes y vicios (10). “Eres tan vanidoso”
PARA SABER. Cassius Clay, Muhammed Alí, fue gran boxeador y promotor de la paz. Solía vanagloriarse: “Soy el mejor”, decía. Un día abordó un avión. Ya para despegar, una azafata amablemente le recordó que tenía que abrocharse el cinturón. “Supermán no necesita cinturones de seguridad”, contestó altaneramente. La azafata le contestó: “Supermán tampoco necesita aviones para viajar, señor”. Muhammed se lo abrochó. Si olvidamos nuestras limitaciones, la vida se encarga de recordárnoslo.
La vanagloria va unida a la envidia, y ambas son hijas del demonio de la soberbia, madre de todos los vicios. El vanidoso aspira a ser centro del mundo y objeto de alabanza, es prepotente, tiene una autoestima inflada, afirmó el Papa Francisco; cree que su persona y sus logros, deben ser mostrados a todo el mundo: es un mendigo de atención. Y si no se lo reconocen, se enfada, acusa a todos de injustos, no están a su altura.
2) Para pensar
Por los años setenta fue muy popular una canción: “Eres tan vanidoso” (You’re so vain), compuesta y cantada por Carly Simon, dedicada sus exnovios. Describe a un tipo que va a las fiestas creyéndose mirado por todos, mientras él se mira al espejo “pavoneándose”. Es tan vanidoso que cree que la canción es para él. El vanaglorioso tiene problemas en sus relaciones, por su “yo” dominante, sin importarle los demás, solo los usa para conseguir sus deseos.
3) Para vivir
Hoy, como nunca antes, por las redes sociales, la vanidad ha crecido: se presume lo que no somos. San Juan Crisóstomo decía: “La vanidad es la prueba más evidente de la pobreza interior”.
El Papa Francisco recomienda meditar las “Letanías de la humildad” del cardenal Merry del Val; ahí se pide al Señor nos libre del deseo de ser alabados, aplaudidos, etc., así como del temor de ser olvidados, despreciados, etc. La Biblia recuerda, en el Eclesiastés, que en este mundo todo es vanidad dada la fugacidad de la vida, y nada tiene sentido, sin el amor a Dios. Contra la vanidad se requiere de humildad para reconocer nuestra debilidad y, como san Pablo, apoyarnos en Dios.